Hay gente que, cuando entra en un local, ni lo miran. Otros, sólo cruzar la puerta ya tenemos a todos los camareros y a los clientes pendientes. Le llaman magnetismo. A mí me sobra. Desde siempre.

Por ejemplo, cuando entro en el Ramses, el local más exclusivo y más de moda de Madrid, la gente se olvida de los famosos de segunda división que puedan estar por allí y se lanzan sobre mí, un famoso de verdad, para hacerse selfies, pedirme autógrafos, dejarme su número de teléfono para que las llame... Es el precio de la fama.

En mi mesa del Ramses siempre tengo a punto un show cooking cosmopolita y ecléctico que observo mientras me desestreso de la dura jornada saboreando un cóctel antioxidante. Y quien dice el Ramses dice el Embassy, el Gabana, José Luís o el Silk de La Moreleja, donde me gusta pasar veladas con algunos jugadores del Real Madrid que se mueren de ganas de ser mis amigos.

Mucha gente se pregunta cuál es mi secreto. Como puede ser que un joven tan joven gestione tantos temas importantes. Bien, pues de entrada porque abrazo como nadie. No es fácil abrazar como es debido y hay mucha gente que da abrazos diciendo que son abrazos homologados y no lo son. En Catalunya mismo, un lugar que, por cierto, amo mucho y donde tengo grandes amigos, se está perdiendo el abrazo con repique. Dos de sus grandes maestros, Enrique Lacalle y Ricard Fernández Deu ya no están en primera línea. Una lástima.

Pues eso, que en Madrit (no ciudad sino concepto) es muy importante saber abrazar. Es la mitad del éxito de un negocio. Y cuando digo negocio quiero decir esto que hago yo, que nadie sabe exactamente de que se trata. El resto es empatía, decirle a la gente lo que quiere escuchar, hacerles creer que son importantes, hacerles creer que yo soy importante y hacerles creer que a través de mí conseguirán favores y un dinero importante. Fácil.

 

Pero donde soy un fenómeno es saliendo de los momentos realmente difíciles. Sobre todo cuándo los periodistas me preguntan qué encargos me hizo exactamente la vicepresidenta del Gobierno y por qué me los encargó precisamente a mí. O cuándo me preguntan en qué casos del CNI he trabajado, o cómo intenté desencallar el caso Pujol. Y yo, entre lo que escucho por una parte, lo que me explican todos estos a los que abrazo y que son tan importantes y saben tantas cosas, mi intuición y mi infinita capacidad de inventar, acabo la conversación con los periodistas tan rendidos a mis pies que me comprarían un cubo de Rubik con todas las caras del mismo color.

Por eso triunfo tanto en las televisiones y en las radios. Voy, explico cuatro vaguedades, dejo caer algunas insinuaciones, respondo diciendo que no puedo responder según qué preguntas comprometidas, detallo alguna verdad sobrevenida en medio de tanta fantasía para poder conservar la credibilidad, paso por caja, y un abrazo cordial. Y la gente encantada. ¿Y sabe por qué? Porque soy un personaje que todo el mundo se reconoce en su ADN más íntimo. Formo parte suya, desde el Lazarillo de Tormes al Dioni, pasando por Urdangarín.

Efectivamente, soy un pillo, un pícaro. Del siglo XXI, pero sigo triunfando cono si estuviéramos en el siglo XVI. Porque conservo las raíces más auténticas del personaje. Porque estamos allí mismo. Porque el mundo y la sociedad cambia pero los sentimientos básicos siempre quedan.