Me he pasado la vida tratando de encontrar el centro. La palabra tiene una sonoridad envolvente, casi zen, destinada a bautizar lugares que emanan sabiduría y desde donde se ven las cosas con la templanza de un maestro Jedi. En política, por ejemplo, el centro es la fuerza y el paraíso fiscal ideológico para la gente de derechas que no quiere que la acusen de reaccionaria; el lugar ideal para hacer y deshacer, cobijado bajo el paraguas de la equidistancia.

Y a pesar de los esfuerzos, nunca he logrado llegar ideológicamente a este nirvana llamado centro. Mi mente de adicto confeso me ha convertido en un ser indisciplinado. Me gustaría ser centrista, pero emano una radicalidad de persona ideológicamente bipolar. A veces, soy profundamente de derechas y, a veces, un hombre desacomplejadamente de izquierdas. Y sé que si alcanzara este centro idealizado, lograría disfrazar mis dos fobias confesas: el madrileñismo y el colauismo. Y digo disfrazar porque, con mi mente de adicto, el centro es como aquel paraíso llamado Shangri-La, una ficción construida para satisfacer la cuarta pared y mirar sin que se te caiga la cara de vergüenza. Este centro te lo venden con la etiqueta de la eterna juventud, pero cuando tienes que salir para hacer recados, se te ven todas las arrugas ideológicas.

El continente y el contenido del artículo se lo debo al congreso del PP celebrado en Madrid y, tal como cuentan los periodistas acreditados, ha sido un remanso de paz que ha servido para encimar al líder supremo Núñez Feijóo y rodearlo de una cúpula de guardaespaldas militantes que centristas y centrados lo son más bien poco. Quiero decir, que su viaje al centro tiene más de espeleología ideológica que de expedición a Shangri-La; más de viaje al centro de la caverna que de un paseo triunfal hacia los reinos de la espiritualidad. Y si no me creen, procederé a recitar seguidamente la alineación de la guardia pretoriana de Núñez Feijóo: Miguel Tellado, Alma Ezcurra, Cuca Gamarra, Alberto Nadal, Juan Bravo, Carmen Fúnez, Jaime de los Santos, Noelia Núñez, Elías Bendodo, Borja Sémper y Dolors Montserrat. Y un pensamiento: si todos tienen la pinta moral y las capacidades políticas de Dolors Montserrat, ciertamente son unos verdaderos saldos. Y a toda esta tropa de centristas, hay que añadir a la nueva portavoz en el Congreso, una versión femenina de Miguel Tellado llamada Ester Muñoz. Esta figura emergente del PP menospreció la memoria histórica diciendo que los 15 millones de euros que se había gastado el Ministerio de Política Territorial se habían destinado a desenterrar unos huesos. Solo una franquista de tradición podría hablar como un animal carroñero de la memoria histórica de los republicanos.

Si no existiéramos nosotros, los catalanes infieles, la derecha extrema o el extremo centro no tendrían que hacer tantos viajes obligados al centro

Con toda esta tropa, el viaje al centro está condenado al éxito. Y para demostrar que esto va en serio, lo primero que han asegurado —en caso de poner la pica en Flandes en la Moncloa— es que garantizarán que el catalán, el euskera y el gallego pasen a otro centro, el del cubo de la basura, eliminando —como no— la inmersión lingüística en Catalunya. Centrismo purificador aplaudido, me juego lo que quieras, por dos declarados socialistas: el jarrón chino Felipe González y el escritor Javier Cercas. El primero, de tanto reivindicar ser socialista antes que marxista, ya aparece en todas las quinielas como el señor X de la fachosfera. El segundo, de tanto blanquear el falangismo, cree que la ultraderecha son los otros. Qué vergüenza ajena de entrevista, Javier.

Pero si, dado el caso, este viaje hacia el centro empezara a torcerse, siempre tendrán la voz en off de MAR a través de la ínclita Isabel Díaz Ayuso, o el GPS testicular del PP, el gran José María Aznar, un político jubilado que ha hecho de sus complejos un arma de destrucción masiva, para enderezar la situación. Este botarate de pseudoestadista va tan sobrado de autoestima, que parece una caricatura del Superlópez más facha.

Con toda seguridad, si el viaje al centro fracasa, siempre tendrán el comodín de los catalanes infieles como yo, obsesionados en llevar la contraria a un partido antinacionalista como el PP, para justificar su fracaso. Porque, no nos engañemos, somos nosotros, los catalanes infieles, los que podríamos provocar que este viaje al centro se desviara y que la política centrista del PP acabara confundiéndose con un extremo centro del color de una derecha extrema especializada, como la extrema derecha, en perpetrar el genocidio de las culturas y las lenguas minoritarias. Las identidades nacionales se construyen con un enemigo a batir, y si no existiéramos nosotros, los catalanes infieles, la derecha extrema o el extremo centro no tendrían que hacer tantos viajes obligados al centro.

No es la primera vez ni será la última en la que el PP reivindica y reivindicará un espacio político que suele servir para salvaguardar las vergüenzas extremistas. Pero será un viaje de corta duración, que dejará de interesar cuando Núñez Feijóo y su guardia pretoriana ganen las elecciones y puedan gobernar en solitario o en compañía de Vox. Porque, mirándolo bien, el viaje al centro es como una cortina de humo para dar a las políticas reaccionarias una pátina de sensatez paternalista.

En España no ha existido nunca un partido de centro tradicional porque donde impera una ideología tan transversal como el españolismo —un españolista de izquierdas es, básicamente, un patriota equidistante— el centro es un espacio demasiado desdibujado como para recolectar votos. Una fantasía, como ese poema de José Agustín Goytisolo en el que los príncipes son malos, las brujas bonitas y los piratas honrados.