El Cid Campeador fue un mercenario castellano que ofreció sus servicios al mejor postor -fuera cristiano o musulmán-, que fue desterrado por deslealtad al rey y que creó un breve estado independiente en València sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.

Con este currículum parece complicado que alguien crea que el Cid pueda ser considerado un héroe nacional, pero hay otro aspecto que quizás ayuda a entender que en Castilla -y por extensión, en España- lo consideren como un espejo de las esencias hispánicas: entre sus hazañas militares figura la de haber hecho prisionero dos veces al conde de Barcelona Berenguer Ramón II.

Sólo así se puede entender la estrambótica comparativa que el presidente de la Confederación de Asociaciones Empresariales de Burgos (FAE), Miguel Ángel Benavente, hizo ayer del juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena, encargado de la causa general contra el independentismo.

En un encendido discurso, el presidente de esta patronal apuntó que tanto el Cid como Llarena "son burgaleses, amantes de su patria y centro de la ira de los que quieren ver una España confusa, débil y fragmentada" en la presentación del juez, invitado a pronunciar la conferencia 'El valor judicial de la prueba robada en la empresa'.

La tergiversación histórica de la figura del Cid, convertida en héroe épico por siglos de adoctrinamiento es pues la guía que tiene que marcar a Llarena, que parece ahora tener la misión divina de capturar otra vez al conde de Barcelona, que en esta peculiar visión histórica debe ser más bien el president Puigdemont y no el Borbón de turno.