Da un poco de vértigo ver como el PSC se convierte, poco a poco, en el partido más influyente de España. Da un poco de vértigo porque el PSC es el partido de la clase dirigente que hizo el imperio hispánico y llevó el país hasta el desastre de 1714. Es el partido de la burguesía que impulsó las aventuras del general Prim y se dejó ennoblecer por la monarquía borbónica después de la Primera República. Es el partido del austriacismo y del Fòrum de les Cultures, pero también de la Loapa y de Tejero; el partido que encumbró a Companys y a Maragall y los dejó colgados, a medio camino, cuando ya habían hecho el trabajo sucio.

Ahora nadie parece acordarse que cuando Pedro Sánchez iba por España con su Peugeot, más solo que la una, el único apoyo estable que tenía era el PSC. Sánchez se podía promocionar con el discurso de las primarias porque Catalunya pedía algo más de democracia. Tampoco se dice mucho que Zapatero, su único valedor en Madrid, llegó a la Moncloa después de ganar un pulso interno a Bono con los votos de los socialistas catalanes. Siempre que la casta madrileña pierde el control de Catalunya, llega el PSC con sus experimentos. Cada vez que leo un sermón de Iván Redondo me acuerdo del libro de Cambó  Per la concòrdia, escrito poco antes de que la Lliga perdiera el oremus y el honor.

El PSC tiene un campo de fútbol para poder hacer y deshacer porque el 1 de octubre dejó la España de la Transición sin discurso político. Los catalanes y los castellanos ya se han dicho todo lo que se podían decir. Si no hay democracia en Catalunya, tarde o temprano habrá bofetadas en el conjunto de España. La convivencia no se puede imponer. Se puede imponer una ocupación militar. Se puede imponer el Cuartel del Bruc y el castillo de Montjuïc, se puede imponer el castellano a través de oleadas migratorias, monopolios económicos y multas administrativas justificadas con leyes extranjeras. Se puede imponer la corrupción asustando a los políticos y a los intelectuales, o a los curas, pero la concordia no se puede imponer.

Esta década es posible que el odio a la catalanidad aumente, porque el PSC la va a usar para apuntalar el Estado que controlan los castellanos

El PSC, que empezó defendiendo el derecho a la autodeterminación, ahora pretende que Catalunya renuncie por la fuerza a ser un país normal, y que Castilla renuncie progresivamente a sus derechos de conquista. Es verdad que Castilla ya no es lo que era, y que ha perdido el músculo espiritual y demográfico. También es verdad que Catalunya ha vuelto a demostrar, como hace un siglo, que tiene más boca que cerebro, puede ser porque sus políticos llegan a las instituciones podridos de entrada. El cinismo europeo tampoco ayuda. De hecho, contribuye a amplificar el espejismo que es posible imponer una concordia que el mismo PSC se esforzó mucho en destruir cuando los resultados electorales iban en su contra.

El conflicto nacional ha llegado a un punto de no retorno y ahora será difícil resolverlo de manera constructiva. Se ha alimentado a Vox, y se han promovido todo tipo de analfabetos dentro del PP, y no solo en Catalunya y en València. El mundo de la vieja CiU es una madriguera de socialistas de segunda fila disfrazados de patriotas catalanes. Aunque Andrea Levy y Jordi Graupera estén ofendidos con mis artículos, saben que se ha destruido la única generación de políticos catalanes y españoles que podía haber cerrado la Transición de forma civilizada. Desde que Aznar puso los pies en la mesa de Camp David para vacilar a Francia y Alemania, e impresionar a los empresarios catalanes, aquí todo el mundo se ha pasado de listo.

Ahora que la inmersión lingüística está más desacreditada que la propia democracia, es muy difícil que la hija del Rey pueda resolver los problemas del Estado haciendo discursos en euskera y catalán. Puigdemont ya puede hablar de compromiso histórico. No puede haber ningún compromiso histórico mientras los políticos que hicieron el procés —y no me refiero solo a las cabezas visibles— continúen en activo. Los sermones de Iván Redondo estan hechos con el mismo humo que alimentaba al Colectivo Wilson de Sala i Martín, por eso comparten La Vanguardia con los publirreportajes que el conde de Godó vuelve a dedicar a Artur Mas: "He llorado más leyendo —poesía o El principito que con la política"

En mi opinión, lo único que podemos hacer es ganar tiempo mientras limpiamos el patio y miramos a veinte años vista. Esta década es posible que el odio a la catalanidad aumente, porque el PSC la va a usar para apuntalar el Estado que controlan los castellanos. Después, veremos qué pasa. Quizás dentro de una generación, si por el camino no hemos caído en la tentación de volver atrás para pervertir las cosas que nos tendrían que servir para construir el futuro, podremos cerrar la Transición sin pedir al pueblo catalán que se suicide o volver a matarnos.