Decía Joan Fuster que toda la política que no hagamos nosotros será hecha contra nosotros. Raramente se equivoca el añorado intelectual de Sueca, pero en los tiempos que corren es difícil aplicar uno de sus aforismos más famosos. Porque si bien ejercer el derecho al voto tendría que ser una motivación y parece un deber moral, cada vez es más la gente la que se da cuenta de que, demasiado a menudo, de poco sirve depositar la papeleta en una urna si después se toman decisiones que poco tienen que ver con el resultado final o con lo prometido.

La abstención como forma de protesta legítima toma cada vez más fuerza, por la falta de confianza que genera la clase política. Porque para decidir siempre con una pinza en la nariz, quizás sí que no votar puede acabar siendo una opción. No todo el mundo sabe votar a regañadientes y eso puede tener varias lecturas, pero es una certeza evidente. El desencanto de los electores provoca una peligrosa desafección de la ciudadanía, que se traduce en quedarse en casa o en optar por opciones populistas. En Tortosa, por ejemplo, la abstención ha sido la ganadora de las elecciones, llevándose el porcentaje más alto: un 43 por ciento, por encima de cualquier sigla.

En un contexto de crecimiento de los partidos de derecha y extrema derecha, hay que destacar que de los 496 concejales de las Terres de l'Ebre, solo 3 serán de la derecha pura y dura

Así las cosas, en el estado español la abstención ha sido del 36 por ciento (cifra similar a la de hace cuatro años). En Catalunya, en cambio, los números son peores y la abstención alcanza el 44 por ciento (9 puntos por encima de 2019). En nuestro país, una fotografía aérea —sin entrar muy al detalle y a la espera de futuros pactos y algunos detalles— muestra un merecido castigo a los partidos independentistas, por la mala gestión de la corriente de firmeza e ilusión de la gente que quiere un estado propio y que se siente, desde ya hace tiempo, huérfana de representantes que le recojan las aspiraciones. Probablemente sea de las veces que el descontento nacional a nivel de país más se filtra en unas elecciones municipales.

Al cansancio y decepción con las formaciones que hasta ahora enarbolaban la estelada con unidad y sin fisuras, tendría que sumarse otro factor: la desvirtuación de la democracia por parte del Estado. Este hecho también ha agotado a parte del electorado, harto de poner un sobre dentro de la urna para después encontrarse con inhabilitaciones discrecionales, con investiduras fiscalizadas por tribunales con tics franquistas o con juntas electorales alterando la aritmética resultante inicial.

Para acabar este análisis de urgencia en caliente, un dato para el optimismo: en un contexto de crecimiento de los partidos de derecha y extrema derecha, hay que destacar que de los 496 concejales de las Terres de l'Ebre, solo 3 serán de la derecha pura y dura. Se trata de los dos concejales del PP en Ulldecona (Montsià) y del concejal del PP en Gandesa (Terra Alta). El resto de partidos de esta ideología que se presentaban en las cuatro comarcas del Ebre (Ciudadanos, Vox, Valents, Salvem lo monument, etc.) no han obtenido ninguna representación.

Eso quiere decir que, de un censo de 129.328 personas, solo 2.824 han depositado una papeleta de derechas en la urna. Que sí, que hay otro tipo de fuerzas conservadoras camufladas, pero permitidnos a los de aquí abajo celebrar que somos un humilde pero valeroso dique de contención del fascismo y sus variantes. Y eso, teniendo en cuenta la historia reciente de este pequeño rincón de mundo, es un gran hito que ojalá contribuya a dejar de tener prejuicios sobre el compromiso y el color de esta tierra.