Cuando el expresident Artur Mas, amante de las metáforas marineras, quiso describir el proceso independentista como un viaje hacia Itaca, posiblemente no sospechaba la magnitud de la tormenta que acabaría concentrando en torno a su persona.

A las causas abiertas a raíz del proceso participativo del 9-N y la lluvia de dossieres cocinados en la Operación Catalunya, ahora se ha añadido la apertura del juicio por el Caso Palau, sobre supuesta financiación ilegal de CDC. Esta semana, las duras acusaciones de Fèlix Millet y Jordi Montull en relación al desvío de dinero de comisiones por obra pública de Ferrovial hacia Convergència han situado a Mas de nuevo en la picota.

De poco sirvió que el responsable de finanzas del partido Daniel Osàcar desmintiera las acusaciones o el hecho de que ni Millet ni Montull escondan su voluntad de rebajar penas con la acusación en CDC. El expresident, después de dejar pasar los dos primeros días del juicio, tuvo que salir de nuevo a dar explicaciones en un caso que amenaza con perseguirlo durante las próximas semanas y por el cual tendrá que volver a comparecer ante el Parlament este miércoles.

Candidato

Todo ello, además, se produce en un momento en que, la decisión del president, Carles Puigdemont, de descartarse definitivamente como candidato, había reforzado el papel de Mas en el partido y su nombre se perfilaba de nuevo como posible candidato a las próximas elecciones catalanas.

Esta circunstancia no ha hecho más que atizar los ataques contra el político demócrata, justo cuando parecía recuperar empuje después de que meses atrás había aparecido como un dirigente amortizado y sin posibilidades de volver a concurrir en una lista electoral.

Múltiples frentes

La ofensiva contra Mas llega por todos los lados, desde la oposición españolista de Ciudadanos, PP y PSC y desde la órbita de los Comuns, pero también desde las filas independentistas. La CUP ya lo envió en enero del año pasado a la papelera de la historia con un pulso a JxSí que estuvo a punto de hacer descarrilar la legislatura antes de empezar.

Esta vez, además, la inquietud por la proximidad ante cualquier sospecha de corrupción desasosiega también a los socios de ERC y a los propios dirigentes del PDeCAT, que hace meses que intentan marcar distancias con la antigua CDC y las acusaciones de corrupción que la hicieron saltar por los aires.

Abatir a Mas

De hecho, para algunos, este nuevo y grave tropiezo aparece como una oportunidad de apartar definitivamente a Mas de la escena política. El unionismo lo responsabiliza de haber anclado el catalanismo moderado en las reivindicación soberanista. En las filas independentistas, los republicanos, a pesar de ser conscientes de que los problemas del PDeCAT juegan a favor de ERC, lo ven como uno de los pocos dirigentes capaces de frenar la caída en picado de la formación demócrata.

Sin embargo, también en el PDeCAT se escuchan voces que apuestan por una renovación de verdad, que aparte las nuevas siglas de todos aquellos rostros que se identifican con la vieja CDC, incluido el expresident. No sólo eso, prevén que la marcha de Mas permitiría borrar del mapa demócrata a los dirigentes de la anterior etapa que han sobrevivido al big bang convergente.

Prueba de estrés en el Govern y JxSí

La situación se ha acabado convirtiendo en un test de estrés para el Govern y JxSí. Puigdemont y el vicepresident, Oriol Junqueras, abordaron la situación tan pronto como las declaraciones de Millet empezaron a restallar encima del escenario político. La consigna, según fuentes del Govern, es "tranquilidad". "No hay que perder la perspectiva", asegura un dirigente republicano del ejecutivo.

Puigdemont dibujó el mismo miércoles que empezaba el juicio un cordón sanitario en torno a su gabinete. Ante el hemiciclo recordó que el Govern no tiene ningún caso de corrupción que lo lastre. Esta será la estrategia del discurso desde la plaza Sant Jaume.

Todos los ojos observan a Artur Mas y se preguntan hasta dónde llegará su capacidad de resistir embarcado en una nave que hace frente a demasiadas tormentas al mismo tiempo. Y cada vez más solo. Mientras tanto, el expresident, habituado ya a vivir en permanente tensión, se prepara para superar este nuevo temporal e intentar controlar un timón que le aconseja cabeza fría y puño firme.