Nos acercamos al final de la campaña electoral. Ninguno de los debates que he podido ver me ha interesado en absoluto. La acumulación de trivialidades cansa. O cuando menos me cansa a mí. Las campañas electorales solo tienen como objetivo el microcosmos político-mediático, que se alimenta de los titulares que fabrican los asesores o bien de las pifias de los candidatos, que son muchas. Es difícil mantener la atención de la gente con una pandilla de idiotas que hablan, mienten y siempre quieren tener razón. Tal vez llegue el momento en que los políticos comprendan que para fortalecer la democracia hay que cambiar de actitud y dejar de lado los debates televisivos que tienen una cuota de pantalla muy pequeña. Cada vez estoy más convencido de que el cinismo del conservador Winston Churchill ha hecho mucho de daño a la política democrática. Sus imitadores se han convertido en una especie de plaga.

El show finalizará el próximo domingo y los pocos carteles que se ven ahora se retirarán de las calles. A la mañana siguiente será necesario aceptar el veredicto de las urnas sin oponer más resistencia que los lamentos de los perdedores. De momento, las encuestas pronostican el triunfo de Ada Colau, a pesar de que haya desnacionalizado la capital catalana. La tercera oleada de la encuesta del diario Ara, publicada ayer, indicaba que Colau ha ido recuperando el terreno perdido en las encuestas y llega a la última semana de campaña con muchas opciones de revalidar la alcaldía. Ya lo he pronosticado hace tiempo. Si las elecciones ya se hubieran celebrado, los comuns habrían conseguido un 20,5 % de los votos y entre 9 y 11 concejales. La candidata de los comuns habría superado a Jaume Collboni y Xavier Trias. Los socialistas y Trias, que oculta sus siglas para reivindicarse como un convergente de toda la vida, habrían empatado en la segunda posición, con el 18 % de los votos y entre 7 y 9 concejales en el ayuntamiento.

Al parecer, Collboni está perdiendo comba y no podrá superar ni a Colau ni a Trias. La polarización que ha propiciado el candidato, a pesar de todo, de Junts ha tenido dos consecuencias. Por un lado, ha perjudicado a los socialistas, porque el establishment, que por norma general está más bien situado a la derecha, ve en este Trias descafeinado, tenuemente soberanista y opositor acérrimo de Colau una mejor garantía, mejor que Collboni, para volver a las plácidas aguas del oasis catalán. Es normal. Incluso algunos socialistas lo reconocen en privado. Al final, el PSC forma parte de la coalición gubernamental española integrada por los aliados de Colau en Madrid que desea volver a la “normalidad”. El PSC ha tenido que encarar las elecciones con la falsa dicotomía que ellos no han formado parte del gobierno municipal de Colau cuando en realidad han sido su principal apoyo. Sin ellos, y la muleta de Esquerra, Colau habría sufrido mucho más para imponer su modelo de ciudad. No sé qué pasará, pero me da la impresión de que Colau ha demostrado más coherencia ante unos electores barceloneses sociológicamente izquierdistas, para quienes Collboni es poca cosa.

Ganará Colau porque el debate sobre su modelo de ciudad se ha convertido el centro de la disputa electoral; las alternativas que proponen los otros partidos son, para el gran público, una incógnita. El “fuera Colau” no es suficiente argumento para movilizar al electorado

Si damos un vistazo a los resultados electorales de los últimos cuarenta y cuatro años, está claro que Colau es la candidata de la corriente mayoritaria en Barcelona. El mainstream que arrasa en la capital catalana es izquierdista y está de acuerdo con las supermanzanas, las vías verdes, los carriles bici y la no ampliación del aeropuerto. El discurso anticapitalista se impone entre las clases medianas más o menos populares y en los barrios tradicionalmente obreros. Lean el reportaje publicado por Laura Cercós Tuset en este diario para constatarlo. En 2019, Esquerra, con un discurso parecido al de los comuns, consiguió superar a Colau porque se impuso en los barrios de la clase media adinerada. Al PSC no le valió obtener la mayoría en los barrios más obreros. Este es el segundo efecto que ha provocado Trias. Ha reactivado al electorado progresista que, soberanista o no, no quiere que vuelvan los “convergentes”. Los del expolio del Palau de la Música.

Si Colau retiene lo que ya tenía y obtiene el voto, para entendernos, de la Vila Olímpica, Sagrada Família o Sants, que en 2019 cayó en manos de Esquerra, ya lo tendrá hecho. Dado que los republicanos han pinchado estrepitosamente con el candidato, y han afrontado la campaña con un partido deshinchado, que solo sabe recurrir a la demagogia de Junqueras para animar a la peña, seguramente los comuns podrán ganarles en los barrios donde en 2019 los “amarillos” quedaron en primera posición. Por eso ganará Colau, porque el debate sobre su modelo de ciudad se ha convertido el centro de la disputa electoral. Las alternativas que proponen los otros partidos son, para el gran público, una incógnita. El “fuera Colau” no es suficiente argumento para movilizar al electorado. Tal vez Trias convenza a algunos de los electores de Pedralbes, Sarrià, las Tres Torres y al de los dos Sant Gervasi, el de la Bonanova y el de Galvany, que son los barrios donde en 2019 ganó Ciudadanos, el partido que, precisamente, convirtió en alcaldesa a Colau con los votos del xenófobo Manuel Valls. Pero difícilmente el grueso de estos electores confiará en Trias, porque el candidato de Junts ha hecho unos cuantos equilibrios para no perder el electorado independentista que seguía a Puigdemont y que no comparte la obsesión de Trias por reivindicarse como candidato del establishment y declararse poco o nada independentista.

Estamos llegando al final de la campaña. Una parte del independentismo pide la abstención para demostrar a los jerarcas del 1-O la decepción que les han causado. Incluso la nueva victoria de Puigdemont desde el exterior, esta vez en la ONU, con el dictamen de la Comisión de Derechos Humanos sobre que España violó sus derechos parlamentarios —y, por lo tanto, democráticos—, ya no es suficiente. El grito de “Puigdemont, nuestro president”, cada día es menos audible, sobre todo porque su partido lo ha silenciado. Todo esto se ha acabado. Además, Trias no es Puigdemont ni de lejos. Al menos no lo es para los electores que rechazan ir atrás. Hace unos días escuché una conversación en una cafetería porque me interesó lo que decían dos mujeres de mediana edad. Eran fervientes puigdemontistas. Mi sorpresa fue cuando una de ellas dijo: “Aunque lo avale Puigdemont, no pienso votar a Trias”. ¡Caramba! “Gente como Trias —siguió razonando la mujer—, que supuestamente eran del partido de Puigdemont, el 30 de enero de 2018 se alió con Esquerra para impedir su investidura”. Me sorprendió tanta finura analítica. Sobre todo, porque servidor tiene pruebas muy palpables de que esto fue así. La traca final fue cuando la otra mujer dijo, sin tapujos: “Creo que votaré en blanco”.

El próximo lunes volveremos a hablar de ello.