Vivir de las heroicidades de los demás es cobarde, más todavía si lo utilizas para taparte las miserias. Este lunes, Joel Díaz dio una lección de integridad —medio política, medio moral— yéndose del Zona Franca porque TV3 había apartado a Manel Vidal a raíz de una broma sobre el PSC. A estas alturas de la historia, casi todo el mundo que es capaz de expresar una opinión hecha y derecha sobre el asunto se ha atrevido a darla y lo ha hecho con el mismo pretexto con el que TV3 apartó a Manel: para proteger unos intereses, cada uno los suyos. Cada uno ha dado a la renuncia de Joel una utilidad —pero ya no hablan de Joel.

Para todos aquellos que trabajan o colaboran en algún medio de comunicación, el asunto Zona Franca ha sido una palestra de vanidades. Algunos lo han elogiado —sin decir que lo elogiaban— por todo lo que ellos mismos no han sido capaces de hacer cuando tocaba. Otros se han hecho los gigantes por todas las veces que Vox ha llevado su programa a la justicia como si eso sirviera de termómetro de calidad. El resto, el público, se ha limitado a explicar una vez más que el residuo de la decepción y el resentimiento políticos que todavía arrastramos es una visible sed de liderazgo, la necesidad de poder volver a formar parte de un plan.

Detrás de los aplausos y alabanzas hay gente que hoy se sienta en su trabajo, un trabajo que poco o mucho puede parecerse al de Joel Díaz, tragándose todo lo que él no ha estado dispuesto a tragarse

Lo que ha hecho Joel habla de Joel, no de nosotros. Quizás también habla de la situación política del país y de la exactitud con la que los medios públicos hacen cremallera con ella, pero el resto va de lo que cada uno haya decidido poner: del miedo a ser despedido que nunca has conseguido vencer, de la rabia contra quien marca la línea editorial de allí donde publicas, del ardor en la garganta por todas las ocasiones que te has tenido que autocensurar y de la frustración acumulada por no haber explicado nunca que diste un golpe sobre la mesa cuando quien te había contratado no te defendió. Detrás de los aplausos y las alabanzas hay gente que hoy se sienta en su trabajo, un trabajo que poco o mucho puede parecerse al de Joel, tragándose todo lo que él no ha estado dispuesto a tragarse. Incluso, ejerciendo aquello que Joel no ha estado dispuesto a tragarse.

El momento en que el lodazal de transigencia y comodidad es secado por la audacia de alguien que no se resigna a ser igualado por debajo es el momento en que transigentes y acomodados se ven desnudos

Cuando en Ucrania estalló la guerra —no es para compararlo, solo para ponerlo en situación—, muchos vimos en Zelenski aquello que echamos de menos en nuestros políticos: alguien con principios que pugna por defenderlos. El momento en que el lodazal de transigencia y comodidad es secado por la audacia de alguien que no se resigna a ser igualado por debajo es el momento en que transigentes y acomodados se ven desnudos delante del espejo. Los elogios a Joel son los harapos con que muchos han querido taparse la desnudez, incluso aquellos que han vivido de criticarlo, porque la alternativa era quedar como un irascible, como un envidioso o, peor todavía, como un insensible.

La gracia y la fuerza de la renuncia del presentador del Zona Franca consisten en que es su renuncia, no la nuestra. El peligro radica en pensar que con su gesto basta y que el resto caerá por su propio peso mientras gesticulamos para apropiárnoslo y que hable de nosotros. "Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que Dios os ha ordenado, decid: "Somos siervos inútiles: hemos hecho lo que teníamos que hacer'" (Lc 17, 10). Joel ha hecho lo que tenía que hacer y, en el contexto en que lo ha hecho, quizás es justo reconocerle algún mérito. Pero si de todo solo sacamos un ejercicio de idealización y un mártir a quien encomendarnos, estaremos donde estábamos.