Ante esta pandemia es preciso colaborar globalmente asumiendo las directrices de la autoridad científica de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Necesitamos también una actuación coordinada muy potente desde la Unión Europea y una cooperación en tiempo real en todo el Estado.

Pero coordinación no implica mando único. La asunción de este desde el 15 de marzo por el Ministerio de Sanidad no supuso ventajas, sino graves inconvenientes. Fracasó la centralización de la compra de equipos de protección (EPI), respiradores mecánicos y demás material sanitario. En toda la semana el ministerio no fue capaz de dotar de este material, coartando las vías de suministro antes abiertas por las administraciones sanitarias autonómicas. Se confiscaron máscaras en las empresas destinadas a las administraciones sanitarias catalana y andaluza, mientras la Xunta de Galicia denunciaba que no había recibido más que 10.000 en nueve días. A mediados semana, el ministerio devolvió a las administraciones autonómicas la capacidad de comprar este material.

Lo mismo pasó con los tests de los positivos. El 15 de marzo el Ministerio de Salud prohibió hacer estos tests a enfermos leves, desautorizando a los gobiernos autonómicos. La OMS recomendó "test, test, test" y ahora se ha decidido hacer todos los posibles, como siguieron haciendo algunas autonomías.

En lugar de aprovechar las ventajas del estado autonómico, de hacer coordinación en red, se aplica la teoría de un único cerebro que lo conoce todo y lo decide todo

La eficacia requiere incrementar el margen de autonomía de los equipos directivos y médicos de las áreas sanitarias y hospitales. Porque ya lo dijo Jaume Padròs, presidente del Colegio Médico de Barcelona a ElNacional.cat, que el Ministerio de Salud desconocía los recursos y necesidades de cada territorio.

Con respecto a la actuación de control ciudadano, se adoptaron lenguajes y decisiones absurdamente militaristas, cuando quien conoce mejor el territorio y la población son las policías de proximidad y sus mandos orgánicos y políticos. Esta pandemia está combatiéndose con reglas del siglo XIX, como dijo el vicepresidente de Òmnium, Marcel Mauri. Ponen militares en lugar de científicos.

El problema es de eficacia operativa, sí, pero nace de perjuicios ideológicos centralistas de los altos cargos de la Administración del Estado. En lugar de aprovechar las ventajas del estado autonómico, de hacer coordinación en red, se aplica la teoría de un único cerebro que lo conoce todo y lo decide todo. Es la misma mentalidad que les impidió confinar hace tiempo Madrid o permitir que los diferentes territorios gradúen sus respuestas en función de las necesidades locales, como están haciendo Alemania y Suiza.

Es indiscutible que el estado de alarma necesita la prórroga que propone el Gobierno del Estado. Pero bien haría Sánchez de proponer al Congreso estatal la reforma de la legislación excepcional devolviendo las competencias autonómicas, e incluso reforzándolas, atribuyendo a los gobiernos territoriales la autoridad delegada para agravar y, en su caso, modular las medidas de confinamiento.