Los chalecos amarillos en Francia se han salido con la suya en cuatro fines de semana. Han cortado fronteras y autopistas, han bloqueado los centros de las ciudades, se han enfrentado a la policía, tienen seis personas muertas, centenares de heridos y miles de detenidos. Después de todo eso y de bailar ante la policía al sonido de las trompetas, convirtiendo la violencia en alegría fraternal, han hecho de la causa propia una victoria colectiva. Así, el presidente Emmanuel Macron ha anunciado su derrota públicamente: el salario mínimo sube cien euros, se desestiman los impuestos y contribuciones sociales sobre las horas extras y los carburantes, y se aprueba un impuesto para mejorar las pensiones más bajas. Es una alta recompensa a un precio elevado. Esta es la cara fría de la política realista.

De la acción colectiva de los chalecos amarillos en Francia pueden extraerse algunas ideas interesantes para pensar los impactos de la movilización social en las políticas públicas.

  • No puedes ganar si no estás dispuesto a perderlo todo.
  • Para que el movimiento triunfe necesita despertar la simpatía de los que no participan activamente en él. Esto significa que la demanda de unos tiene que intentar ser, de alguna manera, la de todos.
  • La violencia está en el corazón de toda reivindicación política que atente contra el statu quo. Sólo puede funcionar si los dos primeros puntos se han cumplido, aunque solo eso no es garantía de éxito.

No definimos violencia según una perspectiva legal ni ética. La violencia tampoco tiene que ser necesariamente física ni verbal. En los Estados, sean o no democráticos, sólo las fuerzas de seguridad están legitimadas para ejercerla: en eso consiste el llamado monopolio legítimo de la violencia. Por tanto, aquí se entiende por violencia cualquier oposición al poder de un Estado que no se vehicule por los mecanismos legales que el propio Estado define (capacidad de cambiar las leyes, derecho de manifestación, etc.).

Quizás está por eso ERC sube en las encuestas y los post-convergentes bajan: genera más simpatía quien acepta que no puede que quien no se esfuerza en lo que quiere

Establecer paralelismos entre los chalecos amarillos y el actual Govern es bastante injusto. Lo es principalmente por una cuestión: el movimiento social lucha contra la institución, y el Govern de la Generalitat es la institución. Pero si aceptamos la propia hipótesis del Govern, en el que la Generalitat es rehén del gobierno de Madrid, podemos establecer (con mucha precaución) que unos son el movimiento y los otros la institución. Así pues, si osamos hacer esta comparación más poética que académica, tomando las premisas como válidas, y nos preguntamos, por ejemplo, sobre el ayuno de 48h del President Torra ¿con qué nos encontramos? Ganar aquí sería externalizar la noticia o, como mínimo, levantar una ola de simpatía por su acción. Pero, claro, dos días de huelga de hambre no dan para tanto. Porque quizás no estaba pensada para ganar, sino para no perder.

Si pasamos al segundo punto y vemos hasta qué punto el ayuno de dos días de Torra ha sido una reivindicación de todos, hay que examinar, primero, de qué movimiento estamos hablando. ¿Del movimiento independentista? ¿De solidaridad con los presos políticos? ¿De la reivindicación de una justicia justa? Parece que Torra lo ha hecho en solidaridad con sus compañeros de partido en la prisión, pero la coincidencia temporal con la reivindicación (dicho muy entre comillas) de la vía eslovena lo enturbia todo. Es complicado sumarse a la demanda si no se sabe de qué demanda se trata.

Para acabar, sobre la violencia. No habiéndose cumplido los dos puntos anteriores, cualquier intento de movilización violenta se vería como un acto irracional, sordo, e injusto. En el fondo, quizás es por ese motivo que ERC sube en las encuestas y los post-convergentes bajan: genera más simpatía quien acepta que no puede que quien no se esfuerza en lo que quiere.

Guillem Pujol es politólogo y doctorando en Filosofía en la UAB. Editor de Finestra d'Oportunitat y colaborador de BCNMÉS