El precio medio del alquiler en Barcelona en el tercer trimestre de 2023 alcanzó los 1.171 euros al mes, un 11% más que en el mismo periodo de 2022, creciendo, no hace falta ser un fenómeno para adivinarlo, a un ritmo muy superior que el de los salarios, que en promedio es de 2.000 euros... brutos. En el conjunto de Catalunya, el precio medio del alquiler se sitúa en 830 euros. Con estos precios, las opciones de tener una vivienda, ya no hace falta ni decir que digna, es una quimera, especialmente para los jóvenes que quieren emanciparse, que diría que son todos. No es ninguna novedad que la mayoría de indicadores económicos y sociales pongan de relieve esta precariedad juvenil. Sueldos más bajos que los del conjunto de la población —no se iguala hasta los 34 años—, tasa de paro casi el doble que la de la población en general, puestos de trabajo por debajo de su formación —sí, recuerden, la mejor de la historia—, la mitad con contratos temporales... No es extraño que solo 2 de cada 10 bípedos jóvenes puedan emanciparse.

Los jóvenes tienen muy difícil la integración laboral, el acceso a la vivienda y, por tanto, independizarse, formar una familia y tener hijos

Seguramente han sido una generación que ha sido más protegida familiarmente que las anteriores, pero, en cambio, tienen muy difícil la integración laboral, el acceso a la vivienda y, por tanto, independizarse, formar una familia y, si quieren, tener hijos. Unos básicos según los estándares convencionales. Y todo esto tiene varias consecuencias. Una baja tasa de natalidad —que se cubre, lógicamente, con más inmigración— y un bajo arraigo, que empuja a muchos a buscarse la vida en otros países. Como los que vienen aquí, vaya. Y el problema no es solo que la inversión en educación acabe con una fuga de talento. El problema es que es difícil construir un país de esta manera. Y quizás esto explica que, como nunca antes en la historia, exista un divorcio total entre todos estos jóvenes —no hace falta poner etiquetas ni letras absurdas, aunque lo haré en el siguiente párrafo— y los instalados, por decirlo finamente y sin utilizar sus palabras, buscadas con mala leche.

Y un último problema es que esto lleva a una especie de me-importa-un-bledismo, nihilismo y un vacío, en el mejor de los casos, y, en el peor, a un aumento de los votos a las opciones que con su discurso fácil, acumula el voto de los descontentos. Y no está precisamente a la izquierda. La economía por sí sola, el mercado, está visto que no da soluciones. Por tanto, la respuesta debe estar en la Administración, sobre todo en lo que se refiere a la vivienda, de compra o de alquiler. Pero, en fin, aparte de un titular de vez en cuando, están —estamos— todos por otras cosas. Quizás ahora que algunos de los Z —como Ada Santana y Ferran Verdejo— y varios millenials (o Y) ya han llegado al Congreso, harán algo ante los X —hola, soy uno de ellos, como Pedro Sánchez, y ahora somos mayoría— y, sobre todo ante los, digámoslo, boomers, que es la generación que ha mandado desde 1977, cuando ya irrumpió en una cámara mayoritariamente ocupada entonces por la llamada generación silenciosa.