Enric Vila y Manel Vidal hace días que se escaramuzan en Twitter y se exponen las taras mutuamente porque pueden hacerlo. La conversación entre alguien que parece tomárselo todo en serio y alguien que parece no tomarse nada en serio se acaba convirtiendo en un magma indescifrable en el que quien se lo toma todo en serio parece un loco y quien no se toma nada en serio parece un ingenuo. Los demás observamos los reveses más o menos distraídos, más o menos interesados, porque el precio de decir algo sería salir con el ego malherido y el intelecto reprobado. Cuando dos perros se pelean, el mordisco es para quien intenta separarlos.

El debate nacional se filtra entre insultos y descalificaciones y a nosotros se nos obsequia con el arte escasísimo y tan poco nuestro de decirse las cosas a la puta cara

A Enric se le pueden criticar muchas cosas excepto que no sea una persona constante. Eso se le oí decir por primera vez a un amigo articulista al explicarme que él hacía años que leía a Vila y nunca había detectado ningún cambio sustancial en su línea política. Era una sobremesa con mucho vino y el resto de bebedores se le lanzaron a la yugular con la táctica de descrédito habitual: "Vila es un pirado". Pero Vila no es ningún pirado. Enric funciona por desgaste. Por mucho que parezca una paradoja, utiliza el desgaste para solidificar sus ideas, para darse la razón. Con una intuición afinada por los años de lectura y de estudio —esto nadie se lo puede negar— utiliza los ataques personales para ejemplarizar su visión del país y sus previsiones políticas y culturales. A veces utiliza esta intuición para inventar realidades que las justifiquen y, empujado por la debilidad de reafirmarse, cabalga de la sospecha a la mentira sin escrúpulos. Enric no se debe a nada ni a nadie —ni a la respetabilidad de su nombre— cuando decide exponer públicamente su obsesividad.

Manel no reconoce la autoridad intelectual de Enric y lo espolea porque le responde la constancia con constancia. Así se validan mutuamente ante su público

Estas fijaciones notorias contrastan con sus abstracciones a la hora de escribir —al menos a la hora de escribir para esta casa— porque hace tiempo que Enric no se toma la molestia de ligar una idea con la otra a la hora de hablar del país. Lo hace porque entiende a su público, porque utiliza su personaje para filtrar a los lectores y porque aprendiendo a escribir ha perdido las ganas de hacerse entender. Si lees fielmente a Enric Vila es porque él mismo te ha puesto en el lugar en el que quieres leer fielmente a Enric Vila, porque ha hecho que lo busques, porque te ha escogido o ha tenido la habilidad de hacerte sentir que eso ha sido así. Para entenderlo, tienes que ser tan constante en su lectura como lo es él en todo lo demás, te tienes que construir poco a poco una imagen de él en la que poner las ideas inconexas en contexto hasta que parezcan conectadas, y tienes que esperar que te lo pague con la caricia al ego de poder decir "hoy he entendido el artículo de Enric".

Uno no cesa en el arte de deformar al intelectual en un viejo tocatambores delirante y el otro no se detiene en el arte de elevar al humorista a cuña imprescindible para la cultura de Vichy

De Manel cuesta más hacer una descripción diseccionada porque hace tanto tiempo que se esconde bajo capas y capas de ironía que ya nadie sabe quién es. También se le pueden criticar muchas cosas, pero no que sea tonto. O que sea un vago. No lo es para nada y La Sotana, El Soterrani y todo lo que ha venido después son la muestra palpable de ello. Eso, a Enric, le es molestia y espuela. El disgusto es que Manel no reconoce la autoridad intelectual de Enric y le cuestiona lo que cree o sabe que son trolas. Y tiene la desvergüenza y la capacidad de hacerlo sin nada más que su cabeza para avalarse. No ha estudiado, no ha producido una mirada seria sobre el país —o no ha tenido la benignidad de mostrárnosla— y a menudo no nos ofrece nada más que la bromita hasta que un día, cuando él quiere, escribe algo que nos recuerda quién es y hasta dónde puede llegar. Manel espolea a Enric porque le responde la constancia con constancia. Es así como se validan mutuamente ante su público: uno no cesa en el arte de deformar al intelectual en un viejo tocatambores delirante y el otro no se detiene en el arte de elevar al humorista a cuña imprescindible para la cultura de Vichy, un estatus que sólo los fieles pueden llegar a comprender y comprar. Del ingenio de uno a la trayectoria del otro y viceversa, así es cómo funciona la espiral incesable.

Una recopilación maravillosa de cartas de Vila a Vidal y de Vidal a Vila nos serviría de fotografía de un momento concreto de nuestro país con dos perfectos antagonistas

Si eso hubiera pasado cien años atrás, ahora disfrutaríamos todos juntos de una recopilación maravillosa de cartas de Vila a Vidal y de Vidal a Vila que nos serviría de fotografía de un momento concreto de nuestro país con dos perfectos antagonistas. El núcleo duro del debate nacional e filtra entre insultos y descalificaciones —las de Manel más divertidas que las de Enric— y a nosotros se nos obsequia con el arte escasísimo y tan poco nuestro de decirse las cosas a la puta cara. Si de todo esto nos queda algo, que sea esto. Los tuits pasan y Twitter se acaba, y sólo a los que nos hemos tomado la molestia de seguir el toma y daca religiosamente habremos entendido que no eran dos simples tipos matándose entre ellos para matar el tiempo. Por eso he querido dejarlo escrito aquí. Este es el contexto para quien más adelante lo necesite.