Vivir cerca de este precioso y pequeño mar no hace que, por ciencia infusa, aquello que comes sea automáticamente dieta mediterránea. Tampoco te hace ser deportista de facto el hecho de ir totalmente equipado con ropa del Decathlon. Igualmente, visitar zonas campestres y parques naturales en época de vacaciones no te hace ser campesino de golpe, ni te convierte en un experto en la tierra, ni te da derecho a aplastar aquel espacio como si no tuviera vida propia sin ti. Hace falta una mirada limpia y, sobre todo, respetuosa. Y eso, amigos, no es lo que ha pasado en el Delta del Ebro estos días festivos que hoy acaban. Virgen de la Cinta asistidnos, porque la cosa va mal.

Si dice camino rural, quiere decir que no puedes circular a ochenta por hora y levantar más polvo del que puede engullir un ciclista, ni tocar el claxon como si se acabara el mundo: estorbas a los pájaros (sí, las aves también son seres vivos) y rompes la paz del entorno que visitabas porque se suponía que respirarías tranquilidad. Las colas de coches y autocaravanas en lugares —supuestamente— protegidos daban pavor. Aparcados en las riberas, de cualquier manera, medio arrimados a la acequia, estancados en la arena, a un palmo del mar. Todo el mundo a montones. Ha habido carreteras comarcales literalmente colapsadas, en ambas direcciones, de tantos vehículos que había. Eso, chicos, no puede ser bueno de ninguna manera y lo reconozco, sí: estoy que me subo por las paredes.

Antes de los temporales Gloria y Filomena, el Trabucador tenía 6 km de largo y unos 120 metros de ancho (por poner un ejemplo de zona delicada masificada). A día de hoy, la mitad está derrumbado o semisumergido (no lo veréis cada día en la tele, pero es así y nos parte el corazón) y ahora llegan el doble de coches, pero hay la mitad de suelo que antes. Si no lo habíais visto antes del desastre quizás no lo notaréis, pero a nosotros nos duele cada día. Y pienso en voz alta que, quizás, no iría nada mal una barrera de aquellas como las que había en los pasos a nivel de los trenes y hacer pagar, por poner una cifra, un euro por vehículo. Verías tú como, de entrada, conseguirías un efecto disuasivo (aquellos que no aman de verdad lo que van a visitar no querrían pagar) y después podrías reinvertir toda la recaudación en mantenimiento de la zona, además de regular el acceso y proteger el espacio.

No todo el mundo es igual, pero sentimos indignación y tristeza al ver miles de vehículos invadiendo un espacio frágil. Así, no

La llegada de turistas es siempre bienvenida, de verdad, pero con mesura. Y con medidas. Restauradores, casas de campo, hoteles, tiendas, empresas de actividades deportivas y de ocio, todas necesitaban y se merecían oxígeno, eso es innegable, pero tiene que haber restricciones. Todo eso podría funcionar igual y perfectamente con unas normas que evitasen que, en determinadas épocas del año, miles de vehículos invadiesen un espacio natural extremadamente frágil. No apunto a nadie, simplemente disparo el tiro al aire y que alguien atrape la bala, por favor, porque estas imágenes no se pueden volver a repetir y no es la primera vez que pasa. El Delta se derrumba rápidamente y vamos y ponemos miles de vehículos encima. Un gentío que da pavor ver. No, no hay lugar para todo el mundo. No todos al mismo tiempo. No así.

Hay que agradecer a la gente que nos viene a ver desde el respeto y con ganas de conocernos de verdad —y no sólo para hacerse un selfie en un lugar insólito — pero es que también tenemos que soportar que mucha de la gente que viene no sepa ni a donde va, ni quiénes somos, ni el abandono que sufrimos durante todos los meses del año que no nos visita. Tenemos una mezcla de sentimientos a caballo entre la indignación, la vergüenza y la tristeza: por una tierra que agoniza, por las personas que no muestran respeto por el entorno, los habitantes que las acogen y por las instituciones correspondientes que no toman medidas para evitar esta maldad e intentar hacer compatible el turismo sostenible con la riqueza del territorio.

¿De qué nos sirve ser Parque Natural, zona de especial protección de las aves, Reserva de la Biosfera y mil títulos más, si después hay personas que cuando salen fuera se comportan como no lo harían en su casa y los lo permitimos? Pero se supone que tenemos que estar agradecidos porque han venido. Pues mira, no. Y no todos son iguales, claro está, lo sé, pero no cabéis, de verdad. La sostenibilidad comporta unos deberes implícitos. No es sólo venir y soltar dinero. Las instituciones tienen que tomar partido y marcar un límite porque, si no, el río no es vida y el Ebro se defiende, no sólo manifestándonos sino también cuidándolo.

El Delta del Ebro no somos un parque de atracciones: las instituciones tienen que tomar partido y marcar un límite

Salvemos el Delta no es un lema para venir a visitarlo deprisa y corriendo antes de que desaparezca y aplaudir una puesta de sol. Para salvarlo lo tenemos que cuidar, lo tenéis que cuidar todo el año y eso pasa —también— por sentirlo como una parte más del país y apostar por el equilibrio territorial siempre, no sólo visitarlo cuando queremos entretenernos. Nos han prohibido demasiadas cosas últimamente, lo entiendo, y necesitamos un respiro, también lo entiendo, pero tenemos que tener buen juicio y hacer las cosas con conocimiento. No somos un parque de atracciones. Es el problema, también, del mal uso intencionado del lenguaje. No podemos llamar parque a un parque natural, a un parque de atracciones y a un parque eólico. No señores, no es lo mismo.

He leído que Italia expulsará los grandes cruceros de Venecia para proteger la zona. La decisión llega después de que la Unesco advirtiera que retiraría la ciudad de la lista de patrimonio de la humanidad si no se ponía remedio al excesivo volumen de tráfico marítimo. Hace falta que en el Delta (y en otras zonas del país que sienten que les pasa lo mismo) también se tomen cartas en el asunto. Aquí, en el Delta del Ebro, de enero a diciembre desarrollamos actividades económicas respetuosas con el entorno, hablamos en este acento tan bonito todos los días —no sólo cuando venís de fuera, para haceros gracia—, vivimos aquí todo el año y querríamos seguir viviendo en unas condiciones de dignidad y de respeto, si no es mucho pedir. Vengan cuando quieran, pero no todos al mismo tiempo.