Pocos meses después de la promesa socialista (es decir, de un futuro incumplimiento) del traspaso de Rodalies a Oriol Junqueras, hemos visto cómo el ministro Óscar Puente afirmaba que otras comunidades también podrán beneficiarse de este supuesto privilegio ferroviario. Como ya pasó después de la aprobación definitiva del Estatut y el posterior recorte del Constitucional, a España le ha cogido una comezón federalista siguiendo aquel lema que Enric Juliana resumió en la frase "nosotros no vamos a ser menos." Los lectores más veteranos recordarán que la traducción de esta especie de federalismo basado en igualar la apuesta catalana produjo situaciones auténticamente vodevilescas, como la suspensión por el TC de algunos artículos del Estatuto catalán que tenían una redacción prácticamente exacta a otros corpus legales. El federalismo repartía todo el café: para nosotros, sin cafeína.

La investidura de Pedro Sánchez provocará un fenómeno similar. El presidente español ya tiene el beneplácito europeo para que España vaya descentralizándose aunque sea al precio de una derecha cada día más trumpista. En el fondo, a Sánchez ya le va bien que la turbocentralidad de Madrid pierda un cierto peso decisorio, porque en el núcleo duro del PP y de Vox se encuentra el kilómetro cero. Europa también ha aprobado la cuestión de la amnistía, pues la mayoría de eurodiputados, digan lo que digan, están hartos de la presencia de Carles Puigdemont en el parlamento de Bruselas (pues ajo y agua, porque parece que el antiguo presidente volverá a presentarse a las elecciones del Viejo Continente, sobre todo para evitar que, una vez esté en casa, los conciudadanos le recordemos cómo nos ha tomado el pelo) y también porque saben que una negociación política abierta alejará la cuestión catalana de los tribunales europeos.

Quien realmente necesita un proceso de verificación son los partidos independentistas. Hace falta que nuestras formaciones manifiesten la distancia entre los compromisos alcanzados en el Parlamento y que se admitan todos y cada uno de los consiguientes incumplimientos

Las negociaciones entre Junts y el PSOE que han empezado en Ginebra (con verificador incluido) son solo pamplinas con las que Sánchez intentará salvar los muebles de la antigua Convergència. Con Esquerra bajo control y el gobierno de Aragonès en perpetua siesta política, a las élites madrileñas solo les queda recuperar a la vieja CiU regalando una salida política medianamente digna a Puigdemont y favoreciendo que los convergentes vayan purgando el partido de aparentes unilateralistas (la futura defenestración de Aurora Madaula de la mesa del Parlamento y la no inclusión del lawfare en la amnistía van en esta dirección, y eso solo es el principio). De hecho, y como dijo Artur Mas en una de las pocas afirmaciones mínimamente sinceras que le hemos oído nunca, si España vira finalmente a la derecha, el principal beneficiario del indulto general será el sucesor de Feijóo.

A mí todo eso del verificador (que recuerda a la otra verga en vinagre de debate que tuvimos sobre el relator, después del 1-O) me hace muchísima gracia. Porque, de hecho, quien realmente necesita un proceso de verificación son los partidos independentistas. Primero, en un sentido literal: hace falta que nuestras formaciones manifiesten la distancia entre los compromisos alcanzados en el Parlamento (y, por lo tanto, con la ciudadanía) y que se admitan todos y cada uno de los consiguientes incumplimientos. Segundo, como derivada de eso (dispensad; haciendo argumentos con numeritos parezco el chapas de López Burniol) se impone que, una vez amnistiados, los principales responsables de los incumplimientos abandonen bien rápido la vida política y tengan la bondad de retirarse a escribir libros que pagamos entre todos, como hace Quim Torra. Y tercero, que reconozcan explícitamente la sumisión plena al marco constitucional.

Todo este proceso de verificación nos resultaría mucho más útil y, de paso, nos ahorraríamos algo de dinero con vuelos y cenas en Ginebra. Que en Suiza, lo saben el cuñado navideño y Anna Gabriel, incluso un café te sube a los cinco euros.