Si yo formara parte de un partido unionista (o de su entorno o de sus medios de comunicación) estaría preocupado. El problema es que quien está preocupado soy yo, que no formo parte de ningún partido unionista (ni de su entorno ni de ninguno de sus medios de comunicación). Y estoy preocupado, precisamente, porque observo que, al menos públicamente, los partidos unionistas (y sus entornos y sus medios) no están preocupados. Nada. Y creo que lo tendrían que estar. Y mucho.

El caso del chalado que entró en la plaza de Vic atropellando cruces amarillas como si fuera un yihadista es muy grave. Por lo que pasó. Por lo que podría haber pasado. Pero, sobre todo, por lo que significa. Y ha sido tratado con un pasotismo muy preocupante que sigue la línea habitual.

Pasó que en alerta 4 por un terrorismo que ya ha actuado en Catalunya, un coche, y en Vic, entró en una plaza peatonal a toda hostia. Y aquello podría haber sido una ensalada de tiros de la policía contra el vehículo, al pensar que no iba a por las cruces sino a por las numerosas terrazas de los bares existentes en el lugar. 

Pasó que un desequilibrado actuó impulsado 1/ por su propio desequilibrio y 2/ porque el run-run de la impunidad lo empujó a impartir lo que él consideraba justicia.

Y podría haber pasado que el conductor de un coche que circulaba a toda hostia por una plaza cerrada al tráfico y donde las familias van a tomar el fresco mientras los niños juegan con la arena y corren libremente hubiera perdido el control del vehículo. Y entonces, ¿qué?

La animalada de Vic significa un paso más en la escalada violenta, gotita a gotita, del unionismo ultra descontrolado, que es minoritario, pero que va aumentando en intensidad. Y en impunidad.

La batalla campal en la terraza del bar Zurich de BCN después de la mani del pasado 12 de octubre nos demostró que ni nos imaginamos quién circula por aquí. Ni quién los trae, ni a hacer qué. Aquel día se lanzaron por la cabeza toda la terraza del bar grupos de seguidores de extrema derecha del València, el Atlético de Madrid y el Sabadell. La mezcla es alucinante. Y las preguntas, unas cuantas: ¿grupos ultras de equipos de fútbol en una mani nacionalista española celebrada en BCN? ¿Cómo vinieron? ¿Los animó alguien? ¿Estaban coordinados? ¿Se lo pagaron ellos? ¿Qué pasó entre ellos para acabar como acabaron? ¿La policía del 155 y los millares de piolines sabían que estaban? Si lo sabían, ¿por qué no pudieron o no supieron evitarlo? ¿Estos ultras han vuelto? ¿En la pelea participaron solo ultras con camiseta de un club de fútbol o también elementos incontrolados?

El caso del intento de asalto a los estudios centrales de Catalunya Ràdio en BCN, que acabó con la puerta destrozada y que obligó a que hubiera presencia policial de forma permanente durante unos cuantos meses, demostró que en el imaginario ultra ya existía un enemigo identificado donde proyectar la rabia y la ira: los medios públicos.

El caso del agresor de Jordi Borràs nos demostró que dentro de la policía española hay gente muy extraña. Y con unos referentes muy mejorables. Pero también nos demostró que en la policía española hay gente muy muda. Porque todavía ahora es momento de que alguien ofrezca alguna explicación pública del incidente. Y, sobre todo, que alguien nos detalle qué medidas han tomado para que no vuelva a suceder. Y demostró que, como con Catalunya Ràdio, molesta el altavoz que no les ríe las gracias.

Y, ante todo eso, los partidos unionistas (y su entorno y sus medios) mantienen una actitud que me recuerda la del mundo batasuno cuando no condenaba los atentados de ETA porque formaban parte "de un conflicto político".

Es preocupante que el unionismo democrático (su entorno y sus medios) no se desmarque con total rotundidad de un fenómeno que, para resumir, empezó con una batalla campal entre ellos mismos y, de momento, ha acabado en el incidente de Vic, pasando por la agresión a un periodista significadamente antifascista.

Si alguien coge tu bandera y empieza a golpear a gente con el palo, no hay alternativa posible: tú tienes que estar con el golpeado. Sin matices ni excusas ni justificaciones ni lo de "oh, es que...". Porque todavía estamos a tiempo de evitar que la violencia vaya a más y no llegue un día en que sea demasiado tarde. Y entonces tengamos argumentos para pensar que no preocupaba porque ya iba bien.

Ah, por cierto, si ahora usted acaba de afirmar: "Oiga, que los indepes también cometen actos violentos", no sufra que ahora no me dedicaré a comparar, ni a hablar de intensidades y de impunidades, ni a hablar de victimismo, ni de manipulaciones, ni de mandangas. Y podría hacerlo porque tengo suficiente material como para hacer un libro. O dos. Pero ya se lo digo bien claro: TODOS. Los condeno todos. Del primero al último. Y lo haré también cuando los indepes agredan a periodistas o corran carreras de Fórmula 1 por las plazas públicas.