La duda, asociada a los comportamientos de los gobernantes, tiene mala prensa. Sin embargo, seríamos muy injustos si exigiéramos a quienes manejan esta crisis provocada por la pandemia que tomen decisiones sin dudar. ¿Acaso tenemos cada uno de nosotros certezas que basen nuestro comportamiento en estos turbulentos días?

El anuncio de permitir a los menores que desde hoy salgan del confinamiento durante unas horas ha sido un ejemplo de pésima gestión comunicativa y en eso ha habido tal unanimidad que hasta el responsable del desaguisado (el Gobierno español) ha admitido el error. Rectificar, como ha ocurrido, no es síntoma de debilidad. Más bien al contrario: muestra a las claras las dificultades en las que se están moviendo los gobernantes en su amplio sentido institucional y en su extensión geográfica. De las dudas no se libra nadie, salvo algún insensato como Donald Trump, cuya sociopatía es tan evidente como que este trastorno no tiene cura: egocentrismo desmesurado, desapego a las normas sociales, falta de respeto hacia sus semejantes, inestabilidad emocional, etc.

Podemos y debemos exigir diligencia a los gobernantes cuando se adopta una decisión y toca ejecutarla, pero no sería justo que no comprendiéramos e hiciéramos nuestras las incertidumbres que acompañan el proceso que desemboca en, digamos, un nuevo decreto que marcará nuestra vida cotidiana en los próximos días: hoy la salida de niños y niñas; ayer el cierre de la actividad laboral; y mañana, la vuelta a algo aún desconocido.

Exponer las dudas, explicarlas a una sociedad madura y comprensiva y tomar una decisión tras deliberaciones complejas, no debería estar penalizado

Si la fecha de las próximas elecciones en Catalunya ha quedado en el congelador, fijémonos cómo dibujaba el lehendakari Urkullu este mismo viernes la ineludible cita con las urnas: “mirar al futuro es plantear que si se dan las condiciones, con toda la prudencia, con toda la cautela, con todo el rigor, abordemos una reflexión sobre la conveniencia de celebrar elecciones autonómicas antes del mes de agosto”. Al condicional con el que empieza la propuesta, le siguen “prudencia”, “cautela”, “rigor” y, para cerrar, algo tan abierto como explorar si es posible hacerlo. Es decir, el deseo manifiesto y la potestad de hacerlo quedan supeditados a todas las dudas que genera la crisis sanitaria. Es decir, tomar una decisión políticamente tan trascendental para los próximos años genera muchas dudas incluso en quien lo propone. No es reprochable, es responsable hablar desde la incertidumbre.

Y como se trata de ir apuntando tareas pendientes, podemos extraer alguna conclusión. Exponer las dudas, explicarlas a una sociedad madura y comprensiva y tomar una decisión tras deliberaciones complejas, no debería estar penalizado. El marketing político imperante tiende a confundir “duda” con “debilidad” y muchos de nuestros gobernantes han caído siguiendo estos cantos de sirena en un comportamiento que empobrece el debate, el contraste de opciones diversas, la complejidad de los mecanismos democráticos, el análisis crítico de todo lo que llega a publicarse en un boletín oficial tras un debate parlamentario devaluado. Así que, bienvenida la duda en esa normalidad que se avecina.