Cabría preguntarse si hace tan solo un lustro TV3 habría emitido un concierto de Joan Manuel Serrat, a pesar de tratarse del último. Entre el público que se congregó en el Palau Sant Jordi el pasado día 23 de diciembre, tercero de los encuentros con tal motivo, no solo se pudieron ver socialistas más o menos conocidos, cosa harto previsible por la filiación política del Nen del Poble-Sec (una de sus canciones ambientó un spot de la campaña de Carmen Chacón en las últimas generales a las que esta pudo concurrir) sino también “comuns” como Jéssica Albiach, todos ellos con voluntad manifiesta de ser vistos en la única ocasión de las tres en la que el evento fue grabado. Los republicanos más significados, president a la cabeza, habían acudido a la convocatoria del día anterior, quizá para evitarse el trago de presenciar el grito de “en castellano” que se escuchó ya avanzada la noche y que motivó un cambio de idioma en uno de los discursos que realizó Serrat para enmarcar las canciones que iba desgranando.

Sí, yo también lo escuché, toda la vida el corazón dividido entre Llach y Serrat, con ambos y una guitarra superé un cierto acoso escolar (entonces no se llamaba así) sufrido durante el bachillerato. Me resultaba, pues, imposible no presenciar su último espectáculo, aunque comparta con ciertas críticas que faltaban algunos de sus mejores temas y que en los que se ofrecieron no siempre parecían albergarse unas intenciones neutrales de ofrecer arte, quizás porque el arte, como la ciencia, casi nunca es neutral. Se me antojó más bien, con una frialdad curiosa, cariñosa y meditada, un acto a mayor gloria del Pedro Sánchez que, complacido y acompañado del ministro Iceta y de su mujer, ocupaba un lugar en las gradas que dudo mucho que haya pagado.

Todo estaba medido y bien medido, como lo del reportaje alargado durante semanas con el que Victoria Prego hizo en los años 80 un repaso de la transición para, como nos explicó Huertas Clavería en una conferencia impartida en los 90 en la Universidad Pompeu Fabra, apuntalar un periodo que va desde un rey que Franco nombró su sucesor al Felipe González que encumbró la población, trámite una contundente mayoría absoluta.

La “Catalunya sencera” a la que se refiere en tantas ocasiones Pere Aragonès era la que se encontraba sentada en el Palau Sant Jordi. Pero ni es toda Catalunya, ni desde luego es la misma Catalunya a la que ellos se hubieran referido hace muy poco tiempo. Es sencillamente la Catalunya del tripartit. Porque ahora el objetivo es expulsar definitivamente del poder a una parte del independentismo, de encontrar en las alianzas con socialistas y comunes un espacio en el que competir por la presidencia, pero sin hacerse daño. El daño debe hacerse a ese cuarto en discordia, eliminarle el oxígeno de cualquier alianza se ha convertido en el camino para la mutación. No son conscientes los republicanos de que el abrazo del oso socialista es peligroso. Ya ocurrió en el pasado y encumbraron a Maragall y a Montilla a la presidencia de la Generalitat. Entonces ERC venía de la irrelevancia, pero ahora son los otros los que no tienen nada que perder. “Golpe a golpe, verso a verso”. A golpe de emoción se va abriendo camino la idea del tripartito. El concierto, un verso más.