A nadie le entusiasma pagar impuestos. Como tocan el bolsillo son mal recibidos. La puerta de entrada siempre es agradecida, la de salida duele. Recuerdo la primera vez que tuve que pagar a Hacienda. Era muy jovencito y trabajaba como periodista en el Diario de Vilanova. No me aseguraron nunca, así que me (mal)pagaban como colaborador. Sólo me hacían una retención del 2 por ciento. Y cuando llegó el día de contribuir, me tocó pagar contra pronóstico. Me pareció tan injusto pagar por los cuatro duros que ganaba que llegué a casa bien fastidiado. Y mi padre, al oírme, rio. 'Lo que te toca pagar es una miseria (claro que lo que cobraba también). Tendrías que desear pagar mucho a Hacienda', sentenció. No en vano, si pagas mucho es síntoma de ingresos.

No estar asegurado era una doble penalización. No sólo no cotizabas, es que encima te tocaba pagar por una cantidad ridícula que en caso de haber sido asegurado no te tocaría, por estar exento al no llegar al mínimo. Concepto este también importante, sí. Hoy, como entonces, si no se llega a la renta mínima no se paga, con alguna excepción. Esta cantidad exenta sería de 22.000 euros si has cobrado de un solo pagador y 12.000 euros de más de uno. El mínimo exento, por deducciones personales, sería hasta 5.500 euros. No pagas impuestos directos aunque te hartas de pagar impuestos indirectos. Los de consumo. Y aquí no hay progresividad que valga. Todos pagamos exactamente lo mismo cuando, por ejemplo, vamos a hacer la compra.

La renta media neta anual en el 2017 era de 13.338 euros por habitante en Catalunya. Hace pocos meses asistíamos a uno de estos debates que suceden a cualquier incremento de los impuestos, en este caso a propósito del pacto presupuestario suscrito por Junts per Catalunya, ERC y los Comunes. El pacto preveía (entre otros) incrementar el IRPF a partir de 90.000 euros de base imponible que contando las exenciones estaríamos hablando, más o menos, de rentas superiores a los 100.000 euros. El acuerdo, curiosamente, fue contestado tan pronto fue aprobado por el presidente del partido del president Puigdemont. Pataleaba por el incremento en donaciones y IRPF. Hasta aquí nada a decir, más allá que resulte surrealista censurar aquello que acabas de aprobar cuando, encima, presides el gobierno que lo ha aprobado.

Ciertamente, como todo en la vida, es cuestionable un incremento impositivo. Sólo faltaría. Lo que no se vale es a hacerlo mintiendo, abusando de la buena fe, engatusando a la parroquia y convirtiendo la defensa de un interés personal y privativo en la defensa de un interés general. Como así fue cuando el entorno de Waterloo irrumpió en televisión rasgándose las vestiduras por este aumento a las rentas más altas. El incremento era sólo para rentas con una base imponible superior a los 90.000 euros. La voz de Waterloo manifestó su enfado y soltó una de aquellas frases para la posteridad. ¡Los afectados eran "clase media apurada"! Excepcional.

Sólo hay que ir a ver la base imponible de 2016 en las declaraciones de IRPF. Prácticamente no ha variado desde entonces. Personas con una base imponible superior a 60.000 euros, ya no 90.000 que son los únicos verdaderamente afectados, eran menos del 5 por ciento del total. Aquí radica el fraude argumental y la penosa maniobra de hacer creer al común de los mortales que se atracaba a las clases medias del país, concepto este muy laxo al mismo tiempo. La mayoría de catalanes se considera clase media. De hecho, la media de declarantes se sitúa claramente por debajo de 60.000 euros de base imponible total. Eso es, el 24,47 por ciento entre 12.000 y 21.000 euros. El 18.89 por ciento entre 21.000 y 30.000 euros. Y el 19,70 por ciento entre 30.000 y 60.000 euros. Estos tres tramos, el grosor central de la media de declarantes, suman más del 60 por ciento del total. Ninguno de estos no se vería afectado. Pero en cambio el argumentario falaz pretendía hacer creer que sí.

Lo que sí que afectaba a todo este universo de contribuyentes de 'clase media' es la recaudación prevista por aquel conjunto de medidas impositivas aprobadas por el tripartito de Junts, ERC y Comuns (el de los ayuntamientos de Tarragona y Lleida, por cierto) que representan un impacto anual de más de 552 millones de euros. Pues bien, con este incremento se podría mantener, por ejemplo, un nuevo hospital público (¡sí, público!) tan grande como el mayor de Catalunya, una nueva Vall d'Hebron. No está mal en tiempos de pandemia. O que le digan a Vicent Sanchis, director de TV3, qué podría hacer con 18 millones extras, la recaudación prevista en el incremento del IRPF para rentas más altas.

La mentira execrable nunca tendría que ser el argumento para defender posiciones, legítimas, contra el incremento de la presión fiscal. Hoy, con los tiempos que corren, y los que están llegando, será determinante este debate y los que se puedan suceder. No se puede estar exigiendo una buena educación y sanidad, pública y de calidad, y al mismo tiempo estar torpedeando un debate que se tendrá que tener, queriendo confundir la defensa del interés general con el de preservar inmaculada la renta propia cuando se cuenta en el segmento de las rentas privilegiadas, las más altas del país. Que efectivamente pagan y pagan mucho. Pero como decía mi padre, quién no querría poder pagar tanto y contribuir como el que más. Afortunado sería.