Los cadáveres de los dictadores han seguido curiosos recorridos. En algunos casos han sido víctimas de venganzas póstumas. En otros han recibido espectaculares homenajes, con tumbas que son auténticos palacios. Los cuerpos sin vida de los autócratas siguen generando tantos odios y adhesiones como los habían generado en vida.
Ni rastro de Hitler
A veces no basta con derrocar a un hombre que ha cometido grandes dosis de violencia. Se quiere aniquilar cualquier posibilidad de honrarlo póstumamente y de que su tumba se convierta en un referente para sus seguidores. El caso más paradigmático es el de Hitler. El líder nazi se suicidó en su bunker, el 30 de abril de 1945, cuando las tropas soviéticas estaban a punto de capturarlo. Cinco días más tarde, las tropas rusas encontraron su cadáver (con el de su mujer Eva Braun y el de su ministro de Propaganda, Goebbels), y los enterraron en secreto en una base militar rusa en la Alemania Oriental. 25 años más tarde, cuando tenían que devolver el terreno al gobierno de la Alemania Democrática, decidieron desenterrar los cuerpos, quemarlos y tirar las cenizas al río Biederitz, para que nunca nadie pudiera rendir homenaje a los restos del líder nazi.
Cadáver entre porquería
Hitler no fue el dictador peor tratado póstumamente. Anastasio Somoza (el autor de la frase "Yo sólo tengo una 'hacienda' y se llama Nicaragua") murió de las secuelas de un atentado. 23 años más tarde, su mausoleo fue saqueado y destruido tras la caída del régimen familiar de los Somoza y se convirtió en improvisada letrina. Muchos años después sus parientes encontraron, entre las deyecciones secas, un cráneo y trozos de ataúd. François Duvalier, "Papa Doc", fue designado presidente vitalicio de Haití en unas elecciones que ganó con el 99,99% de los votos. Murió en 1971 y fue sucedido por su hijo, conocido como "Baby Doc". "Papa Doc" fue utilizado como todo un mito por la dictadura haitiana. Pero en 1986 una revuelta acababa con la dinastía caribeña y los revolucionarios se apresuraron a atacar el mauseoleu de "Papa Doc". Lo destruyeron por completo, extrajeron el cadáver, lo golpearon y lo arrastraron por el cementerio. Pero quizás el caso más escandaloso fue el de Mohammad Najibullah, presidente de Afganistán de 1987 en 1992. Cuando los talibanes tomaron el poder lo mataron de un tiro. Después pasearon su cuerpo, mutilado y castrado, arrastrándolo por toda la ciudad atado a un camión, para finalmente colgarlo de una señal de tráfico junto a su hermano. Finalmente sus cuerpos fueron enviados a su pueblo natal, donde fueron enterrados por sus vecinos.
Sin pistas
Lo más curioso es que los cuerpos de muchos de estos individuos, que destinaron inmensos esfuerzos al pasar a la historia, hayan desaparecido. El dictador Sékou Touré, que gobernó la República de Guinea de 1958 a 1984 y que murió en un hospital de Washington, prefirió que su cadáver no fuera enterrado en su país. Dicen que desde Estados Unidos enviaron a Conakry un ataúd lleno de arena, y que los líderes de todo el mundo que asistieron al entierro honraron un féretro vacío. El dictador haitiano no se equivocaba demasiado. Pocos días después de su muerte, una revolución acababa con el régimen de partido único y las masas asaltaban el cementerio donde se suponía que había su tumba. A día de hoy nadie sabe con certeza dónde está su cuerpo. Tampoco se sabe dónde está el de Moammar al-Gadafi. Después de ser herido en un bombardeo, torturado y ejecutado, su cuerpo estuvo expuesto durante cuatro días en un congelador, para que todo el mundo pudiera certificar su muerte. Después fue enterrado en un lugar secreto del desierto, para que nadie pudiera encontrarlo. Y también desapareció misteriosamente el cuerpo de Saddam Hussein: fue enterrado en Tikrit, su villa natal, tras ser colgado, en 2006; pero su tumba fue volada en un bombardeo, durante la revuelta de Estado Islámico. Más tarde se vio que estaba vacía; nadie sabe si el cadáver fue extraído por sus enemigos, para destruirlo, o por sus admiradores, para evitar profanaciones. Francisco Macías Nguema, que gobernó de forma sanguinaria Guinea Ecuatorial de 1968 a 1979, fue depuesto por un golpe de estado y condenado a muerte. Como muchos guineanos tenían miedo de sus poderes mágicos, fue ejecutado por soldados marroquíes. Y para evitar que alguien quisiera recuperar sus poderes mágicos haciendo alguna oscura manipulación de su cadáver, el gobierno hizo desaparecer su cuerpo. Nadie sabe dónde está enterrado.
Quemado con un colchón
Pol Pot (1928-1998), el líder de los jemer rojos de Camboya, fue uno de los mayores genocidas de la historia: de 1975 a 1979, en tan sólo 4 años, acabó con la vida de 1.700.000 personas, en torno a un 20% de la población del país. Durante los últimos años de su vida dirigió la guerrilla de los jemeres rojos. Cuando la guerrilla ya casi estaba rodeada por las tropas del gobierno, Pol Pot fue arrestado por sus seguidores y finalmente, cuando se encontraba en la frontera entre Camboya y Tailandia, lo envenenaron. Su cuerpo fue colocado entre un colchón y varios trastos viejos y fue quemado. Las cenizas se enterraron allí mismo. Su tumba es un discreto chamizo en una remota zona rural.
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Robar cadáveres, deporte ultra
Philippe Pétain, el mariscal francés colaboracionista con los nazis, fue condenado a muerte, pero su pena fue conmutada a cadena perpetua. Los últimos tiempos de su vida los pasó en la pequeña isla de Yeu, en libertad vigilada. Y fue en este lugar retirado donde fue enterrado, sin honores. Los grupos de extrema derecha a menudo han reclamado que su cuerpo fuera enterrado en un lugar más destacado (en el mausoleo de los muertos de Verdum o en los Invalides), a lo que el gobierno siempre se ha opuesto (con el apoyo de los partidos de izquierda y las organizaciones judías). En 1973 un grupo de ultras robó el ataúd de Pétain. Lo sacaron de la isla en una camioneta, escondido bajo fardos de ropa. Tres días después la policía encontró a los ladrones de cadáveres y localizaron el cuerpo de Pétain. Se apresuraron a devolverlo a Yeu. Dicen que tras enterrarlo de nuevo reforzaron el cemento de la tumba, no fuera que algún otro ultra tuviera tentaciones.
La tumba de Mussolini, con un busto del dictador y símbolos fascistas. Foto: Lovio.
Del gancho de carnicero al mausoleo
En abril de 1945, Mussolini fue ejecutado y colgado boca abajo, con ganchos de carnicero, en la Plaza Loretto de Milán. La gente se apresuró a ultrajar el cadáver y las autoridades decidieron enterrarlo en una tumba sin identificar. En este caso también algunos ultras se llevaron el cadáver, que estuvo dando vueltas por el país durante meses hasta que fue encontrado escondido en el interior de un tronco. Finalmente, la aritmética parlamentaria fue favorable al Duce; como el gobierno necesitaba los votos de extrema derecha para aprobar una votación, acordó ceder el cuerpo a la familia de Mussolini que lo enterró en una discreta cripta familiar en el cementerio de Predappio. Stalin (1878-1953), el hombre que aterrorizó a la Unión Soviética entre 1924 y 1953, fue enterrado con todos los honores cerca de la tumba de Lenin. Pero cuando el mismo Partido Comunista hizo públicos sus crímenes, de forma discreta, se retiró su cuerpo del mauseoleo y se lo enterró en la necrópolis de la Muralla del Kremlin, donde hay sepultados algunos líderes comunistas menores y aliados extranjeros (como el escritor norteamericano John Reed). Allí continúa hasta ahora. Bokassa, el coronel que tomó el poder en la República Centroafricana en 1966, y que en 1976 se coronó emperador en una ceremonia carísima y ridícula, tuvo peor suerte. En 1979 fue derribado por un golpe de estado y se marchó al exilio. Fue condenado a pena de muerte in absentia, pero tras volver del exilio la pena le fue conmutada por cadena perpetua, y más tarde, tras pasar algunos años en la prisión, sería amnistiado. Después de convertirse en predicador ambulante, y de firmar autógrafos en los bares a cambio de algunas monedas, Bokassa murió de un infarto en 1996. Su cuerpo está enterrado en una tumba muy discreta, que está decorada con una escultura que representa al autocoronado "emperador".
Tumba de Stalin. Foto: Benjamín Núñez González.
23 años en el congelador
El dictador filipino Ferdinand Marcos murió en el exilio, en Honolulu, en 1989. El cadáver se embalsamó, pero no se permitió a la familia llevarlo a las Filipinas hasta 1993. Eso sí, el gobierno se negó a darle sepultura en un lugar público y encargó la sepultura a la familia. Esta se negó a enterrarlo si no era depositado en el Cementerio de los Héroes. La solución, simple pero contundente, fue depositarlo embalsamado, a la vista, en una cripta refrigerada durante 23 años, hasta que en 2016 el gobierno permitió su traslado al lugar deseado por la familia.
Tumba de Mohammad Reza Pahlavi en Egipto. Foto: Ahmad Badr.
Odio en el país, honores en el extranjero
Hay algunos líderes que murieron en el exilio, pero que disfrutaban de más respeto fuera del país que en su propio hogar. Hay los que siguen recibiendo honores, a pesar de muertos, fuera del país. Mohammad Reza Pahlavi, sha del Irán de 1941 a 1979, fue derrocado por la revolución islámica dirigida por el ayatollah Jomeini. El sha huyó y vivió en Egipto, Marruecos, Bahamas y Egipto. Tras ser operado de cáncer a México, pasó un tiempo en Panamá, donde fue retenido por el dictador Omar Torrijos, quien lo destestaba (lo calificaba de "chupón"). Finalmente obtuvo asilo en Egipto donde murió en 1980. Fue enterrado en la mezquita Al Rifa'i, donde años antes había sido enterrado su padre, depuesto en el golpe que entronizó a Mohammad Reza. Al fin, el cuerpo del padre fue a parar a un mausoleo en Irán y el del hijo descansa en Egipto. Mobutut Sese Seko, el que fue todopoderoso presidente del Congo de 1965 a 1997 murió en Marruecos 4 meses después de ser derrocado en una rápida y fulminante guerra civil. Fue enterrado en el cementerio cristiano de Rabat. Ahora dispone de una diminuta capilla, a años luz del gran sepulcro que habría tenido si hubiera muerto unos meses antes. Y el todopoderoso Stroessner, dictador del Paraguay, está soterrado en una pequeña tumba, muy discreta, en un cementerio de Brasilia, donde murió en el exilio.
Palacio del Sol de Kumsusan, el mausoleo donde están enterrados Kim Il-sung y Kim Jong-il en Pjöngjang. Foto: Uwe Brodrecht.
Herencia pervertida, pero homenajes
Aunque Rusia está muy lejos de las políltiques comunistas de la NEP, la momia de Lenin sigue siendo homenajeada en la Plaza Roja de Moscú, como si todavía se estuviera esperando la llegada de la sociedad sin clases. Y aunque China avanza a todo ritmo por el camino del capitalismo, Mao Zedong está enterrado en un inmenso mausoleo en la plaza Tiananmén. Ambos siguen recibiendo filas y filas de peregrinos, pero los que hacen cola en Pekín ya no llevan monos azules, sino ropas de mala calidad imitación de la moda occidental, que hubieran causado pavor en tiempos de la revolución cultural. En cambio, la estética comunista continúa en estricto vigor en el Palacio del Sol de Kumsusan, el mausoleo en que está es enterrado el Presidente Eterno de la República, Kim Il-sung, y su hijo, Kim Jong-Il. Allí sí que no ha llegado el espíritu capitalista.
Los cocodrilos sagrados del palacio de Yamoussoukro. Foto: Clément Bucco Lechat.
Cadáver entre cocodrilos sagrados
El que fuera presidente de Costa de Marfil de 1960 a 1993, Félix Houphouët-Boigny, "el Viejo", no se limitó a construirse un mausoleo, como tantos dictadores. Se construyó una ciudad entera en su poblado natal, Yamoussoukro, y la convirtió en capital del país. Una de las grandes joyas de esta ciudad era la basílica de "Nuestra Señora de la Paz", una réplica del Vaticano a lo grande, que ha sido reconocida como el templo católico mayor del mundo (en uno de los vitrales figura el propio Houphouët al lado de Jesucristo). La otra perla de Yamoussoukro es el Palacio Presidencial, rodeado de estanques con "cocodrilos sagrados", donde está la tumba familiar de Houphouët-Boigny. Pese a la guerra civil que ha sufrido el país, "el Viejo" continúa enterrado en su poblado natal, pero en un inmenso palacio y rodeado de sus "cocodrilos sagrados". Todo a cargo del estado.
Foto de portada: Tumba de Pol Pot. Foto: Bokkiem.