Unos cardan la lana y otros se llevan la fama.

Puigdemont, Comín y Ponsatí fueron —felizmente— los grandes beneficiados de la victoria judicial del abogado de Oriol Junqueras, Andreu Van Der Eyden.

El Tribunal General de la Unión Europea falló a favor de Junqueras reconociendo que se es eurodiputado con todo lo que comporta a partir del momento que se proclaman oficialmente los resultados. Junqueras siguió en prisión pero los otros tres eurodiputados vieron cómo se les reconocía la inmunidad en virtud de su estatus. Habría sido un buen momento para conciliar posiciones y alargar fraternalmente la mano. Pero no fue así.

La cuestión es que Waterloo —con una indisimulada irritación— enseguida se apresuró a negar la evidencia con el fin de no reconocer que gracias a la defensa de Junqueras respiraban más tranquilos. Era una actitud tan mezquina como necia. Pero por otra parte comprensible vista la confrontación que se predica y que pasa para colgar a Junqueras todo sambenito por contraste con la abnegada actitud del mundo de Waterloo, cada vez más maniqueo.

Waterloo enseguida se apresuró a negar la evidencia con el fin de no reconocer que gracias a la defensa de Junqueras respiraban más tranquilos. Era una actitud tan mezquina como necia

En lugar de celebrar la resolución del TGUE y abrazar a Junqueras correspondieron con una actitud agria, restando cualquier mérito y subrayando que la hoy reconocida doctrina Junqueras era en realidad la doctrina Musotto, un caso que se remontaba al 2003 y que nadie había verbalizado —ni remotamente— hasta que Junqueras obtiene el pronunciamiento del TGUE.

Está en este contexto que hay que entender, la reacción desaforada de las terminales de Waterloo poniendo el grito en el cielo por la derogación de la sedición es, también, un problema de protagonismo. Aunque no únicamente. En el fondo es la misma reacción a la doctrina Junqueras cuando quisieron imponer refunfuñando el relato sobre la doctrina Musotto. En este caso, con un paso más en esta espiral de confrontación cainita. Ahora, pretendiendo demonizar la derogación de la sedición que de haber sido negociada por Waterloo se habría celebrado con pompa y todos los honores. Mención aparte merece la fabulación y la conspiranoia sobre agendas ocultas y perversas.

Más o menos ya pasó con los indultos, reprobados como un acto de rendición. Indultos gracias a los cuales Jordi Turull, secretario general de Junts, no duerme en la prisión. Todo avance, todo paso adelante, todo proceso de diálogo y negociación es rechazado con menosprecio desde un maximalismo de retórica entre vacía o fantasiosa y a menudo contraproducente.

La pregunta es hasta cuándo. El quinto aniversario del 1 de Octubre no es que fuera patrimonializado —que también— es que sobre todo fue liquidado su espíritu, empequeñecido mesiánicamente. Ni rastro de aquello que fue ni de aquello que lo hizo posible.