Juan José Omella habla catalán perfectamente, aunque nunca haya trabajado en Catalunya, y menos aún en Barcelona, de la que será arzobispo. El factor de la lengua catalana no habrá pesado mucho en este nombramiento, más allá de asegurar que no sea un obstáculo para su tarea. No lo será. Lisa y llanamente, el de Omella es un perfil que encaja con los obispos que ha hecho el Papa Francisco: pastores sencillos, con una vertiente social pronunciada, que “huelan a oveja” y puedan llegar a las “periferias”, como llama a los márgenes de la sociedad donde quiere hacer presente la doctrina del Iglesia católica a través de la acción más que de la predicación. Tres ejemplos saltan a la vista. En Bolonia, la capital roja de Italia, Francisco ha nombrado a Matteo Maria Zuppi, de 60 años, un habitual de la comunidad de Sant'Egidio, de alguna operación diplomática vaticana en el Tercer Mundo y promotor de actividades de atención en los excluidos en la ciudad de Roma. En Palermo ha hecho obispo a Corrado Lorefice, de 53 años, activista antimafia, beligerante en contra del tráfico de personas, con un montón de escritos sobre la "opción preferencial de la Iglesia por los pobres". En la archidiócesis de Chicago, igual: promovió a Blase Cupich, un moderado a quien interesa más la actividad pastoral que la política institucional que, inevitablemente, un obispo tiene que manejar.

Ciudades que hacen cardenales

Las tres ciudades, como Barcelona, son capitales metropolitanas, con problemas más allá –o más aquí– de la práctica religiosa o la política institucional y donde los católicos pueden intervenir a través de tantas instituciones de cariz social que promueven. Las cuatro son ciudades que hacen cardenales. Ciudades de periferias, incluidas sus zonas acomodadas, donde la religión pinta poco, situación que para Francisco es también una especie de pobreza. Este es el mismo caso con Juan José Omella excepto quizá por un rasgo: no es tan joven. Tiene 69 años. El nuevo arzobispo de Barcelona nació en Cretes, Teruel. En plena Franja. Su madre es catalana y catalana es su lengua materna. También habla francés y italiano. Estudió en el seminario de Zaragoza y en Lovaina y en Jerusalén. Ha trabajado en las diócesis de Zaragoza, de Barbastro, de Huesca, de Jaca. También pasó un año como misionero en el Zaire.

Omella conoce bien a sus colegas de pastoral. Trabaja desde hace un año en la Congregación para los Obispos, el ministerio vaticano que selecciona a los futuros obispos antes de la aprobación papal y organiza las visitas ad limina que todo obispo hace cada cinco años en Roma.

Amigos personales

Es amigo personal de dos cardenales próximos al Papa: Santos Abril, arcipreste de la basílica romana de Santa María la Mayor, también de Teruel, y de Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, moderador del G9, el grupo de nueve cardenales a los que el Papa Francisco ha encargado la reforma de la curia romana. Todos son del mismo perfil o parecido. Maradiaga, por ejemplo, necesitó escolta por enfrentarse a las mafias y narcos de su país. Omella también conoce personalmente al Papa desde que era arzobispo de Buenos Aires y mantiene una relación próxima con él. Por el lado social, es conocido como consiliario de la ONG Manos Unidas y, sobre todo, porque desde el 2003 es presidente de la comisión de pastoral social de la Conferencia Episcopal Española. Omella es y hace. Fue el único obispo que en junio del 2005 acudió a la manifestación contra la pobreza en Madrid, donde le gritaron, en broma: "¡El de La Rioja, sí que se moja!”. Entre otras iniciativas, ha propuesto crear un fondo de ayuda a los parados sin ingresos dotado con aportaciones voluntarias del sacerdotes, una iniciativa atrevida, pues curas y párrocos son casi todos mileuristas.

Omella llega a Barcelona sin saber casi nada de la realidad catalana. Quizá alguna. Catalunya Religió recuerda que en los últimos cien años, de los obispos del Cap i Casal sólo tres eran catalanes de nacimiento y que, con Omella, las diez diócesis catalanas tienen “tres obispos procedentes de Valencia, uno de Aragón y cuatro formatos en los seminarios catalanes”. Eso preocupa en algunos sectores, entre ellos quienes habían pedido que sustituyera a Sistach su auxiliar, Sebastià Taltavull. También aquellos a quienes había asustado la chapucería del gobierno y de algunos obispos españoles, real o de vacile, en el Vaticano, tratando de influir en este nombramiento. No será fácil que ante un perfil tan social se oiga mucho más que algún rumor sordo: por un lado, nadie quiere quedar mal con este Papa y, de otro, por respeto a los legítimos proyectos del recién llegado. Seguramente empieza toda una nueva etapa en la Iglesia barcelonesa. Seguramente, el nuevo arzobispo necesitará una inmersión en los secretos del variado tejido intelectual y asociativo del mundo católico catalán. Eso le interesará mucho. Quizá no estará tan atento a aquellos que son alguien en el territorio que va del mundo político y mediático hasta la universidad y las celebrities. A buen seguro encontrará quien querrá hacerle de guía en uno y otro territorios.