Podría haber titulado este esbozo rápido de la noche electoral, sin terminar el recuento, "Amarga victoria", pero ese título ya lo usó en su día un periodista paisano mío cuando aquello de Aznar y Felipe. Al PP se le ha atragantado su inmenso crecimiento electoral, cuarenta y tantos escaños más, y en Génova a estas horas los DJs no pinchan y los simpatizantes hacen grupos con timidez. Las expectativas, las expectativas es lo que tienen, y que en el patio del cole te hayan hecho el vacío y sólo te sirva ganar con creces porque no tienes opciones de juntar nada más que a uno. Y si algo han demostrado estas vertiginosas elecciones es que ese uno, Vox, apesta, que la inmensa mayoría de los electores no quieren ni de lejos que se acerque a tocar poder, que ni siquiera la expectativa de unos sondeos que le hablaban al PP de poder intentar un gobierno en solitario, han servido para que el pueblo se confíe. Todos a una para impedir que Vox gobierne.

Sólo ese empeño ha movilizado un voto progresista que llevaba varios comicios durmiendo en sus rencillas de la vida de Bryan. Andalucía —que le dio la mayoría al PP en las autonómicas para excluir a Vox— ha sostenido al PSOE; como Catalunya, cuyos resultados para los de Sánchez han sido también excelentes. No cabe duda de a quién le ha beneficiado la joint venture con ERC, que se ha dado un batacazo de los reseñables.

Sánchez contento, por no haberse desplomado; Feijóo, con unos resultados como hacía años no tenía el PP y los dos jodidos en realidad, porque las opciones no están claras

Así que España ha votado para frenar a Vox y además ha votado bipartidista. A la hora en que escribo, los dos grandes partidos nacionales sumaban entre los dos más de un 65% del voto y a pesar de que Feijóo ha subido en escaños, ha ganado en número de votos y en porcentaje, es prácticamente imposible que pueda gobernar. Lo que tampoco significa que Sánchez tenga cantada la investidura y ahí es dónde entrará en juego la variable Junts. Eso contando con que ERC y Bildu, que se abstuvieron la vez anterior, esta vez aceptaran votar afirmativamente y que Junts decidiera entrar pidiendo lo que fuera a cambio. No parece un camino fácil, así que el bloqueo pende sobre la Carrera de San Jerónimo y la posibilidad de volver a votar con bufanda y guantes se vuelve más real. Y eso porque el mantra que se ha pasado Rufián repitiendo toda la campaña no es posible, o sea, ni PP ni PSOE dejarán gobernar al otro con sus votos.

El efecto Vox ha sido decisivo. Las amenazas con la llegada del fascismo en los comicios locales no dieron resultado a la hora de movilizar el voto progresista pero la mezcla de los pactos locales con el PP, y las locuras y aberraciones que han propuesto o exigido, con la nube negra y terrible de su entrada en el gobierno nacional eso sí ha funcionado pero a base de bien. Ahí Sánchez anduvo listo cuando decidió romper la baraja y convocar inmediatamente tras el batacazo en las municipales.

El problema del PP se llama Vox. Parece imposible, después de esta oportunidad perdida, que el partido conservador consiga gobernar mientras no se deshaga de esa amenaza permanente sobre sus posibilidades de gobierno. Algunos pensaban que aflorarlos en el poder serviría para debilitarlos —como le sucedió a Podemos— pero no se les ha dado lugar, era demasiado peligroso. Así que tendrán que deshacerse de ellos de otra manera, por fagocitosis o vaya usted a saber. Fíjense que ni en Madrid capital la ultraderecha se ha mantenido: Vox ha caído a cuarta fuerza en lo que parecía uno de sus caladeros naturales.

Noche extraña sin nadie que pueda votar en los balcones. Sánchez contento, por no haberse desplomado; Feijóo, con unos resultados como hacía años no tenía el PP y los dos jodidos en realidad, porque las opciones no están claras. Entre los dos concitan el 65% del voto nacional y, sin embargo, todas las decisiones están en manos de los partidos independentistas. Esa es la realidad, lo que no sabemos es a dónde nos lleva.