Cada 20 y 21 de enero, sean laborables o festivos, haya lluvia, viento o nieve, Tossa de Mar recuerda su pasado en una tradición que emociona y sorprende a partes iguales, tanto a sus habitantes como a los forasteros que la descubrimos. Coincidiendo con la onomástica de San Sebastián, los vecinos —y todos aquellos que les quieren acompañar— peregrinan hasta Santa Coloma de Farners. Son 40 kilómetros de ida y 40 más de vuelta que un millar de personas recorre a pie durante dos días. Y eso lleva haciéndose desde principios del siglo XV de manera ininterrumpida. Esquivando pandemias, vientos y guerras. Con riesgo, en secreto o entre aplausos, lo esencial es cumplir el voto del pueblo, la promesa hecha el año 1400.

Y es que corría aquel año de la edad media cuando el municipio se vio afectado por una epidemia de peste aterradora. La enfermedad hacía estragos, y la gente decidió encomendarse a San Sebastián y hacer un juramento: si el último santo de la semana de los barbudos los liberaba de tal desgracia, se peregrinaría a pie hasta la ermita más cercana a la villa dedicada a él, en señal de agradecimiento. Cuenta la leyenda que la dirección de la ruta la tendría que definir un cordero colgado de la muralla, concretamente en la torre de Joanàs: del lado donde se hiciera negro el animal, hacia allí caminarían los tosenses y las tosenses. La piel del cordero oscureció haciaponiente, y desde entonces, cuando llega el 20 de enero, se renueva la promesa caminando hacia el oeste: primero en procesión por las calles de vila vella ('villa vieja'), después en ceremoniosa romería entre bosques y praderas.

Al frente de la expedición se sitúa el Padre Pelegrino, que cada año recae en un hombre diferente nacido en el municipio y que se convierte en el secreto mejor guardado de todos. Las familias inscriben a hijos, nietos o sobrinos cuando son bien pequeños (o a ellos mismos ya de adultos) y la relación de nombres de los que quieren alcanzar este hito la conserva el cura en la iglesia. Solo él y el síndico la conocen. Discreción máxima. Ancestral. Cada año va corriendo la lista, y actualmente la espera es de décadas: el afortunado de este 2023 ha hecho realidad su sueño con 45 años, y lo inscribieron cuando tenía 9, poco después de hacer la primera comunión.

A las 7 de la mañana del día 20, justo al empezar la Misa del Cantar y con la iglesia de Sant Vicenç llena hasta los topes, aparece por la puerta lateral del altar mayor el Peregrino de aquel año. Ataviado con la típica indumentaria (sombrero, cayado, hábito marrón, gambeto, conchas y correa con hebilla) se presenta ante el pueblo de Tossa, que entonces y solo entonces descubre su identidad. Él, el interesado, lo ha sabido tan solo pocos días antes. Acabada la eucaristía y cuando todavía es oscuro, se inicia el periplo, que encabezan las decenas de personas que escogen recorrer el camido de ida descalzas. Pies desnudos. Todo el mundo tiene que seguir su paso y nadie los puede adelantar. Impresiona. Liturgias centenarias que dan a esta tradición una pátina casi mágica.

En el collado de Tierra Negra se desayuna, y el Peregrino, desde encima de una roca, pregunta solemnemente tres veces a la multitud: "Ep, ei! Ja hi som tots?" ('¡Eh! ¿Ya estamos todos?'). Hecha la correspondiente y afirmativa respuesta al unísono —también tres veces— el río de gente empieza a desfilar. En el puentecito del molino de Can Poch se hace recuento exacto de personas, más adelante se hace un paro para comer (cada uno se lleva el bocadillo). Más tarde se cruza Sils, después se atraviesa Riudarenes y, finalmente, se llega a Santa Coloma de Farners ya de noche, entre música festiva de la banda, que los recibe, y miradas de complicidad de sus habitantes, que, muchos con una candela en la mano, rinden homenaje a sus vecinos de comarca, haciéndoles un pasillo de entrada hasta la iglesia del santo a quien se hizo el juramento.

Tossa de Mar celebra desde hace más de 600 años la fiesta del Peregrino, un ejemplo de que los seres humanos somos, por encima de todo, memoria.

La mañana siguiente, los peregrinos (ya en menor número) emprenden la vuelta a casa. Se desayuna de cuchillo y tenedor en Les Mallorquines (vecindario de Sils) para, más adelante, hacer paradas en cuatro masías emblemáticas (capilla de Santa Seculina, Can Noguera, Can Garriga y Casa del l'Aromir) donde los anfitriones ofrecen comida y bebida a los peregrinos, que, a cambio de la hospitalidad y el momento de reposo, les entregan saquitos de piñones. La horchata de Ca l'Aromir es siempre la más esperada y la que marca el deseado acceso al pueblo y al tramo más especial: la entrada de nuevo a villa vella.

El riguroso y estremecedor silencio se rompe solo cuando todo el mundo, caminantes y espectadores que han salido a recibirlos, se detiene delante de la capilla de Els Socorrs y entona la canción de los peregrinos. Un rumor, como si fuera un canto gregoriano colectivo, levanta la voz por encima del dolor de piernas y pies y eleva la imponente melodía hacia el cielo. Los hombres llevan antorchas. Las mujeres van en frente. Ellos, en fila por el lateral. Ellas, en grupos de cuatro por el medio. Los pequeños fuegos colgando de la muralla ya queman. Es la única vez del año que lo harán. Hay alguna lágrima que se escurre garganta abajo. Otras, afloran en las mejillas de los peregrinos y de los que se los miran con admiración. La emotividad a flor de piel. El orgullo de un pueblo.

Son 48 horas de emociones, naturaleza, fe, silencio, reencuentros, conversaciones. Se honra a los antepasados, y cada uno se sumerge en su alma más íntima. Una costumbre que va más allá de creencias y de religiones. Es un clamor popular inalterable que une a los conciudadanos más allá de los siglos. Es el compromiso, la palabra dada. El recuerd por los que ya no están. Manos cogidas. Agradecimiento eterno. Compartir ruta. Y aquella sensación de paz al llegar, de nuevo y por fin, a la iglesia de Sant Vicenç, elevada en el mismo centro del casco antiguo. En su fachada, música de cobla en directo. Todo bien majestuoso y al mismo tiempo recogido. Las estrellas iluminando las últimos pasos para renovar la promesa. Se han perfumado todos los caminos.

Se hace difícil encontrar puntos inmóviles dentro de una sociedad que vive centrifugada y abonada al cambio constante. La necesidad de evolucionar no tendría que ser incompatible con la importancia de las raíces. Vivir pensando siempre en trasplantar puede acabar haciendo que pocos bosques llegquen a ser centenarios. Por suerte, existen personas y tradiciones que nos fijan en el suelo y nos recuerdan el valor de los orígenes. En medio de la actual prisa del mundo encontramos Tossa, que está por encima de todos los mundos, como recuerda la frase más repetida de la canción de los peregrinos. La marinera población de La Selva, la perla de la Costa Brava, celebra desde hace más de 600 años la festividad del Peregrino, un ejemplo e que los seres humanos somos, por encima de todo, memoria. Un año más: ya se ha cumplido el voto.