Después de una polémica que obligó a Ciudadanos a retirar sus carteles de campaña (un publicista pensó, después de haber consumido alguna sustancia juguetona, que hablar de abrazos en plena ola pandémica sería una buena idea), el partido naranja ha vuelto a lo de toda la vida y en muchas calles del país ya podemos ver la fotografía de Carlos Carrizosa (Barcelona, 22/05/1964) pegado al bello perfil de Inés Arrimadas. La imagen, y el hecho de que la campaña inicial prescindiera del rostro de su número uno, nos lo dice todo: a pesar de ser un notable parlamentario y un veterano superviviente en Ciudadanos, Carrizosa ha crecido a la sombra de sus primeras espadas, ejerciendo siempre como notable escudero y lugarteniente. Carrizosa es, simplemente, el señor que acompaña a doña Inés a los sitios con aquel arquear de cejas como si viviera permanentemente cegado por el sol y que la mayoría de catalanes y españoles conocen únicamente por su gesto de ponerse las gafas.

De hecho, las gafas, y el hecho de estar al lado de Arrimadas son el principal reclamo electoral del candidato. Qué hace, qué piensa y a qué dedica el tiempo libre... nadie lo sabe. Cualquier animalito del Amazonas en vías de extinción tiene una página más rica, en términos biográficos, laborales y políticos que la de Carrizosa en la Wikipedia. Y eso también resulta muy significativo, empezando por el hecho de que el espectacular estallido de Ciudadanos en las últimas elecciones (que Arrimadas ganó gestionando su victoria con muy poca inteligencia y haciendo lo que hacen todos los españoles cuando pueden, que es largarse a Madrit) se explica en el hecho de que la mayoría de unionistas o incluso de catalanistas moderados vieran en el partido naranja la herramienta más eficaz para parar el independentismo. Con el movimiento secesionista inmerso en la vía posibilista (es decir, muerto y casi enterrado), la subsistencia de Ciudadanos como formación política peligra a día que pasa y está destinada a una rápida y natural desaparición.

Los españoles presentan a Carrizosa a la Generalitat porque ahora, realmente, quien gobierne en Catalunya les importa tres pepinos. La guerra ya la han ganado y tienen rehenes en la prisión para recordárnoslo

Eso explica que las élites españolas que querían un Podemos de derechas y que llegaron a hacer creer al pobre Albert Rivera que sería presidente de España ahora pasen olímpicamente de Ciudadanos y hayan vuelto a dar apoyo al candidato del PSC, que es lo que hacían de toda la vida. En campaña y en los medios, Carrizosa sigue repitiendo impecablemente el argumentario que llevó a su partido a ganar las elecciones y que se centraba en el ataque sistemático a la vía procesista-nacionalista. El político sigue siendo hábil y con la lengua afilada, pero detrás no tiene nadie que lo escuche ni, sobre todo, gente que esté dispuesta a aflojarle pasta. A Rivera, las élites le buscaron trabajo en un despacho de abogados madrileño y una novia cantautora para poder pasar las noches en una de aquellas urbanizaciones espantosas de las afueras de la capital. A Carrizosa, como se ha quedado en Catalunya, lo único que le regalarán será una jubilación semidorada como parlamentario nuestro en la Ciutadella.

Es normal que nadie, antiindependentismo y antiinmersionismo lingüístico aparte, sepa a ciencia cierta qué piensa o cuáles son las políticas de Carrizosa, porque Ciudadanos ha virado tanto de ideología, ha abrazado tantas tesis, que ya no se sabe cuál es su disfraz original. Como recuerda el maestro Chaves Nogales, en España ser un liberal de centro te asegura vivir en el exilio, y tener la pretensión de crear un partido centrista, añado yo, es una quimera todavía más sideral. Por eso Ciudadanos sólo ha podido sobrevivir como una muleta de los gobiernos de la partitocracia tradicional y como una formación que ha ido virando lentamente a la derecha (es decir, a la esclerosis política) sin tener la maña para la gobernabilidad de ayuntamientos y comunidades que podía lucir un partido como Convergència. Los españoles presentan a Carrizosa a la Generalitat porque ahora, realmente, quien gobierne en Catalunya les importa tres pepinos. La guerra ya la han ganado y tienen rehenes en la prisión para recordárnoslo.

Con el movimiento secesionista inmerso en la vía posibilista (es decir, muerto y casi enterrado), la subsistencia de Ciudadanos como formación política peligra a día que pasa y está destinada a una rápida y natural desaparición

Por eso tiene todo el sentido de mundo que Ciudadanos se presente a unos comicios con un lugarteniente prejubilado y que cometa un error todavía más grave, que es completar su lista con una número dos tan fantástica como mi querida Anna Grau, que es la única simpatizante del partido naranja que ha leído a Josep Pla y que hace las neutras catalanas como dios manda, un algo que a la mayoría de sus votantes les debe dar un repelús que ni te explico. Si eso del independentismo sigue cayendo como se espera, o transformado en un neoautonomismo de verbo encendido, Carrizosa podrá volver a trabajar en La Caixa, que es donde conoció a Rivera, y, como le confesó a Gemma Nierga en una entrevista reciente, incluso podrá volver a votar Convergència. De hecho, la mayoría de candidatos al 14-F tienen este aire de prejubilado de quien intenta venderse la moto de que el tiempo no pasa y se pone chándal para hacer running pero acaba dándose cuenta de que el paso del tiempo te expone todas las costuras.

Cuando se jubile, algún colaborador desinteresado pondrá en su página de la Wikipedia que Carrizosa hizo lo posible para defender la unidad España y que este abogado de bajo perfil salió adelante bastante dignamente. Con eso, nuestro lugarteniente tendrá más que suficiente para justificar su vida política y jugar a dominó más contento que unas pascuas. Con respecto al resto del mundo, todo el mundo seguirá sin saber nada de él.