La noche de jueves a viernes nevó en el Pirineo. Lo bastante, en algunas estaciones, para regalar un bonito día de nieve al día siguiente a todos los que anhelaban esquiar en nieve polvo.

Hace tres años que hay sequía. Ni llueve ni nieva. Al menos en Catalunya. Por el contrario, en los Alpes este año tienen nieve para dar y para vender, mientras en el Penedès, por ejemplo, mueren viñas enteras por falta de irrigación. No llueve y la viña, en el Penedès, es de secano. Vive de la lluvia y no es permitido regar. Así que las viñas más viejas —con raíces más profundas— se están marchitando o literalmente se mueren.

Hace unos días, Antich, que es hijo de La Seu d'Urgell, se compadecía de ver las sierras del Cadí peladas. Nada que ver con cuando era joven, por el frío que recordamos que hacía y porque un manto blanco era la estampa perpetua de las cimas de la cordillera. Y no le faltaba razón. Es una evidencia.

Otra cosa es si tenemos que aprovechar lo que todavía tenemos y si esquiar tiene que pasar a ser un deporte o actividad a erradicar. A veces es lo que parece exigirse desde una corrección política que bordea la intolerancia. El cambio climático es una persistente —escalofriante— anomalía con la cual tenemos que vivir. Pero es justo preguntarse si en nombre de este cambio hay que poner en la picota los deportes de invierno en la montaña. No son los responsables, ni remotamente. No lloverá o nevará más para que estén abiertos o cerrados la Masella o Vallter.

¿Que haya gente que suba a la Vall de Boí a andar por la montaña o a practicar su pasión deslizar por las pendientes nevadas es el problema? Más bien, hoy por hoy, es una necesidad para buena parte de la gente que vive de esto. No es la Iglesia de Sant Climent de Taüll el foco de atención principal. La cultura, el patrimonio, pesan. Pero no pesan lo suficiente para revitalizar ninguna comarca.

El cambio climático es una persistente —escalofriante— anomalía con la cual tenemos que vivir. Pero es justo preguntarse si en nombre de este cambio hay que poner en la picota los deportes de invierno en la montaña

La nieve artificial es ahora también objeto de polémica, a partir de medias verdades que a veces tienen más de cuento que de empírica objeción. Tampoco tendremos Juegos de invierno en el Pirineo. No los tendremos, en primer lugar, por el furibundo anticatalanismo de un tipo como Lambán, tanto socialista como Illa. Pero también ha pesado una contestación interna difícil de cuantificar. Y, finalmente, la sequía que ha rematado los escasos ánimos que quedaban para defender el proyecto. Tampoco sabremos qué gana el país transitando por estos senderos más allá de profetizar un futuro más sostenible que, parece ser, no casa con hacer unos Juegos.

El jueves nevó. Y todo el mundo que ama la vida y vivir sonrió. Y cabe decir que ha seguido nevando, mansamente eso sí, en la cara norte sobre todo. Ninguna levantada, sin embargo, que está por donde suele llegar la nieve cuando nieva con ganas. Y sería deseable que siguiera nevando. También para disfrute de las decenas de miles de esquiadores que disfrutan y por una economía pirenaica que depende de ello en buena parte.

Sonreímos cuando nieva, no sea que acabe pareciendo que para remachar al clavo nos da rabia que lo haga. Sin pasión, vivir tiene bien poca gracia. No fuera que nos acabara apasionando la infelicidad de aquellos a quien apasiona vivir y disfrutar del mundo y la vida.