Un amigo que tiene oficina en Manchester y hace vida en una sociedad despierta, capaz de votar contra la opinión de su gobierno y de la prensa occidental más prestigiosa, me dice: "Esto de Erdogan es interesantísimo. Si debilitas lo suficiente tu país, después le puedes dar comida de gato y que se la coma. Entonces haces elecciones de vez en cuando y todavía pasas por demócrata." Ayer al atardecer, mientras seguía la evolución del voto en Estambul, mi amigo dejó de preocuparse por al valor de la lira turca y me empezó a llenar el móvil de mensajes que me preguntaban, básicamente: "¿Los catalanes no somos turcos, verdad?".

Él ya sabe que yo no tendría un Patreon tan activo si pensara que Catalunya es como Turquía. Pero también sabe, aunque a veces le cueste de entender, que ya hace tiempo que vivo como si las últimas defensas del país hubieran caído. Ya hace tiempo que no descarto marcharme al extranjero o de acabar, como tantos otros escritores locales del siglo XX, consumido por la tristeza o por alguna enfermedad. La gente tiende a ver la política como un mundo aparte, hecho de simbolismos y de retórica más o menos barata. Pero igual que los perros se acaban asemejando a sus amos, los políticos también se acaban asemejando a sus votantes —y a la inversa.

Todos vivimos bajo la influencia de los grandes discursos políticos, igual que vivimos bajo la dictadura del sol y las estrellas. Lo que pase en Turquía evidentemente va a llegar a Catalunya, igual que llegó a Catalunya la caída del Muro de Berlín y la destrucción de las Torres Gemelas. Yo, que vi la fuerza creativa que la idea de votar la independencia liberaba en muchos de mis mejores amigos, ahora veo desconcertado como el miedo y los deseos más bajos van oscureciendo a muchas personas que conozco. Los catalanes hemos malgastado una ocasión de oro para afirmarnos (no solo de hacer la independencia) y como ha pasado otras veces, ahora iremos a remolque de las desgracias de la historia.

Después de ver el caso turco, la abstención todavía me parece la salida más inteligente posible, para este ciclo electoral. No veo ninguna otra opción, en Catalunya, capaz de dar una imagen representativa y cohesionada del país, que sea más grande que el cinismo y el sálvese quién pueda que ha esparcido el fracaso de nuestros políticos. Si no hay un mensaje rupturista, el país quedará atrapado otra vez en el olvido y en la frivolidad que ha destruido el régimen del 78 sin generar ninguna alternativa. En todas partes, la mayoría de la gente tiende a preferir las soluciones rápidas y fáciles, basadas en la muerte o en el autoengaño, a los escenarios de tensión y de incertidumbre. No creo que nos lo podamos permitir, esta vez.

Con el traspaso de Franco, muchísimos catalanes que habrían votado a favor de cortar por lo sano con la herencia dictatorial prefirieron votar la Constitución para tener la fiesta en paz y no cabrear al ejército

Con el traspaso de Franco, muchísimos catalanes que habrían votado a favor de cortar por lo sano con la herencia dictatorial prefirieron votar la Constitución para tener la fiesta en paz y no cabrear al ejército. El proceso de independencia fue un intento de corregir tarde y mal los resultados de aquella decisión prudente y comprensible, pero seguramente equivocada. Ahora mucha gente se plantea votar con la nariz tapada, porque la única alternativa que es capaz de imaginarse es una vuelta al franquismo. Pero el pasado no vuelve nunca igual, tanto da que Madrid mande neonazis en la Bonanova para dar color a las elecciones, o que promocione figuras ridículas como Anna Grau para disimular la mediocridad de los otros candidatos.

La democracia es una idea cristiana. No está pensada para mantener la unidad de los estados a ultranza. Está pensada para proteger el amor; para dar un contexto a los ciudadanos que les permita perseguir sus ambiciones y sus sueños sin tener que ensuciarse más de la cuenta. Si algo bueno hizo el procés fue limpiar la base popular del país de actitudes irónicas y descreídas. La idea de una independencia democrática liquidó los discursos tóxicos que ridiculizaban cualquier acción o cualquier actitud que reforzara la catalanidad. Para volver a hispanizar la vida catalana de verdad, Madrid necesita, primero, envilecer nuestros votos obligándonos a elegir entre candidatos de mierda.

Si no paramos la dinámica creada por la estafa de los partidos y por la represión del 155, cada vez nos miraremos nuestras ambiciones desde más abajo y nos pelearemos entre nosotros por cosas más pequeñas. Si en este ciclo electoral que viene nos abstenemos, pasaremos unos años difíciles. Pero si votamos, cualquier voto que demos a los partidos del Parlament se volverá  otra humillación como la de Junqueras declarando en castellano o la de Puigdemont huyendo como un conejo para engañar después al electorado con la promesa de un retorno. En la política, nos jugamos ahora la calidad de nuestra vida personal más íntima y la posibilidad nada remota que algún día, si bajamos lo suficiente el nivel, acabemos votando a nuestro propio Erdogan como unos imbéciles.

Vale más vivir en una dictadura, que votar una dictadura. O para decirlo en catalán: "val més viure en un país ocupat que votar un país ocupat."