El mes de marzo suele ser, quizás, por estar dedicado al dios de la guerra, un tiempo en el que la OTAN activa conflictos en países no pertenecientes a su club. Recordemos en 1999 a Serbia, en 2003 a Irak, en 2011 a Libia y a Siria en 2011.  

Han pasado 13 años desde que estallara la guerra contra Bashar al-Assad, el presidente sirio, al que pusieron en el centro de la diana y no consiguieron derrotar. Poco se habla ahora de aquello, precisamente porque a los aliados no les gusta hablar de sus derrotas y sus medios de propaganda, obviamente, se deben a sus agendas. Pero en Siria, Occidente perdió. 

No está de más recordar cómo, en 2020, la administración norteamericana arrastraba los pies y “ya no quería” quitar a Al-Assad del medio. Ya no les parecía interesante el asunto, vaya. 

Quizás se acuerde, mi querido lector, de la fábula de Esopo, la de la zorra y las uvas. Como aquella no podía alcanzarlas, intentó ocultar su incapacidad señalando que, en realidad, “no estaban maduras” y por eso prefería no comerlas. Con Siria sucedió lo mismo. Como con Ucrania sucederá y ya está ocurriendo con Israel. 

Ha llovido mucho (no lo suficiente) desde que el atentado en la sala Bataclán sirvió para modificar nuestro Código Penal en España y bombardear la ciudad siria de Raqqa. Yo lo recuerdo bien porque abandoné un plató de televisión en directo, indignada al pedir paz, al denunciar la masacre que se iba a cometer contra decenas de miles de personas inocentes.

Recuerdo bien aquel programa porque un cargo del Partido Popular comentó durante la pausa publicitaria que el presidente (Rajoy) había informado a “sus señorías” de que se estaba esperando la llegada de un “tercer actor” para tratar de poner fin al conflicto en Siria. Me pareció una información muy relevante, y pude comprobar cómo mis compañeros de mesa se alarmaban cuando hice referencia durante el programa a ese dato. Sirva de ejemplo para que entiendan todo lo que se callan algunos que deberían informar. 

Como denuncié entonces, la CIA y el Pentágono invirtieron miles de millones de dólares entrenando y equipando a “rebeldes sirios”, que en no pocos casos acabaron integrando células de ISIS, Daesh, Al Qaeda, aportando sus potentes armas. El apoyo de Rusia a Siria fue clave para conseguir su victoria. Por eso tampoco se habla mucho del asunto. 

Con Ucrania parece que sucederá algo similar. Aunque hay puntos que hacen aún más descarado el interés de EE. UU. en remover palos en avisperos y desentenderse cuando ya han sacado todo el provecho posible. 

Traeré también del recuerdo aquellos artículos que podían leerse hace no mucho (antes del comienzo del conflicto armado) en prensa occidental, donde se hablaba de los nazis ucranianos. De su corrupción. Del tráfico de órganos. De los laboratorios sin control. De la fuga de virus y pandemias.

Igual que cuando armaron a radicales en Siria y se terminó yendo de las manos, sucederá con las armas entregadas a grupos como el de Azov. El atentado de Moscú apunta ya en este sentido

Igual que cuando armaron a radicales en Siria y se terminó yendo de las manos, sucederá —como ya ocurre— con las armas entregadas a grupos como el de Azov. El atentado de Moscú apunta ya en este sentido. Se preguntaba una experta en geopolítica esta semana, Rachel Marsden, qué harán con tanto nazi armado cuando se calmen las aguas en Ucrania. Y recordaba cómo aquellos rebeldes sirios fueron trasladados a Libia (18.000 concretamente). 

No nos viene mal recordar cuando en 2015 Obama comenzó a arrastrar los pies y a pedirle a los aliados de Siria (a Rusia y a Irán) que hicieran todo lo posible por ayudar a resolver el conflicto.  Entonces le daba mucha pena la sangre derramada. Antes, mientras pensaba que podrían obtener algún tipo de beneficio, no. 

Hasta que llegó Trump, no se retiraron las tropas estadounidenses. Y este señor se vuelve a presentar, con muchas posibilidades de ganar, argumentando fundamentalmente que él puede acabar con la guerra en Ucrania en 24 horas. 

A Zelenski llevan ya tiempo “haciéndole la cama”, y él trata de asirse al poder porque quizás sospeche que es la única manera de proteger su vida y su fortuna. Pero parece que le va quedando poco. Y como hiciera Obama en su momento, apelando al entendimiento en Siria, ahora aparecen voces, como el canciller austriaco, que recomiendan que Moscú y Kyiv se vayan sentando a hablar. 

Luttwak, exasesor del Pentágono, ha advertido estos días de la catastrófica derrota a la que se enfrenta la OTAN en Ucrania, señalando que el último paso que pueden dar los miembros de la alianza es enviar sus propias tropas, algo que sencillamente será la antesala de la última fase. 

El que fuera subsecretario general de la OTAN, Minuto-Rizzo, ha comentado también esta semana que no es aconsejable permitirle a Kyiv su ingreso en la Alianza, pues no es muy inteligente provocar a ese nivel a Rusia. Y es del todo probable que dejen a Zelenski “colgado de la brocha” más pronto que tarde. 

Como han hecho con Netanyahu, que está quedando ante los ojos del mundo como un auténtico diablo. Un pequeño empujoncito y rodará solo por la misma cuesta que lo hará Zelenski: la del rechazo de los suyos y de los ajenos. 

Sirva como recuerdo que Zelenski era el héroe, y que Netanyahu era todo un demócrata. Ambos se defendían de ataques injustificados. Ambos han contado con miles de millones, armas, y los medios de comunicación occidentales  rendidos a sus pies. Los mismos que ahora ya comienzan a dejar caer alguna que otra línea envenenada. 

Como en la fábula, nos cambiarán el discurso y tratarán de explicarnos que ahora ya, en este momento, la cosa pasa de castaño a oscuro y que las uvas no están ricas. 

Sánchez ha dado el primer paso con cara de mucho enfado. Ahora comienza a organizarse la reacción contra Israel, y seguramente también contra Kyiv. 

La cuestión es si las uvas han estado buenas en algún momento. Evidentemente, no. Pero se han pasado todo este tiempo disimulando. Como si no fuera una realidad, el nazismo y la corrupción en Ucrania y la masacre sionista en Gaza.