Las elecciones del 23J han pasado y los resultados han dejado, ya de día, bastante perplejos a la mayoría. Aunque en boca de los protagonistas —de noche y a pie de recuento— también la mayoría de los partidos se habían proclamado vencedores. Los números dejan claro qué ha sucedido en cada caso, pero el relato es realmente creativo; bueno, más que creativo, una libre invención. Me pareció especialmente esperpéntico el de Rufián, cabeza de lista de Esquerra Republicana.

Por un momento parecía que se había convertido en Rajoy, que este lo había poseído. No tanto por las ideas, sino por la interconexión estrambótica de las palabras y la imposibilidad sintáctica de las frases con las que dio cuenta del resultado obtenido. Un galimatías que no puedo en absoluto reproducir, pero basta con poner el programa de TV3 de la noche electoral y asistir en directo al momento.

La mayoría dicen que han ganado y ahora intentan imponer, en cada caso, el relato de lo que pasará en breve, pero lo cierto es que el gobierno de España está en el aire. Un Gobierno claro no hay, y por más que se afirme que las elecciones no se repetirán, no es así. La posibilidad existe y es la más coherente de todas, aunque ahora todos los discursos nieguen la mayor. La demonización de personas y/o colectivos es una práctica muy habitual en la política y también en la sociedad española. Más todavía si somos catalanes o catalanas. También es herramienta de uso corriente hacer recaer las culpas sobre quien no las tiene y pedir responsabilidad sin haberla ejercido de manera recíproca; ni previamente, ni con voluntad de hacerlo posteriormente.

El gobierno de España está en el aire, concretamente en el aire de Waterloo

Hoy volvía por la AP-7, esta vez por una ruta distinta a la habitual, y también he encontrado un accidente y kilómetros de cola. Ahora ya la situación es crítica y tengo muy claro que es el resultado de años y años de política de desatención a Catalunya, de menosprecio directo a su ciudadanía por parte de los gobiernos del estado. No es solo RENFE-Rodalies. Gobiernos tanto del PSOE como del PP. ¿O es que alguien cree que tantos años de reparto desigual entre ingresos y gastos y tantos años de ejecución presupuestaria de mínimos no nos afecta en el día a día —y no solo en cuanto a las infraestructuras— de los catalanes y catalanas? Precisamente esta es la política que llevan a cabo los partidos estatales, ahora también Podem-Sumar, con Catalunya.

El tema de la responsabilidad, del respeto, del honor, de la palabra dada o del pacto, va mucho más allá, sin embargo, en el caso catalán. No existe. No existe ni un trato que no sea papel mojado. El estado español y, por lo tanto, todo el mundo que quiera ser su representante, no los cumplirá nunca. No se sienten obligados, y el engaño forma parte ya de la tradición. Es un juego en el que se sienten muy cómodos; más aún si hay partidos catalanes que los blanquean. En cualquier caso, siempre les sale gratis. Lo sabíamos antes de la legislatura pasada y lo sabemos todavía más ahora, aunque no nos hacía falta la confirmación; sabíamos que era completamente redundante.

El gobierno de España está en el aire, concretamente en el aire de Waterloo. Eran muchas las quinielas que se hacían, pero ninguna contaba con Puigdemont. Cuando menos del modo en el que ahora cobra protagonismo en el tablero de juego. Para Pedro Sánchez, actual presidente del gobierno que no podrá volver a serlo sin Junts, Puigdemont era una anécdota —las palabras son suyas— ¡precisamente, gracias a él!