Hay elecciones a la vista. En Euskadi, en julio a falta de fecha; en Galicia, lo mismo; en Catalunya, también serán antes de agotar la legislatura aunque no venga marcado por la urgencia del calendario. Vamos a votar, y vamos a seguir haciéndolo si queremos que nuestro sistema, el mejor a la espera de propuestas que demuestren lo contrario, perdure.

Podemos enredarnos en si deben ser antes o después del verano, o si celebrarlas en julio y no en septiembre beneficia o perjudica a tal o cual partido, pero me parece un debate estéril. Primero, porque serán las condiciones sanitarias las que determinen si pueden llevarse adelante los planes que esta semana van a concretar el lehendakari Urkullu y el presidente Feijóo. Ellos proponen... y el coronavirus dispone. Si no se puede votar en julio, no se hará y, de hecho, los informes jurídicos avalan que se proponga una fecha alternativa.

Hay una segunda razón que aconseja pasar página de este primer debate dentro de la contienda electoral. Es muy osado calibrar en medio de una sociedad conmocionada por la crisis provocada por la pandemia en qué sentido votar en julio ayudará a quien las convoca y hacerlo en otoño mejorará las expectativas de quienes ahora están en la oposición.

El cálculo que se hace, pero no se dice por inconfesable, es que como las perspectivas auguran que la situación económica y social empeore en los próximos meses, eso pondrá entre las cuerdas a los que estén en ese momento gobernando. Insisto, ese es el cálculo que no se puede confesar pero que pasa por la cabeza de los estrategas de campaña.

Necesitamos, es la tarea pendiente, que los mensajes que nos lleguen en las próximas campañas sean propuestas concretas, y realistas, sobre cómo vamos a afrontar la reconstrucción económica y social

No es mucho pedir, creo, que en estas circunstancias se abandone el regate en corto, la bronca efímera, el eslogan fácil, la búsqueda del titular que caduca según se publica y, en general, esos mensajes huecos que han venido llenando este interminable ciclo de elecciones sucesivas.

Necesitamos, es la tarea pendiente, que los mensajes que nos lleguen en las próximas campañas sean propuestas concretas, y realistas, sobre cómo vamos a afrontar la reconstrucción económica y social. No hay un solo camino y las diferencias sobre decisiones que haya que adoptar en materia fiscal, laboral, sanitaria o educativa, por citar algunos ámbitos de los público, tienen una profunda raíz ideológica que marcarán el camino de los próximos años. Responsabilidad, por tanto, para un debate profundo sobre qué modelo de sociedad queremos tras la pandemia y apelación al voto a pesar de la dificultades que pueda entrañar. Quien nos gobierne necesitará ese respaldo social para liderar la reconstrucción y quien esté en la oposición jugará un papel clave en la colaboración y en el control de un poder que necesariamente tomará medidas poco populares.