La duda que difícilmente se despejará esta noche es cómo gobernará el PP, si gracias al apoyo de Vox, gracias al apoyo del PSOE o, si obtiene un resultado espectacular, abriendo un período de negociación de la investidura de Núñez Feijóo con partidos regionales para gobernar en solitario. En cuanto a Catalunya, la victoria del PSC está cantada por varios motivos, algunos ciertamente insólitos, porque siendo el PSC más españolista que nunca desde su fundación como partido nacional catalán, ha logrado ensanchar la base gracias sobre todo a las facilidades que le han puesto sus contrincantes, muy especialmente los principales partidos independentistas, empeñados en adoptar posiciones que disuaden al voto de la propia clientela electoral.

Hace unos días, un militante histórico del PSUC, que en su tiempo hizo muy buen trabajo tanto en el Govern de Catalunya como en el Congreso de los Diputados, me criticó severamente las políticas del gobierno municipal de Ada Colau y no pude evitar preguntarle a quién había votado en las municipales y dijo que se tapó la nariz y votó por Colau porque “es mi espacio”. Esta semana, un histórico e influyente militante de Convergència renegaba de la estrategia sin rumbo de Junts per Catalunya y de la candidatura presentada. Le hice la misma pregunta que al anterior y me contestó lo mismo. “Votaré tapándome la nariz”. Todo apunta a que hoy votar con la nariz tapada solo para que no ganen los demás será un fenómeno digno de estudio de los politólogos.

Todo apunta a que hoy votar con la nariz tapada solo para que no ganen los demás será un fenómeno lo suficientemente frecuente como para ser digno de estudio de los politólogos.

Que algunas formaciones no se sienten muy seguras con los candidatos que presentan lo pone de manifiesto, por ejemplo, que Esquerra Republicana ha incorporado como referente de campaña e incluso en las banderolas de la Diagonal la figura del president Aragonés o la de Oriol Junqueras, que no se presentan a los comicios. Tres cuartos de lo mismo ocurre en Junts per Catalunya que confía principalmente en la capacidad arrastradora de Carles Puigdemont quien, mira por dónde, no hace mucho renunció a la presidencia del partido, pero no a su autoridad. La prueba es que Puigdemont impuso la candidatura de Míriam Nogueras, cuando es fácil constatar que la candidatura de Jaume Giró habría conformado a buena parte de los electores de Junts que añoran la solidez representativa de los tiempos de Pujol y Roca, y que hace unas semanas se movilizaron por Xavier Trias.

Votar tapándose la nariz es como votar resignadamente estrategias y candidatos que no ofrecen suficiente credibilidad para defender las propias ideas o al menos que pueden ejercer de dique de contención respecto de los adversarios. En Francia, con otro sistema electoral, la gente de izquierdas se ha visto obligada varias veces a votar a un candidato de derecha como Jacques Chirac o un candidato tan irritante como Emmanuel Macron para impedir el triunfo del Front National. Hay una tesis, la de los abstencionistas, que consideran más efectivo dejar de ir a votar para que el propio partido lo interprete como un castigo autoinfligido que servirá para convencer a la cúpula dirigente de que debe cambiar de estrategia y de representantes. Sin embargo, esto equivale a dejar que los adversarios, se aprovechen de ello y lleven a cabo políticas contrarias a las que en último término defenderían mejor o peor los representantes torpes del “espacio propio”. Antes y después de las elecciones, los militantes y correligionarios pueden ejercer su capacidad de presión para forzar los cambios necesarios en su espacio político, pero nunca podrán hacerlo respecto a los electos de las formaciones contrincantes.

La abstención es un castigo autoinfligido del que se aprovechan los adversarios, pero quienes se ven obligados a votar tapándose la nariz, tenían que haberse ocupado antes o tendrán que hacerlo después de las elecciones si pretenden enderezar seriamente el rumbo de sus partidos.

Dicho de otra forma y poniendo por ejemplo la circunscripción de Girona. En 2019, con una extraordinaria participación del 76% se repartieron seis escaños ERC (3), Junts (2) y PSC (1). Ni PP ni Vox sacaron representación. Parece más que probable que la participación baje hoy considerablemente, lo que permite aspirar a los partidos minoritarios a conseguir el último escaño en disputa. En la medida en que los votantes de ERC y de Junts opten por quedarse en casa, las posibilidades de PP, de Vox, pero también de la CUP, ahora que han logrado la alcaldía de la capital, aumentan considerablemente, eso si no los recoge el PSC aprovechando los beneficios de la ley D'Hondt para la lista más votada, tal y como prevén los sondeos. Queda claro, pues, que de la movilización de las tres formaciones que se llaman independentistas dependerá que Girona vuelva a tener representantes de la derecha española. Según un interesante estudio publicado en El País, entre Barcelona, Tarragona y Lleida, PP y Vox tienen siete escaños probables pero no asegurados en disputa con el resto. Siete diputados más el de Girona pueden determinar la mayoría parlamentaria en el Congreso.

Ciertamente el voto tapándose la nariz puede contribuir a reforzar los rumbos equivocados, pero es que el rumbo no se fija en la campaña electoral. La democracia, la acción democrática en los partidos, la estrategia electoral y las candidaturas se trabajan mucho antes. No vale quejarse cuando todo está decidido. A menudo ocurre que los electores y militantes esperan que les den el trabajo hecho y cuando no les gusta refunfuñan. Y en el ámbito de la militancia, las cúpulas suelen promocionar la fidelidad en vez de la competencia, con lo que siempre ganan los mediocres, sobre todo si de ello les depende el puesto de trabajo que suelen defender con uñas y dientes. Si militantes y electores de ERC, que era el partido independentista de referencia, consideran que la dirección del partido ha cambiado de rumbo en contra de su voluntad, deben tener el coraje de rebelarse no ahora, sino antes y/o después de las elecciones. Si electores y militantes de Junts consideran que el partido ha perdido identidad y lleva el camino de convertirse en un grupúsculo friki e irrelevante, también deben tener el coraje de rebelarse no ahora, sino antes y después de las elecciones para no volver a votar tapándose la nariz. Y si los partidos no son capaces de regenerarse, deberá hacerlo la sociedad fundando partidos nuevos.