Mañana una princesa, no de cuento, jurará la Constitución española y así se asegurará de suceder a su padre como reina en caso de que este deje de serlo. A diferencia de los relatos de ficción, esta princesa tiene el derecho —recogido en la propia Constitución que mañana escenificará que acata— de pasar a ser la jefa de estado de España. La española es, a mi entender, una democracia dinástica —y, por lo tanto, no una democracia— que garantiza a la familia real española unos derechos que están por encima de los del resto de españoles y españolas; en reconocimiento, supongo, de una propiedad del país que todavía no sé quién se la ha concedido. Y utilizo expresamente el verbo conceder porque entiendo que todas las concesiones, como tales, tienen que tener o, cuando menos, pueden tener fecha de caducidad, aunque sea y esté fehacientemente reconocida como adscrita por una imposición dictatorial que se disfraza, o no, porque ni hace falta. Concesión, pero que se les sigue otorgando. El acto de mañana es el paradigma, sin ni siquiera plantearnos como ciudadanía si es lo que toca, según el relato oficial de un país entregado, en cuerpo y alma, a la realeza.

Cómo es posible llegar al siglo XXI después de tantos años de saber que los reyes y reinas no tienen sangre azul, sencillamente, en un momento dado de la historia se aseguraron el poder, y seguir perpetuándolos amparados en una democracia

De hecho, es muy difícil que sea de otro modo, con la imagen penosa de los partidos de izquierdas, incluido el Govern, por mucho que ahora algunos de sus miembros hagan aspavientos ante el acto. La ceguera es tal que la izquierda española considera la dictadura un obstáculo que viene a embrutecer estos derechos de la familia real española y, por lo tanto, más vale ya ni aclarar, ni tan solo mencionar, el origen de estos derechos adquiridos y así también es más fácil que pasen a ser entendidos como adscritos; talmente como en la edad media. Ser de izquierdas, del tipo que sea, y ser monárquico, o cuando menos hacer la genuflexión cortesana a la realeza, es un quebradero de cabeza que solo se puede soportar si realmente no eres de izquierdas pero no lo admitirás nunca.

Y si no, explicadme cómo es posible llegar al siglo XXI después de tantos años de saber que los reyes y reinas no tienen sangre azul, sencillamente, en un momento dado de la historia se aseguraron el poder, y seguir perpetuándolos amparados en una democracia. Y además, dejar que en su nombre se recorten nuestros derechos.

Valtònyc ha vuelto y no porque España sea un país más demócrata, sino porque su delito ha prescrito, pero, a diferencia de Bélgica, aquí, en el estado español, todavía existe el delito de injurias a la Corona; que lo pueden ser incluso cuando dices una verdad incómoda. Últimamente, la realidad se está conjurando para enseñarnos los contrastes entre dos Españas que ya no pueden vivir juntas y que tienen que decidir si esta fractura es solo un tema de centro y periferia o si es también el centro del Estado el que puede ir más allá de 1986.