El espionaje político, que es algo a lo que algunos parece que nos tendremos que acostumbrar mientras otros lo miran con la indiferencia del que cree que nunca será víctima de tan delictivas prácticas, está dando mucho que hablar en el plano europeo. Hace escasos días la portavoz comunitaria de Interior, Anitta Hipper, manifestaba con toda rotundidad que "Nuestra posición es clara. Cualquier intento de los servicios de seguridad nacional de acceder ilegalmente a datos de ciudadanos, incluyendo periodistas y oponentes políticos, si se confirma, es inaceptable".

No se trata de un posicionamiento personal, sino de una postura institucional del Ejecutivo europeo, según la cual "es absolutamente importante que [los estados miembros] garanticen la protección de información personal, además de la seguridad de periodistas y la libertad de expresión".

Sin duda, se trata de una postura interesante que nos debe hacer reflexionar sobre la gravedad del tema —espionaje político— y la contundencia con la que las instancias europeas han de actuar respecto de aquellos gobiernos que, saltándose o tuneando la Ley, dedican recursos públicos a espiar a sus oponentes.

El espionaje político es una de esas líneas rojas que una vez traspasadas impiden calificar de democrático y de derecho a ningún Estado que lo practique; simplemente, es una forma de entender el poder estatal que es absolutamente incompatible con la democracia y, por eso, la Unión Europea, a través de su Ejecutivo, se ha posicionado con la rotundidad que acabamos de ver.

Pero el Ejecutivo europeo no es el único que se ha posicionado claramente del lado de lo que ha de entenderse por democracia; también una serie de gobiernos entre los que no se incluye el español, que ha guardado, una vez más, un sospechoso silencio que todos podemos entender a partir de cómo han manejado la primera parte del CatalanGate y sus derivadas.

Ahora bien, lo lamentable es que esta reacción europea la hemos visto en el caso del espionaje político en Grecia, pero no cuando desde España se nos ha espiado a un número elevado de ciudadanos de la Unión por el simple hecho de que muchos son opositores políticos —tratados ya como enemigos— y, otros, simplemente somos sus abogados defensores.

El espionaje político es un síntoma claro de déficit democrático que, en el caso de España, se extiende a unos niveles que lo transforman en sistémico porque no solo involucra a los servicios de inteligencia, sino también a estamentos judiciales, policiales y políticos de diverso signo

Una postura tan asimétrica puede tener muchas explicaciones, pero ninguna justificación y la legitimidad democrática de los planteamientos del Ejecutivo europeo hacen agua cuando en un caso de espionaje masivo guarda silencio mientras en otro, que es de espionaje selectivo, sale a establecer las infranqueables líneas rojas que toda democracia ha de respetar.

El espionaje político, selectivo o masivo, no solo es un delito sino que, además, es un síntoma claro de déficit democrático que, en el caso de España, se extiende a unos niveles que lo transforman en sistémico porque no solo involucra a los servicios de inteligencia, como en Grecia, sino, también, a estamentos judiciales, policiales y políticos de diverso signo.

Todo lo anterior aderezado con grandes dosis de cinismo y/o silencio cómplice de muchos medios que han preferido conservar sus fuentes en lugar de investigar e informar sobre lo realmente sucedido… es decir, aportarnos información veraz sobre unas prácticas que nos retrotraen a tiempos remotos que tal vez pensábamos superados, cuando no lo están.

Es sistémico cuando parte —que no todo— del espionaje que hemos sufrido, ha contado con autorización de un Juez que, además, alega que no le informaban de los resultados de ese espionaje, pero que lo iba prorrogando sin contemplación alguna mientras, al mismo tiempo, resolvía, por ejemplo, recursos que le habíamos presentado en nombre de parte de los espiados y firmado por otro de los espiados… y, tiempo al tiempo, igual terminamos viéndolo sentado en todo un Tribunal Constitucional en representación de la progresía.

Es sistémico cuando nadie se atreve a investigar los hechos hasta las últimas consecuencias, investigarlos seria e imparcialmente y con acceso a la información por parte de todos los espiados, sin que surjan cortinas de humo que nos impidan conocer lo sucedido, lo que ha costado, los autores materiales y los autores intelectuales.

No solo se ha tratado de un espionaje a políticos opositores —más bien a aquellos a los que se considera enemigos—, sino que, también y tengo que insistir en ello, a sus abogados, con lo que se han cargado la última línea distintiva existente entre un Estado democrático y uno totalitario en el que el fin justifica los medios.

En cualquier caso, y a partir de lo surgido en Grecia y de la respuesta del Ejecutivo comunitario, igual existen esperanzas de que, más temprano que tarde, se terminen pronunciando con igual rotundidad y exigiendo las mismas investigaciones respecto del CatalanGate que, como se verá, no es más que la punta de un iceberg que muchos no quieren ver y otros miran en menos, pero con el que terminaron estrellándose. Mientras tanto, la orquesta sigue tocando sin darse cuenta de que el agujero antidemocrático es de tal calibre que no se solucionará con parches ni remiendos, sino con una reconfiguración radical del sistema... al menos si lo que se pretende es vivir en una democracia que no requiera de adjetivos.

Seguramente, el problema de muchos es que se sienten cómodos con la actual situación y ello tiene muchas explicaciones, pero ninguna justificación. Entre las explicaciones, el atavismo puede ser una y el egoísmo otra.

Es atávica la falta de cultura democrática, con lo que los exabruptos totalitarios no rechinan a muchos y es egoísta pensar que no es tan grave porque solo afecta a algunos… sin jamás pensar que estos comportamientos y recortes de libertades se sabe dónde comienzan, pero no hasta dónde llegan. En definitiva, a las democracias les pasa como a los derechos humanos: ni caben las equidistancias ni las matizaciones.