El mismo día de inicio de la campaña electoral, ahora hace dos semanas, se volvieron a abrir las puertas de las cárceles. Pero no para que tuvieran la libertad definitiva, ya fuera por los indultos o por la reforma del delito de sedición. Fue porque el día antes, la Generalitat les dio el tercer grado arrebatado por Manuel Marchena. Si bien han tenido que pasar las noches en la celda, los presos políticos han podido participar cada día en los mítines de sus partidos. La Fiscalía ha ido con pies de plomo, con más prudencia de la habitual, para no desestabilizar el tablero de juego del 14-F. Justamente la carpeta de la libertad de los presos será lo más candente en La Moncloa justo al día siguiente de las elecciones. Y Pedro Sánchez e Iván Redondo estarán muy atentos al escrutinio, a la correlación de fuerzas en el Parlament, para evitar un paso en falso.

La vía de los indultos parece pasar por delante de la reforma del Código Penal. Si todo va bien, la política española tendrá cierta paz: dos años por delante sin elecciones de ningún tipo, ni municipales, ni autonómicas, ni europeas. Las generales están en manos de Sánchez. De momento, es La Moncloa quien controla los tiempos para buscar el momento idóneo para liberar a los presos con los menores daños posibles. De hecho, el Tribunal Supremo solo está pendiente del informe de la Abogacía del Estado, que depende claramente del ejecutivo. Una vez la sala segunda emita su informe –que todo apunta a que será negativo– la pelota volverá a pasar al Consejo de Ministros, que volverá a tomar control del reloj.

Según fuentes conocedoras de lo que se cuece en el palacio de La Moncloa, Pedro Sánchez tiene voluntad de tirar adelante los indultos a los presos políticos. Pero dos temores hacen mantener al presidente español todas las precauciones. El primer miedo, que se organice una especie de "mítin" en la cárcel de Lledoners una vez salgan de allí, con los presos diciendo que "lo volverán a hacer". El segundo, que el independentismo salga a menospreciar los indultos, diciendo que no valen para nada. En definitiva, están de acuerdo en que salgan en libertad, pero con el menor ruido ambiental posible. No sólo por la ofensiva de la derecha, sino para ahorrarse una nueva revuelta de los barones habituales.

Pero el Gobierno tendrá otra patata caliente al día siguiente del 14-F, más a largo plazo: la mesa de diálogo. Sólo se han reunido una vez, hace casi un año, y sólo sirvió para hacerse fotografías en los jardines de La Moncloa. El PSOE y Unidas Podemos se han comprometido a reactivarla tan pronto como se constituya el nuevo Govern de la Generalitat. Pero inevitablemente cambiarán los interlocutores en la delegación catalana. En aquel primer encuentro estaba el president Quim Torra, hoy ya apartado por la justicia. Este domingo los catalanes escogen quien se sentará en el otro lado de la mesa con Pedro Sánchez, con todo lo que eso implica de aproximación al conflicto político catalán.

Los catalanes escogen a quien tendrá Pedro Sánchez de interlocutor en el otro lado.

Pedro Sánchez tiene por delante tres posibles escenarios, de menor a mayor dificultad. El primero, una presidencia de Salvador Illa, que parece hoy lo más improbable aunque llegue primero a la meta. El presidente español lo ha apostado todo a teñir de rojo el Palau de la Generalitat. El segundo escenario, una presidencia de Pere Aragonès, que ha mostrado mucha más disposición al diálogo. Pero los republicanos también han avisado, en el Congreso, de que no harán nada gratis. Incluso se han sumado al pacto anti-PSC del conjunto de fuerzas independentistas. Finalmente, una presidencia de Laura Borràs, que se ha mostrado muy escéptica con el diálogo con el Estado y más proclive a la desobediencia institucional. Todo esto, si dan los números para formar gobierno y no verse abocados a la repetición electoral. No se descarta nada en la capital del Estado.

Las últimas encuestas, publicadas en Escocia y Andorra, han pronosticado un escenario de prácticamente triple empate. Los socialistas aspiran a repetir la hazaña de Inés Arrimadas y, esta vez, que el independentismo no sume. El independentismo escoge, si suma, quien habrá en el otro lado y, por lo tanto, qué estrategia seguir en Madrid. Desde Esquerra aspiran a hacerse, por fin, con la presidencia de la Generalitat por primera vez desde la Segunda República, conscientes de que llegar segundos sería una enmienda a su estrategia en Madrid. Junts confía en remontar, una vez más, las encuestas en contra. Ya lo demostraron el 21-D.

El papel de los comunes

Es especialmente interesante el papel que hagan este domingo los comunes en las urnas. Aspiran a salvar los muebles. Y paradójicamente se ha producido un cambio de paradigma. En las anteriores campañas, el independentismo –especialmente ERC- había buscado el cuerpo a cuerpo con esta formación por la frontera de votos que pueden llegar a compartir. En este caso, sin embargo, ha habido una tregua e incluso un acercamiento. Interesa que sean fuertes en doble clave. En primer lugar, en clave catalana, para tejer alianzas como la de los presupuestos de la Generalitat. En segundo lugar, en clave española. Un revés para los comunes sería un revés para Pablo Iglesias, que vería todavía más empequeñecido su escaso poder de influencia en la mesa del Consejo de Ministros.