España cada día me recuerda más a aquel polluelo que se me murió de una intoxicación después de comerse una planta venenosa, un día que lo saqué de la caja y lo dejé correr libremente por el bosque. Desde que Catalunya empezó a cuestionar los acuerdos de la Transición, el Estado se comporta cada vez más como una bestia desorientada e incapaz de adaptarse al nuevo paisaje.

Dejar el zoo siempre es difícil y a veces pasa que los animales que han nacido dentro de una jaula no son capaces de sobrevivir en espacios abiertos y naturales. Mientras seguía el debate de investidura no dejaba de darle vueltas. En España, cuando los políticos hablan, siempre tienes la sensación de que en cualquier momento un militar o una masa incendiaria puede irrumpir con pistolas en el Congreso. Después, vas a hacer unas olivas y la gente parece bastante normal.

Aunque hayan pasado casi cuarenta años, los discursos y los debates políticos siguen anclados en el año 78, cuando Gutiérrez Mellado era diputado y Tejero soñaba con salvar a España. Ahora que ETA ya no mata y que los militares ya no pintan nada, cada vez es más evidente que la democracia que tenemos nació de un pesimismo atroz y dissolvente. Incluso los políticos más jóvenes y más frescos me recuerdan a una sirvienta de mi abuela que vivía para conseguir un collar de perlas con los cupones de La Vanguardia.

La prisa para olvidar la historia y ser un país normal ha hecho que todo el mundo se haya acostumbrado a creer que la libertad se puede comprar con dinero o incluso robarla al adversario, sin necesidad de ser fiel a uno mismo cuando es más difícil. El resultado es esta cultura de nuevo rico que se cree que el romanticismo viene de las flores y no del compromiso con la belleza y la verdad que cada uno es capaz de proyectar en ellas.

La democracia va de hacer grandes a los hombres, no de empequeñecerlos explotando sus miedos o sus vanidades para después comprarlos con seguridades pequeñas. A diferencia de otras formas de gobierno, la democracia es un sistema idealista y va de repartir cañas de pescar, no de regalar panes y peces a la gente para consolarla y tenerla apaciguada. En democracia no hay nada más contraproducente que el yo o el caos que ha practicado Rajoy, porque es un sistema pensado para que las minorías puedan aliarse.

Si el presidente español hubiera estado atento a la suerte de Mas se habría dado cuenta que la prepotencia contra el independentismo y contra Sánchez no le convenían. El éxito de una democracia depende de su capacidad de proteger la esperanza en el intercambio libre de ilusiones y maneras de pensar. Por eso el solo hecho de que Pedro Sánchez no ceda ante las presiones del PP y su "brunete" mediática es una noticia pedagógica excelente, mejos que cualquier fórmula económica, sobretodo si viene de Ciudadanos.

Con su no rotundo, el líder PSOE está liberando a España de los miedos de la Transición. Podría ser que eso también ayudara al independentismo a abandonar esta épica hortera de ponerse la venda antes que la herida. El No de Sánchez es más importante por el cambio de actitudes que puede desencadenar, que por las terceras elecciones, que ya hace tiempo que doy por descontadas. Ayer incluso Francesc Homs parecía un poco más valiente, diciéndole perdedor a Rajoy. Sólo le faltó anunciar que vamos a celebrar un Referéndum por el bien de toda Europa y que el nacionalismo español se cura viajando a Catalunya.