Se han convocado las elecciones españolas y en Catalunya solo los partidos españoles y españolistas ofrecen razones comprensibles para que la gente los vote. Sabe mal de decirlo teniendo en cuenta el perfil del lector de El Nacional, pero es comprensible que la gente que prioritariamente teme un gobierno del PP, vea en los socialistas (ingenuamente) la posibilidad de impedirlo. E igualmente comprensible que la gente conservadora, la gente que quiere menos impuestos, como en Madrid (que nunca se aplicarán a Catalunya), y la gente que suele jugar a caballo ganador apueste ahora por el Partido Popular. El problema lo tienen los que, conscientes de que Catalunya necesita establecer un dique de contención para lo que vendrá, sea un gobierno PP-Vox como los del País Valencià o las Balears o, todavía peor, la gran coalición PP-PSOE, se han quedado sin referentes alternativos y con dos dilemas acumulados. ¿Votar o no votar? ¿Y si la respuesta es votar, como se puede votar los que han decepcionado tanto en los momentos que más requerían estar a la altura?

La referencia catalana o tiene alguna legitimidad democrática o no será. No hay que engañarse, los votos no servirán para hacer la independencia, pero quizás sí para la pervivencia de la escuela catalana, de los medios públicos, de la cultura, de los organismos autóctonos y lo que es más importante, de los votos depende la voluntad de ser de los catalanes, democráticamente expresada.

Algunos autóctonos están tan indignados que reivindican la abstención o el voto nulo, que solo sirve para entregar la legitimidad democrática a los adversarios. Y eso porque la representatividad democrática solo se puede medir en votos. Iba a decir aquí y en la China Popular, pero no, a la China Popular, no. Está en Europa donde sin votos no se representa nadie. Ahora la Assemblea Nacional Catalana, que no se sabe qué y a quién representa, hace campaña por la abstención y el voto nulo al mismo tiempo que anuncia una candidatura propia a las elecciones catalanas. Todo invita a sospechar que lo que pretende es forzar el fracaso de ERC, Junts y CUP, del independentismo oficial, para erigirse a continuación como los independentistas auténticos, eso sí, con la aspiración de colocarse en el parlamento autonómico. Sería la cuarta opción política que disputará poder autonómico a base de discursos independentistas vacíos de contenido.

La abstención es una opción tan democrática como la que más, e incluso puede parecer la más razonable cuando solo se puede escoger entre mala gente o candidatos incompetentes. Además, el voto contribuye a mantener un sistema que desde algunos puntos de vista es el que los somete a tener que vivir eternamente gobernados por adversarios políticos, culturales y lingüísticos. De estos planteamientos salen los discursos abstencionistas basados en el antiguo eslogan revolucionario del "cuanto peor, mejor". Esta teoría la propagó el siglo XIX un revolucionario ruso, Nikolái Gavrílovich Chernyshevski, quien inspiró a Lenin. La intención era agravar el deterioro de las condiciones de vida de los obreros y campesinos para precipitar la revolución. Esta es la típica teoría que perjudica objetivamente a los desgraciados utilizados como carne de cañón y que, al fin y al cabo, nunca se cumple o se cumple en la inversa, es decir, cuanto peor, peor. La aplicación en Catalunya consistiría en esperar que los españoles arrasen con cualquier residuo de identidad catalana porque entonces la gente se rebelará. Y resulta que los catalanes tienen un historial más gruñón que revolucionario. Sin ir más lejos, el Estado durante el Procés reciente ha aplicado una represión y una persecución política brutal y lo que han hecho los catalanes, dirigentes y ciudadanos, no ha sido rebelarse precisamente. Como máximo, manifestarse sin ensuciar las calles y procurando no hacerse daño y, sobre todo, no perder patrimonio.

Los votos son el único certificado de la existencia política. Cuando los tribunales europeos se refieren sutilmente a Catalunya como "grupo concreto objetivable" se basan en los votos que han recibido los partidos soberanistas y la persecución que han sufrido. Si no tuvieran votos, no serían ni grupo, ni concreto, ni habría manera de objetivarlo.

Cuando Mariano Rajoy suspendió el autogobierno de los catalanes aplicando de manera tergiversada y abusiva el artículo 155 de la Constitución española, aprovechó para convocar unas elecciones al Parlamento en desigualdad de condiciones entre los contrincantes, con los líderes independentistas derrotados y encarcelados o al exilio. El objetivo era expulsar a los independentistas de las instituciones. Los partidos represaliados decidieron coger el reto y aceptaron la convocatoria como legítima y presentaron candidaturas. Y lo hicieron porque si no lo hacían, el bloque del 155 se habría apoderado absolutamente de las instituciones catalanas con un programa inequívoco como lo que ahora PP y Vox han empezado a aplicar en el País Valencià y en las Balears. La iniciativa de Rajoy tuvo éxito, pero menos del esperado. Ciutadans ganó aquellos comicios, pero los partidos soberanistas sumaron una mayoría que les permitió ejercer —eso sí, mínimamente— de dique de contención de la ofensiva españolizadora.

Otro apunte a tener en cuenta. Cuando surgió el movimiento del 15-M, los indignados gritaban a los políticos: "No nos representan". Pero un buen día los desalojaron de todas las plazas. El movimiento solo adquirió bastante política real cuando Podemos articuló una alternativa politicoelectoral de carácter republicano, que, como pasa a menudo, no ha cubierto las expectativas, pero desde el minuto cero asustó tanto al régimen, que desde el comienzo los combatió con todas las guerras brutas imaginables hasta echarlos de las instancias de poder. En la calle ya no dan miedo, solo serán una cuestión de orden público. (A Yolanda Díaz, contratada para la demolición desde dentro, quizás le agradecerán los servicios prestados, aunque Roma no paga traidores. En cualquier caso, su puñalada la perseguirá para siempre.)

El Podemos republicano asustó al régimen cuando tenía votos y expectativas y Yolanda Díaz fue contratada para hacer la demolición desde dentro. Sin votos ya no son nada.

La democracia es un sistema imperfecto y la democracia española es, además de imperfecta, defectuosa, como han certificado organismos internacionales, pero al final lo que cuenta, lo que lo justifica todo, son los votos. Los votos son el único certificado de la existencia política. Cuando los tribunales europeos se refieren sutilmente a Catalunya como "grupo concreto objetivable" se basan en los votos que han recibido los partidos soberanistas y la persecución que han sufrido. Si no tuvieran votos, no serían ni grupo, ni concreto, ni habría manera de objetivarlo. Los instrumentos del autogobierno son escasos, los partidos catalanes y sus líderes han perdido la credibilidad. Sin embargo, la referencia catalana o tiene alguna legitimidad democrática o no será. No hay que engañarse, los votos no servirán para hacer la independencia, pero quizás sí para la pervivencia de la escuela catalana, de los medios públicos, de la cultura, de los organismos autóctonos (el primero que ya está amenazado es el Instituto Ramon Llull). Y lo que es más importante, de los votos depende la voluntad de ser de los catalanes, democráticamente expresada.