A una semana de la investidura fallida de Pedro Sánchez y el fracaso de su pomposa propuesta de un “Gobierno del cambio” con Ciudadanos, mientras los cuatro líderes políticos estatales se pasean por los platós televisivos y los estudios radiofónicos, como si nada hubiera pasado y la ficción todavía continuara viva, vale la pena volver a algunos aspectos de aquel debate que han quedado eclipsados por la atención dedicada a los fuegos artificiales, la puesta en escena, los gestos histriónicos y los efectos especiales.

¿Qué propuso el líder del PSOE con respecto a la cuestión de los refugiados, el problema más dramático y urgente de la infame política europea? “Apostamos para impulsar una política común europea de asilo e inmigración”. Buenas palabras, buenas intenciones, vacuas e insustanciales. ¿Alguna idea con respecto a la vergüenza de las alambradas de Ceuta y Melilla, con respecto a los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), denunciados por el Parlamento Europeo en 2008 porque constituyen un “sistema de detención de tipo carcelario” con “condiciones materiales e higiénicas deplorables que llevan a condiciones degradantes de detención” y que permiten “violencias perpetradas por el personal de seguridad”? No sabe, no contesta.

¿Qué propuso el líder del PSOE con respecto a la demanda mayoritaria de la sociedad catalana, expresada en las urnas el 27-S y el 20-D? Ignorar absolutamente esta demanda e inventarse una descripción de la realidad que es miserable de tan falsa: “resolver la crisis de convivencia que se sufre en Catalunya”. ¿Y cuál es su propuesta? “Quiero ayudar a un nuevo entendimiento entre catalanes, y entre estos y el resto de compatriotas españoles”. De nuevo, a pesar de que en este caso para una realidad ficticia, inventada y además imposible de verificar porque es falsa, buenas palabras, buenas intenciones, vacuas e insustanciales. ¿Y qué dijo cuando se le preguntó, por dos veces, sobre el detalle de su acuerdo con Ciudadanos, para saber si implicaba una corrección del sistema de inmersión lingüística? No sabe, no contesta.

La posición de Pedro Sánchez ante los problemas más urgentes de la política europea y de la política territorial en el Estado es, por benévolo que pueda ser el análisis, de una vacuidad alarmante, si no, como sucede con respecto al caso de Catalunya, de una manifiesta mala fe. Y lo mismo pasa con respecto a los grandes problemas de fondo del Estado español: el paro, especialmente duro entre los jóvenes, de los más elevados de Europa; la desigualdad social y económica, también entre las más escandalosas de Europa; el crecimiento de la pobreza, los desahucios, los problemas de vivienda; el fracaso y las deficiencias estructurales del sistema educativo, que nos ubican regularmente en la cola de todos los índice de los países de la OCDE.... Para todos estos problemas, buenas palabras, buenas intenciones, vacuas e insustanciales. O, como mucho, pequeñas medidas correctivas de ambición puramente ornamental.

La posición de Pedro Sánchez ante los problemas más urgentes de la política europea y de la política territorial en el Estado es, por benévolo que pueda ser el análisis, de una vacuidad alarmante, si no, como sucede con respecto al caso de Catalunya, de una manifiesta mala fe

Sorprende, por ello, que las propuestas para el denominado “Gobierno del cambio” hayan sido saludadas por muchos analistas políticos como el descubrimiento y la apuesta por un Gran Centro, como si eso fuera una genialidad política y estratégica cuando, en realidad, es la propuesta, sistematizada programáticamente de manera explícita por primera vez, de una no política para todos los grandes problemas que afectan a un Estado español en situación de quiebra permanente, amparada, si debemos ser rigurosos, en la falacia, nunca contrastada seriamente y, por eso, convertida en meme, según la cual la gran bolsa electoral está precisamente en este centro definido por el ni... ni... con respecto a los supuestos extremos. Un Gran Centro que es la opción del “no sabe, no contesta” convertida en ideología.

Porque, si alguna cosa caracteriza esta operación no es el “centro virtuoso” de la ética aristotélica, sino la disolución de todas las diferencias ideológicas en un consenso vacío de tan genérico. Estas fueron las palabras de Pedro Sánchez defendiendo la no ideología del mínimo denominador común: “un Gobierno que haga efectivo lo que nos une a la mayoría de los 350 aquí presentes”. “Pienso honestamente”, dijo, “que, si creemos realmente en la democracia, si somos auténticamente demócratas, las diferencias entre ideologías no pueden ser nunca un problema”. La posición es realmente un equilibrio de malabarismo político: la política del “Gobierno del cambio” debería consistir, parece, en la renuncia a toda ideología, la ocultación de las diferencias, la desactivación de cualquier antagonismo. Curiosa forma de entender la acción política y la heterogeneidad constitutiva de la vida parlamentaria, tal vez inspirada en la gran aportación de Rajoy a la práctica gubernamental: no hacer nada, esperando que los problemas se arreglen solos, cosa que, como se sabe, no sucede nunca.

El anuncio de una política basada en la no política, en la renuncia a la ideología, en el mínimo denominador común equivale a defender, con correcciones mínimas y cosméticas, el mantenimiento, en todas las cuestiones esenciales, del statu quo

Quizás para entender el alcance de esta pomposa propuesta hace falta renunciar a encontrar referentes entre las grandes aportaciones del pensamiento político de nuestro tiempo y recordar, al contrario, una de las joyas de la literatura juvenil, El viaje al centro de la tierra de Jules Verne, que puede aportar algunas claves dignas de atención para entender este viaje hacia la nada del Gran Centro, la apuesta estratégica del PSOE y Ciudadanos.

Como es sabido, la novela de Verne explica el delirio extravagante del geólogo y mineralogista hamburgués Otto Lidenbrock para llegar al centro de la tierra donde pretendía descubrir el espacio nunca no recorrido por nadie y las respuestas que la ciencia nunca había alcanzado hasta entonces. Su gran descubrimiento, después de una aventura de trescientas páginas, cuando llegó a un lugar de atmósfera abrasadora, que sólo podía compararse con el calor que desprenden los hornos de una fundición cuando licuan los metales, fue, simplemente, la constatación de su sobrino Axel, como si fuera una revelación fulgurante: “¡El agua quema!” Suprema revelación de un conocimiento absolutamente insustancial. De la misma manera, la gran aportación del discurso de investidura de Pedro Sánchez y su propuesta conjunta del PSOE y Ciudadanos fue el anuncio de una política basada en la no política, en la renuncia a la ideología, en el mínimo denominador común. Cosa que, traducida convenientemente, equivale a defender, con correcciones mínimas y cosméticas, el mantenimiento, en todas las cuestiones esenciales, del statu quo. A Pedro Sánchez, como a Lidenbrock, llegado al punto crítico también la brújula le ha dejado de funcionar. Quizás, para enderezarla, debería empezar por no negar la realidad y dejar de inventarse una a medida de su no confesada ni asumida ideología. Bienvenidos a la política posmoderna del gran vacío, al viaje al Gran Centro de la nada.