En el programa Punto Rojo (un programa de especiales que estoy haciendo para una cadena que se emite en toda América Latina), tuve la oportunidad de entrevistar a María Corina Machado, poco antes de recibir el Nobel de la Paz. De aquella conversación rescato la idea-fuerza que late en el movimiento opositor venezolano, pero también en toda la región: “Venezuela es hoy un hub criminal y hay que transformarlo en un hub energético”. Es decir, si cae el yugo de las redes criminales que mantienen el régimen dictatorial de Maduro, el ideal de convertir Venezuela en un motor económico de toda América Central y del Cono Sur es un objetivo alcanzable. Y este objetivo, lógicamente deseable para los millones de venezolanos que sufren la opresión política y la depresión económica que ha impuesto el régimen, es también clave para la estabilidad de toda la región.
Los hechos son inapelables y destruyen los mitos que determinadas izquierdas crearon para justificar el eterno apoyo a la dictadura cubana, y han reciclado a la hora de justificar el despotismo bolivariano. Desde la llegada de Chávez en 1999, la destrucción sistemática de todos los derechos civiles y políticos (con más de un millar de presos políticos) ha ido acompañada de una grave crisis económica y una terrible degradación de la vida cotidiana, que ha implicado el exilio de nueve millones de personas. Pero, al mismo tiempo, Venezuela se ha convertido en el punto de convergencia de diversas organizaciones criminales, especialmente vinculadas a las actividades delictivas de la droga, hasta el punto de consolidar una de las organizaciones de crimen organizado más peligrosas del continente: el Tren de Aragua. Tipificada como una “organización terrorista extranjera” por los Estados Unidos y considerada por InSight Crime como una de las bandas más peligrosas del continente, con ramificaciones en Perú, Chile y Colombia, ha sido noticia estos días por la detención de 13 miembros que operaban en España, 9 de ellos en Catalunya. Dadas sus profundas implicaciones con el régimen, no es de extrañar que Venezuela sea considerada directamente un narcoestado.
A la criminalidad organizada y la corrupción sistémica, y gracias a los pactos con Irán, se suma la activa presencia de miembros de la guardia revolucionaria iraní y de las fuerzas Quds, que se mueven por todo el continente gracias a los pasaportes otorgados por el régimen de Maduro, y han conseguido dominar la Triple Frontera. La fusión entre las redes de Hezbollah en la región y las redes narcos es una evidencia que la DEA persigue desde 2008. A todo ello hay que añadir el dominio de la inteligencia cubana en el entramado del régimen, responsable tanto del diseño represivo como de su aplicación. Cuba ayuda a la tiranía venezolana, a la vez que vive de ella, en un proceso vampírico sin el que el régimen cubano no podría sobrevivir.
El terremoto de la caída del régimen, y su efecto liberador, tendrá unos efectos sísmicos directos en Cuba y Nicaragua, pero también en toda la región
Para acabar de perfilar el cuadro del desastre que significa el régimen, hay que añadir la desestabilización que ha creado en todo el entorno (aparte de su influencia en todo el eje bolivariano), especialmente en Colombia, Ecuador y Perú, donde se han disparado de manera muy alarmante las actividades delictivas, la inseguridad y los homicidios. Me decía no hace mucho el expresidente de Colombia Andrés Pastrana que la bolivarización de Colombia y el mimetismo de Petro con Maduro habían llevado al país a una situación de emergencia democrática. Los datos lo avalan: aparte de perder regiones enteras en manos de grupos criminales, se ha disparado la cifra de producción de droga a dimensiones gigantescas. El Informe Mundial sobre Drogas de 2024 habla de 253.000 hectáreas de coca, un aumento de un 9% respecto al año anterior. “Estamos volviendo a los tiempos de Pablo Escobar”, me asegura alarmada Íngrid Betancourt.
En este punto, la pregunta es obligada, al menos en los círculos democráticos del continente: ¿cómo derribar el régimen? La respuesta de las urnas ya no sirve, dado que la oposición ganó democráticamente de manera rotunda, y el régimen robó las elecciones con total impunidad. Si no cae por las urnas, ¿cuáles son las vías? Y es aquí donde están abiertas todas las opciones, desde la insurrección interna hasta la intervención norteamericana, que ya ha enviado operativos militares de primer nivel: por un lado, el despliegue de 10.000 soldados en el Caribe, junto con una decena de buques de la Marina y la llegada del poderoso portaaviones Gerald Ford; por el otro, la llegada de tres aviones de ataque fuertemente armados al aeropuerto de El Salvador, entre ellos el poderoso avión de guerra AC-130J Ghostrider. La cuestión es si todo este operativo es preparatorio de un ataque o disuasorio, y según Trump, la decisión ya la tiene tomada, respuesta que también forma parte del juego dialéctico intimidatorio
A la espera de ver cómo avanzan los acontecimientos, se pueden afirmar algunas cosas: una, que la carpeta Venezuela se ha abierto en EE. UU., y la decisión de hacer caer el régimen es determinante; dos, que la oposición está preparada para hacer un llamamiento a la población y, según sus dirigentes, tienen la capacidad de hacer un proceso insurreccional; y tres, que puede haber una combinatoria de fuerzas internas —insurrección— y externas —intervención— para conseguir la caída de Maduro. En este punto, la gran incógnita es saber qué hará Rusia, la principal aliada de Venezuela, con un Maduro tóxico, que ya es más problema que solución para sus intereses. ¿Putin hará un Assad y no moverá pieza como hizo en Siria, o se implicará y todo escalará? Sea cual sea la opción, en la Situation Room de la Casa Blanca ya deben conocer la respuesta...
En todo caso, lo que parece claro es que ha llegado el “momento Maduro”, y si finalmente ocurre, el terremoto de la caída del régimen, y su efecto liberador, tendrá unos efectos sísmicos directos en Cuba y Nicaragua, pero también en toda la región. Es posible que estemos a las puertas de un nuevo paradigma, similar al que se está produciendo en Oriente Medio, un cambio de mapa político, social, económico y humano que puede dar esperanza a una población muy torturada. En todo caso, la oposición venezolana —y también la cubana— lo tiene claro, y así me lo expresaba un miembro del Comando de Venezuela (#ConVzla), la plataforma de María Corina Machado: “El proceso ha comenzado y ya no se detendrá. Estamos viviendo el inicio del final del régimen”.