El hecho de que Santi Abascal haya confesado que regalaría de gratis el "sí" de sus 33 diputados a Feijóo, con el objetivo (insuficiente; debe fallarle la calculadora) de evitar que España sea gobernada por los independentistas, y el recientísimo adiós de Iván Espinosa de los Monteros a la formación ultraderechista, iniciando así uno de aquellos sálvense-quien-pueda "por motivos personales y familiares" que muy pronto será desbandada, certifica que Vox ha entrado en una residualización muy parecida a la de Ciudadanos. Mientras el partido naranja sirvió a las élites españolas para demostrar que una opción antinacionalista (y antiinmersión) podía ganar unas elecciones al Parlament, el invento de Abascal fue la simple rabieta de unos cuantos altos funcionarios del estado y cuatro marquesitos con bastante tiempo libre para intentar llevar al Congreso el sueño húmedo de la judicatura española: prohibir el independentismo por decreto.

Los últimos activos de Ciudadanos ya acabaron dentro de la órbita del PP; son un buen ejemplo Albert Rivera, a quien enchufaron en el despacho que hacía de gestoría a los populares, y siendo noticia solo cuando cambia de chati, y nuestro simpático Nacho Martín Blanco, que de entonar la muerte del bipartidismo ha pasado a ser el virrey de Feijóo en Barcelona, para así coger el AVE hasta Madrit y hace ver que trabaja. El PP irá absorbiendo a Vox lentamente en las zonas donde gobiernen en coalición, puesto que el electorado de derechas muy pronto verá que eso de los consejeros un poco toreros hace gracia, pero que tampoco hay que pasarse, y los de Abascal volverán a los rincones más oscuros de las alcantarillas españolas. Vox no decidirá nada en la política española, porque su fuerza reside en tener un ejército de magistrados y en haber inoculado el virus derechista a los críos que, cuando van tajas, insultan a Pedro Sánchez en las discotecas madrileñas.

Como ya avisé, los últimos comicios no tenían nada que ver con la dicotomía progresismo-fascismo, sino con el anhelo de las élites españolas por volver al bipartidismo a través de una presidencia fuerte. El PP se deshará muy pronto de Vox y Alberto Núñez Feijóo podrá volver a Galicia con la cabeza lo bastante alta, mientras la sectorial del kilómetro cero irrumpe tranquilamente en la sede de la calle Génova. Por su parte, Pedro Sánchez acabará logrando que las demandas de los independentistas (lejos de la autodeterminación y del referéndum) se parezcan bastante a las competencias recortadas del Estatut antes del cepillo que aplicaron PP-PSOE. Por otra parte, el líder del PSOE sabe que cualquier avance en el autogobierno catalán —por mucho que el nuevo Frankenstein lo apruebe en el Congreso— deberá pasar el control de quien tiene el poder real para legislar: la alta judicatura.

Los últimos comicios no tenían nada que ver con la dicotomía progresismo-fascismo, sino con el anhelo de las élites españolas por volver al bipartidismo a través de una presidencia fuerte

Contrariamente a lo que pensaban los histéricos de la tribu, una gente curiosa que se pasaba el día haciéndose pajas imaginando cómo Santi Abascal les prohibía fornicar por vía anal o vestirse de mujer, Vox desaparecerá por un motivo un poco distinto al de Ciudadanos. Los de Albert Rivera tenían que hacer ver que España rompía la muleta del bipartidismo y hacían algo parecido a luchar contra la corrupción. Vox, simplemente, quería enmendar las ganancias regionalistas incluidas en el régimen del 78; pero sus mismos espónsores han acabado dándose cuenta de que la política de partido no termina de ser el terreno más eficaz para llevarlo a cabo. Pedro Sánchez ya empezó a plantar cara a la judicatura con los indultos y pactando una rebaja de la sedición con los principales afectados por tal delito. Si repite en la Moncloa, su reto será seguir manteniendo el pulso con la ayuda inestimable de catorce diputados indepes.

Cómo hay que verse, queridos lectores. ¡De hacer la independencia, a acabar organizando las opos a las futuras togas sociatas de los españoles! No me extraña que Sánchez, a quien hay que reconocer la condición de ser un cachondo mental, haya propuesto a nuestros aprendices de líder eso de traer la causa del Tsunami Democràtic a los juzgados de Barcelona. Así podremos, cuando menos, acabar escogiendo a los magistrados que nos den por saco, con un método que podríamos bautizar como "juristas de proximidad". Y os preocupabais por Vox, criaturas del cielo…