Aunque lo parece, no es el Polònia. Es el juicio del Tribunal Supremo. Y esto es la transcripción literal del interrogatorio de Fidel Cadena, en nombre del ministerio fiscal, a Quim Forn, conseller legítimo del Govern de la Generalitat ilegítimamente cesado por el gobierno español, encarcelado por el estado español desde hace 476 días, encausado por el Tribunal Supremo por garantizar el ejercicio de derechos fundamentales y acusado del delito de rebelión:

Cadena: ¿Sabe si se destrozaron los coches de la Guardia Civil, o devastaron?
Forn: Sí, lo he visto, y lo condené.
Cadena: ¿Sabe que eran siete coches?
Forn: Me parece que eran dos.
Cadena: ¿Dos coches? Eran siete.
Forn: ¿Los devastados?
Cadena: Los destrozados. Yo no he utilizado el término devastados
Forn: Lo acaba de decir, ¿eh?
Cadena: No he utilizado el término devastados, sino destrozados. Y, si lo he hecho, involuntariamente, es un lapsus linguae

No es una conversación de café, informal, irrelevante o frívola. Es el interrogatorio del ministerio fiscal, en la sede del Tribunal Supremo, a un acusado para el que pide 16 años de prisión con la hipótesis de comisión de un supuesto delito de rebelión que el fiscal tiene la obligación de probar de manera efectiva, ya que, mientras no se diga lo contrario, incluso en un estado tan poco respetuoso con los derechos fundamentales como el español, todo el mundo es inocente hasta que no se demuestra lo contrario. El fiscal Cadena, por lo que dice la gente informada, no es un incompetente ni un inútil: es una persona experimentada, extremadamente cuidadosa en las formas, con los parámetros homologables de lo que se entiende por buena educación, y en las palabras que escoge en el interrogatorio. Pero, en medio minuto, este fiscal niega que haya dicho lo que todo el mundo ha escuchado que ha dicho y lo que todo el mundo, inmediatamente, podrá volver a escuchar que ha dicho, provocando con razón sarcasmos de todo tipo en las redes. Es muy sencillo: ha mentido. Ante todos los jueces del Tribunal Supremo, ante las cámaras de televisión, ante los observadores internacionales a los que el Tribunal Supremo ha negado la acreditación para asistir al juicio, el fiscal Cadena ha mentido.  

Lo que hizo el fiscal Cadena no es un lapsus: es una mentira que, encima, pretende ser explícitamente negada, a pesar de la evidencia de su mentira

Mientras lo escuchaba, estupefacto, recordé algunas etapas fundamentales en el aprendizaje moral que, como todos los niños de su edad, están viviendo mis hijos, de 9 y 12 años. Están en la fase en la que aprenden la gravedad de la mentira. Aquella fase, sorprendente para cualquier padre o madre, en la que, ante alguna cosa que han hecho, inmediatamente dicen: “yo no lo he hecho”. O en que, ante alguna cosa que inequívocamente han dicho, habitualmente cuando es inoportuna o inconveniente, reaccionan escandalizados diciendo: “yo no lo he dicho”. Es una fase maravillosa, porque el aprendizaje moral de la que quizás podemos considerar como la primera forma de la responsabilidad consiste en que sean capaces de reconocer la importancia de lo que han dicho o hecho. Y eso pasa por no negar lo que han dicho o hecho y que, por lo tanto, se hagan responsables de ello. Este aprendizaje es fundamental en la formación ética, ya que difícilmente podrán entender lo que es la responsabilidad si no han aprendido a hacerse responsables, en primera instancia, de lo que dicen y hacen, y difícilmente estarán en condiciones de hacer distinciones morales más complejas si este nivel tan primario no es asumido de manera consciente y reflexiva. El aprendizaje de la gravedad de la mentira implica el reconocimiento del valor de las palabras y sus efectos, pero también la conciencia de aquello a lo que nos atan las palabras dichas, como las acciones hechas. No creo que mis niños tengan una conciencia moral precoz, ya que este aprendizaje es muy generalizado entre los niños y niñas de su edad. Lo que hasta entonces, quizás, no importaba, pasa a importar, y mucho. 

Quien no ha hecho este aprendizaje, de niño, incuba la semilla de lo que, en la edad adulta, puede caracterizarse como cinismo: el uso consciente de la mentira, el recurso a la negativa a reconocer que se ha dicho lo que se ha dicho o que se ha hecho lo que se ha hecho. En la serie House of Cards, una especie de Macbeth contemporáneo ambientado en el escenario de la administración de gobierno de EE.UU., un auténtico tratado sobre el poder en un mundo en que la política ha alejado cualquier consideración ética, hay una escena que, desde el primer momento que la vi, me pareció lúcidamente reveladora. Hacia el final de la serie, la esposa del presidente de EE.UU., Claire Underwood, uno de los personajes más fascinantemente perversos y maquiavélicos de la dramaturgia contemporánea, en plena campaña electoral para su reelección presidencial, ante encuestas muy desfavorables, le confiesa a su marido a Francis: “Llevamos mintiendo mucho tiempo”. Él, sonriendo, le replica impasible, con la seguridad de lo que parece inapelable: “¡Imagínate qué pensarían nuestros votantes si les hubiéramos dicho la verdad!”. Si la afirmación conmociona, no es por su cinismo, sino por la brutalidad de su diagnóstico: por la naturalidad con que asume la práctica sistemática de la mentira. 

El fiscal Cadena, en el episodio que recordábamos, hace de Francis Underwood: no he dicho lo que todos ustedes han escuchado que he dicho. Aunque, con la boca pequeña, improvise una excusa de mal pagador. “No he utilizado el término devastados, sino destrozados. Y, si lo he hecho, involuntariamente, es un lapsus linguae”. No hay que saber nada de psicoanálisis para reconocer, en el lapsus linguae, que es este error de la expresión que consiste en decir equivocadamente otra cosa de la que se quiere decir, la manifestación de un deseo inconsciente que lleva a decir, en realidad, aunque parezca una equivocación, aquello que realmente se quiere decir. Freud habló, con detalle, en su libro Psicopatología de la vida cotidiana. Lo que hizo el fiscal Cadena no es un lapsus: es una mentira que, encima, pretende ser explícitamente negada, a pesar de la evidencia de su mentira.

Pero no es el único caso: el interrogatorio del fiscal Cadena al conseller Forn, como el interrogatorio que este miércoles ha hecho a la consellera Dolors Bassa, está lleno de inexactitudes, ambigüedades, encadenamientos causales, generalizaciones apremiadas, inferencias inconscientes y otros ejemplos de falacias argumentales que cualquier escolar sabría reconocer sin demasiado esfuerzo. Y lo mismo ha pasado en el interrogatorio del fiscal Jaime Moreno al conseller Jordi Turull, o en el de la fiscal Consuelo Madrigal al conseller Josep Rull. O lo mismo que hay, y sobradamente, en los escritos de acusación de la fiscalía y la Abogacía del Estado de todos ellos y de Oriol Junqueras o Raül Romeva, por mencionar sólo a los presos políticos que, a estas alturas, han declarado ante el Tribunal Supremo. Los interrogatorios y los escritos de acusación de los representantes del ministerio fiscal y la Abogacía del Estado y, como tales, representantes del estado español en las acusaciones del juicio, están llenos de falsedades que pretenden pasar por verdaderas, que es la definición lógica más precisa de la mentira. 

No es un lapsus, es el funcionamiento ordinario y normal de la fiscalía y la Abogacía del Estado en este juicio: la mentira sistemática, el desprecio por la verdad de los hechos, la versión de oídas, el escrito de otro escrito asumido de manera acrítica

Y no son lapsus. Como está quedando manifiestamente en evidencia, cada vez que los fiscales o la Abogacía del Estado confrontan con los acusados sus relatos de los hechos, a partir de los cuales han construido sus escritos de acusación, son desmentidos por las respuestas de los acusados, siempre que el juez Marchena, como hace a menudo, no los priva incomprensiblemente de la palabra para que puedan refutar la falsedad, en una vulneración flagrante de su derecho a un juicio justo. No son lapsus. No son arbitrariedades. No son prueba de incompetencia. Son la lógica de las acusaciones, construidas a partir de informes de la Guardia Civil que no se han molestado en contrastar, ni en verificar, ni para supuesto en demostrar. Informes policiales, escritos con una fantasía delirante, casi patológica, en el sentido freudiano del término, con la voluntad de decir y explicar que ha pasado lo que no ha pasado, que se ha dicho lo que no se ha dicho, que de las palabras se han seguido hechos que no han tenido lugar, que de las opiniones se han derivado acciones no realizadas y que de los pensamientos se pueden deducir delitos de que no se han cometido.

Los escritos de las acusaciones de la fiscalía y de la Abogacía del Estado están llenos de fragmentos literales de estos informes policiales delirantes que han sido, simplemente, incomprensiblemente, recortados y pegados, sin que ninguna investigación, por parte de la fiscalía o la Abogacía del Estado, haya podido probar los hechos, documentarlos, constatarlos o verificarlos. No es un lapsus, es el funcionamiento ordinario y normal de la fiscalía y la Abogacía del Estado en este juicio: la mentira sistemática, el desprecio por la verdad de los hechos, la versión de oídas, el escrito de otro escrito asumido de manera acrítica siguiendo la lógica del mal estudiante que copia un texto de una fuente indocumentada y que no se molesta en contrastar.

Este juicio no es un juicio: es una extraña mezcla del esperpento con que Valle Inclán caracterizó tan lúcidamente la cultura hispánica y del auto de fe con que la Santa Inquisición dirigió la ofensiva de la contrarreforma peninsular cuando, en toda Europa, se estaban construyendo las bases ilustradas de la modernidad. 

Pero eso, aunque lo parece, no es el Polònia. Ni eso es tampoco ninguna broma. Esta tropa, el sistema judicial que la avala y el estado en nombre y representación del cual actúa tienen en sus manos la libertad de personas justas, acusadas falsamente con invenciones fantasiosas, “peliculeras” como dijo muy acertadamente el conseller Forn, de cosas que nunca han hecho y que, en la mayor parte de los casos, nunca han tenido lugar. No es un lapsus: es el funcionamiento perverso, mentiroso y falaz de una lógica podrida que, con la excusa de proteger al estado de derecho, está amenazando derechos y libertades fundamentales y que, con el propósito de proteger al estado español, lo están llevando al borde del abismo y de la autodestrucción. Al tiempo.