Cuando el sábado pasado Televisión de Catalunya volvió a poner en funcionamiento la cámara de El Temps en Perpinyà, lo primero que hice fue pensar en Jacint Verdaguer y el canto VI de Canigó, quizás porque activar una simple cámara que enfoque un paisaje puede parecer tan absurdo y poco útil como la poesía. Quizás, también, porque en realidad está en la aparente poca utilidad de cosas como la poesía, donde radica, normalmente, el origen de las cosas que acaban configurando una identidad. Una de ellas, por ejemplo, es que TV3 vuelva a conectar con Catalunya Nord, igual que lo fue hace un siglo y medio que el poeta nacional de Catalunya dedicara un libro "a los catalanes de Francia" el año 1886, recosiendo por primera vez la herida de la mutilación que el Tratado de los Pirineos había dejado sobre el país. Es lógico que 3Cat haya apostado por el simbolismo anunciando la nueva cámara en la semana que se rememora aquella infausta fecha de 1659, ya que Perpinyà en ella misma no es una ciudad. Es un símbolo.

La nueva cámara, situada en el terrado de las míticas Galerías Lafayette, no tiene la forma de un soneto ni el contenido de dos tercetos con rima consonante, pero la imagen que muestra de la ciudad es como una prosopopeya en la cual el Castellet tiene voz propia, en primer término, y una enumeración de campanarios se repiten, como una anáfora, hasta el horizonte. En mi modesta opinión, las imágenes que muestra no se deben entender a partir de los códigos audiovisuales ni evidentemente meteorológicos, sino de los códigos poéticos, ya que está más cerca de una instalación conceptual en el MACBA que de una cámara meteorológica. La señal se puede consultar en directo durante 24 h en la web del programa El Temps, pudiendo verse en cualquier momento del día el skyline de Perpinyà con los datos del tiempo magníficamente detallados, pero es evidente que la cámara no existe solo para ofrecer información que lógicamente no tiene ninguna utilidad para el porvenir vital de alguien que vive, qué sé yo, en Reus, Sant Sadurní d'Anoia o Calaf. Existe por algo más intangible.

"En Perpinyà están a 9 grados, hay un 87% de humedad y creo que un grupo de herrerillos acaban de sobrevolar el campanario de la catedral de Sant Joan", le dije a mi señora el lunes mientras miraba la cámara con la atención de quien está enganchado a la pantalla en el tiempo añadido de una final de la Champions League. ¿"Ya, ya, muy bien, pero has ido al súper a comprar el papel de cocina que falta"?, me respondió ella. Hay quien para desconectar cuando vuelve del trabajo se apunta a yoga o va a hacer footing por la Diagonal, pero a mí me gusta dedicar las noches a relajarme media hora en el sofá hojeando algún libro de poesía, por ejemplo, de Pere Rovira o David Castillo, que acaba de publicar la magnífica antología Camp Pervers (Proa, 2023). Desde el sábado, sin embargo, confieso que he mandado a tomar por saco los libros y mi nuevo placer culpable es conectarme a la cámara de El Temps de Perpinyà, ya que no muestra un paisaje, sino que lo evoca. No informa de un país, sino que lo hace existir.

La cámara tiene un ángulo de 360° y por defecto está encarada hacia el este, que es por donde sale el sol y nace la vida, por eso hoy también he decidido desayunar observándola desde casa, como quien mira por la ventana y en vez de ver la calle Aribau llena de coches, ve el sol naciente y un cielo anaranjado que carbura lejos, en Canet del Rosselló o El Barcarès. Si la cámara gira un poco hacia el sur, se puede intuir la plaza Aragó, donde vivía Juli Pepratx, el traductor de L'Atlàntida al francés y uno de los grandes amigos roselloneses de Verdaguer. "En la casa que hace esquina con la Rue d'Alsace-Lorraine, una placa recuerda las estancias de mosén Cinto en can Pepratx", escribió el escritor norcatalán Joan Daniel Beszonoff en la Guia sentimental de Perpinyà (Pòrtic, 2015), donde afirma que "sin Verdaguer, quizás no os podría escribir ni me podríais leer en catalán".

Si la cámara gira unos cuantos grados más, ahora hacia el suroeste, lo que se ve es la cumbre del Canigó dominando "como una magnolia inmensa que en un rebrote del Pirineo se abre" todo el infinito. Los versos son de Canigó, el gran poema épico de Verdaguer, que en pleno siglo diecinueve fue tan importante como esta nueva cámara de El Tiempo y legitimó la literatura catalana en el ámbito de las letras europeas. De hecho, el libro hizo lo mismo que en el siglo XXI hacen el storytelling y el branding, nombres en inglés que suenan muy bien paridos, pero que mantienen el mismo sentido y objetivo que hace un siglo y medio: crear con palabras y conceptos un universo colectivo que permita explicar, a partir de un relato, quiénes somos. La historia del viaje de Gentil y Flordeneu por el Pirineo escrito por mosén Cinto lo hizo, edificando los mitos germinadores de Catalunya en un momento de la Historia, en pleno Renacimiento, en el cual el catalanismo incipiente necesitaba replantar las bases mitológicas del país.

Se puede pensar que todo esto no tiene nada que ver con una cámara de tele sobre un terrado, pero yo pienso que sí. Del Canigó, que se publicó el año 1886, la primera vez que se conocieron algunos versos fue tres años antes, cuando el mismo Verdaguer propuso un encuentro de poetas e intelectuales catalanes "de las dos vertientes del Pirineo" para celebrar el cincuentenario de la Oda a la patria de Aribau. Así lo recuerda una placa visible hoy en la entrada del claustro románico de la catedral de Elna, que está donde Verdaguer leyó la tarde del 3 de julio de 1883 a Narcís Oller, Àngel Guimerà, Jaume Collell, Marià Aguiló o un joven Antoni Gaudí, también presente, los versos de El Rosselló que tres años más tarde serían el Cant VI de Canigó. No hacía ni un mes que toda aquella tropa había ido también a Poblet, otro lugar simbólico para el catalanismo, y tampoco hacía ni tres años que Verdaguer había escrito El Virolai para celebrar el milenario de Montserrat.

Gaudí era mucho más joven que Verdaguer aquel julio de 1883 en Elna, como hoy también son jóvenes los catalanes del norte que mantienen viva la llama de la lengua y la cultura catalana en el Rosselló. Son los hijos de los que hace diez años protestaban contra el cierre de la delegación de TV3 en Perpinyà y los nietos de los que hace más de cuarenta años acogieron, como refugio, a los resistentes que mantuvieron la llama del independentismo viva durante y pasado el franquismo. La nuestra, como pueblo, es una historia escrita como un encabalgamiento abrupto, que en poesía es un término que se refiere a cuando la pausa oral de un verso no coincide con la pausa métrica de un punto o una coma. Por suerte, sin embargo, nunca perdamos el rumbo que nos guía. Verdaguer lo encontró en el Canigó, la montaña que, más que una montaña, es un faro en el cual va bien encomendarnos cada vez que como país perdamos el norte. Por eso, observar sus imágenes en la cámara de El Temps es como abrir una ventana a nuestra historia para no olvidar de dónde venimos, que en realidad es la mejor manera de recordar hacia dónde queremos ir, ya que la cámara de 3Cat en Perpinyà es más que una cámara: nos recuerda, una vez más, que el Canigó no lo derribarán y que no desramarán el altivo Pirineo.