La decisión del juez Llarena de retirar las euroórdenes contra los dirigentes procesistas parece querer cumplir ilusamente aquella estúpida amenaza del exministro Margallo de enviar a los catalanes a rodar eternamente por el espacio exterior. Madrid ha reaccionado siguiendo la vieja lógica imperial sin tener la fuerza violenta de hace medio siglo, y ha dejado la justicia española a un paso de tener su Nuremberg.

Siempre que Catalunya saca la cabeza, el estado español se repliega y se africaniza. El problema es que, de unos años, acá como nos recuerdan cada día los partidos madrileños, España es una democracia y pertenece en la Unión Europea. A Llanera lo han traicionado los fantasmas y los abusos del verdugo, como tan a menudo los políticos catalanes se dejan arrastrar por los fantasmas y los abusos típicos de las víctimas.

Si Llarena no hubiera tenido tan interiorizada su derrota no habría retirado las euroórdenes sino que habría chutado la pelota adelante y habría esperado que Bélgica y Gran Bretaña cumplieran la petición de extradición. La judicatura española acaba de reconocer de facto que impedir la autodeterminación es ilegal en Europa y, por lo tanto, también en España. Ahora algunos magistrados podrían ser perseguidos por prevaricación.

El Estado no puede vulnerar los tratados internacionales que ha firmado y el teatro que ha montado para hacer una excepción con Catalunya le puede salir caro. Utilizando la tradición franquista de la justicia, la corte madrileña ha conseguido que el golpismo quiera decir cosas diferentes en España y en Europa. La judicialización ha sido la última comedia de la España preconstitucional, escondida en la Constitución de 1978.

Además, con Oriol Junqueras ligado a la suerte de Llarena, ERC no podrá parar a  Puigdemont, y Puigdemont abrirá las puertas de la jaula en su intento atolondrado de ganar la batalla por la hegemonía autonómica a los republicanos. Cuando el entorno convergente abrace las primarias propuestas por Jordi Graupera el sistema político catalán quedará desconectado del sistema de partidos, que ha trabajado hasta la extenuación para garantizar la unidad de España.

Con ERC desprestigiada por sus líderes, los intentos del Estado de desescalar el conflicto con Catalunya han fallado, como fallaron los intentos de Santi Vila y compañía de detener el referéndum. Ahora se verá que más allá de la propaganda, del clientelismo y de la estupidez acumulada, somos una nación. España está herida y, como dijo Churchill, no puedes negociar con un tigre con la cabeza en su boca.

Si fuera por Puigdemont y por Junqueras, el tigre se nos comería en todos. Pero los dos líderes procesistas han perdido el control del discurso y del pueblo. Cuando Neus Munté vaya en el número 34 de las listas para Barcelona, algunas euforias y carcajadas quedarán heladas. Los políticos de la Comunidad Valenciana ya se plantean desobedecer el dictamen de la justicia española de prohibir las comunicaciones con Catalunya con la lengua común. Viene una época selvática, no sé si demasiado divertida.