Paso a paso, se llega a la investidura... o quizás no. Es cierto que las negociaciones del PSOE con Junts avanzan, sobre todo ahora que Santos Cerdán casi se ha convertido en residente belga, de tantas horas que pasa el hombre en Bruselas, intentando amansar a la fiera de Waterloo. Pero cuantos más escollos parece que se superan, más difícil parece que es llegar a puerto. Es como uno de esos espejismos que se sufren en el desierto, que cuanto más se camina hacia adelante, más lejos parece el horizonte.

Es cierto que casi toda la prensa a ambos lados del puente aéreo da por hecho que habrá pacto, unos asegurando que Pedro Sánchez se tragará todos los sapos que le ponga Puigdemont, y los otros asegurando que los sapos se los tragará el president. Pero creo que esta convicción tan asentada sale del desconocimiento de la figura de Puigdemont y de su entorno más próximo. Y de este desconocimiento nace el error del PSOE en su proceso negociador con Junts, al cual hasta ahora ha tratado como siempre ha tratado a ERC, con la mirada rasa del político, y no con la altura del estadista.

De aquí viene que no haya entendido dos cosas. Una, que Puigdemont no es un personaje tibio fácil de engañar, como otros que se ha comido Sánchez con sus dotes de gran trilero. Y la segunda cosa, que Puigdemont no es un diletante, y no rebajará sus planteamientos básicos por un acuerdo precipitado y de cortos vuelos. Puigdemont ha situado la negociación bajo el lema de un "acuerdo histórico" que tendría que pasar por una transformación radical de las relaciones de las "viejas naciones" con el Estado. Es decir, no se trataba de negociar una investidura, ni de conseguir la púrpura de la Moncloa, sino de cambiar el paradigma tortuoso que hasta ahora ha marcado la relación de Catalunya con España. Y para conseguir este "acuerdo histórico" hacían falta unos cuantos acuerdos previos que pasaban por la amnistía y por el relator internacional, pero que eran la previa al tema de fondo. Entonces, visto así, podría parecer que todo avanza: la amnistía se está negociando, a pesar de que no en los términos recortados de ERC, que ha dejado fuera casos flagrantes de represión lawfare, como el caso Volhov. Y, con respecto al mediador, a pesar de la resistencia de Sánchez, parece que también hay avances sensibles. Si es así, ¿qué hace pensar que cuanto más se acerca la investidura, más parece alejarse?

Sánchez necesita que el acuerdo no cambie nada sustancial; que la amnistía sea una especie de perdón general, sin que el Estado asuma ninguna culpa por la represión generalizada que hemos sufrido; y que las cesiones sean concretas y sin cargas de profundidad

De entrada, porque a pesar de las necesidades, las urgencias e, incluso, las buenas maneras de los negociadores socialistas —ya lo denominan "president"—-, el PSOE no ha mostrado ningún gesto que haga pensar que se han creído, ni un solo momento, eso del acuerdo histórico. Al contrario, han justificado cada paso como una especie de éxito de España frente a la Catalunya "infectada", según simpática expresión del maestro Borrell. Hablan de "concordia", "pacificación", "reencuentro", como si los catalanes estuviéramos perdidos y enajenados, y nos hiciera falta volver al orden establecido. Es decir, lo plantean como una derrota del independentismo. Y todo lo circunscriben a la amnistía —que tenía que ser un punto de salida, y no de llegada—, y a algunos acuerdos concretos. Acuerdos que, si son como este traspaso-no traspaso de Rodalies, son todo un espectáculo. Realmente, la capacidad de Sánchez de mover la bolita —está aquí, está allá, dónde está...— es extraordinaria.

Y este es el nudo que no parece fácil de deshacer: Sánchez necesita que el acuerdo no cambie nada sustancial; que la amnistía sea una especie de perdón general, sin que el Estado asuma ninguna culpa por la represión generalizada que hemos sufrido; y que las cesiones sean concretas y sin cargas de profundidad. Y al mismo tiempo, Puigdemont necesita todo lo contrario: que la amnistía sea la asunción de la culpa de la represión, que el acuerdo sea histórico, trascienda a una simple investidura, y que se asuma el conflicto catalán.

Esto, de momento, no pasa. Y cuanto más se avanza, más difícil parece que se pueda deshacer el nudo principal, porque después de los términos que el president puso al inicio de las negociaciones, es difícil imaginar que Junts aceptara un acuerdo estilo ERC, muy ruidoso en la superficie, pero sin ningún cambio sustancial en las reglas de juego con España. Es decir, un acuerdo autonómico, de más o menos relevancia, pero autonómico al fin y al cabo.

La partida, pues, está emborronada y no veo fácil su resolución. Pero quedan días, y todo es imposible, hasta que se hace posible.