Los catalanes haríamos bien en no identificarnos con ninguno de los dos bandos que se echaron los platos por la cabeza en la conferencia de DavosJuan José Villacañas ha comparado, en un artículo al Levante, los discursos de Milei y Sánchez con los debates de Nafta y Settembrini en La Montaña mágica. No sugiero que volvamos al siglo XX, pero las guerras culturales suelen preceder grandes descalabros, y no sería extraño que el papel que los uniformes militares hicieron hace un siglo, ahora lo acaben haciendo los señores de las corbatas que llevan la economía mundial. 

La democracia, tal como la hemos conocido, está liquidada. Solo hay que leer a Iván Redondo, o escuchar los discursos de Feijóo advirtiendo contra una improbable independencia de Galicia, para darse cuenta de que España no ha pasado página del 1 de octubre. Sánchez y Milei son el esperpento de dos facciones del mismo mundo en declive. La facción de Milei hace ver que el problema es la herencia del comunismo, mientras que la de Sánchez hace ver que el problema es la herencia del fascismo. El problema, pero, es la libertad de las naciones y la avaricia de los imperios —en Barcelona y en Tel Aviv; en Madrid y en Gaza. 

Todo lo que nos debería preocupar a los catalanes es que la riada que vendrá no se nos lleve por delante. Resistir, no quiere decir resistir al franquismo, que fue la solución de España a la polarización del siglo pasado entre Hitler y Chamberlain, y más tarde, entre Stalin y Churchill —siempre fomentada y arbitrada por los americanos. Igual que hace un siglo, ningún bando nos asistirá si no nos asistimos con fuerza nosotros mismos. De momento, los partidos catalanes se han dejado arrastrar por el bando de Sánchez, que utiliza los fantasmas de la dictadura para dominar España a través de las izquierdas españolas y de la destrucción moral que el 155, y las mentiras del Procés, han traído a Barcelona.

Los catalanes no podemos poner nuestra historia y nuestra cultura al servicio de las miserias españolas.

El nuevo franquismo todavía no ha llegado, ni siquiera sabemos cómo será. Nos encontramos más bien como hace un siglo, cuando Josep Pla y Eugeni Xammar podían simular que entrevistaban a Hitler para reírse de la dictadura de Primo de Rivera. Como entonces, en Cataluña todavía sobreviven los frutos de los pequeños espacios de libertad que el país se ganó a base de explotar las contradicciones del ordeno y mando castellano. No tenemos que cambiar de estrategia identificándonos con un bando, ni mucho menos debemos empecinarnos en participar de un juego democrático que se ha convertido en una mentira piadosa para matarnos lentamente. 

El hecho que Jaume Roures, el chófer de Solé Tura, haya comprado Enciclopèdia Catalana nos tendría que dar una idea de los peligros de continuar aferrados a las ruinas del pasado. Roures reivindica la necesidad de crear un gran grupo editorial que compita con Planeta y Penguin, pero lo que quiere es exprimir, para su beneficio y para el de España, el riquísimo sotobosque cultural creado por la escuela en catalán y por el clima de libertad que llevó hasta el 1 de octubre. Como en los tiempos de la Transición, Madrid está dispuesto a pagar bien a quien vuelva a poner el país a raya. Pero Cataluña ya no puede salvar a Madrid de sus guerras internas, como en los tiempos de Pujol, porque son guerras que nos sobrepasan, sin un Estado que nos proteja.

La monarquía se legitimó pactando el retorno de la Generalitat abolida por Franco después de la dictadura. Ahora solo se podrá legitimar reconociendo que impedir la autodeterminación de Cataluña, y ahogar su idioma partiéndolo en pequeños dialectos, para debilitar su conciencia nacional, fue un error. La democracia, como todas las cosas, tiene que salir a cuenta. Los catalanes no podemos poner nuestra historia y nuestra cultura al servicio de las miserias españolas. Si Madrid quiere utilizar a los partidos catalanes para sus guerras, que lo haga. Pero nosotros no tenemos ninguna obligación de votarlos, ni de participar en las pantomimas de sus magnates literatos. Y tanto da si son de la facción de Sánchez o de la de Milei. 

No nos podemos permitir volver a ser la puta y pagar la cama, y así es como vamos a acabar si intentamos resistir a través de los actuales partidos.