Birlo a La Cubana el título, de hecho, el título y la idea madre, para la pieza de hoy. Como es por una buena causa, espero no sufrir consecuencias. La compañía suburence se propuso ver una función en el Gran Teatro (del Liceo) desde las cajas, desde detrás el escenario. Aquí el espectáculo que presenciamos es el que pasa detrás del telón y, como este es traslúcido, contemplamos lo que sucede en el patio de butacas.

De vez en cuando, en la vida, y también en la política, conviene un cambio de perspectiva, de óptica, de ver las cosas de forma diferente. La historia es la misma, pero la posición del espectador, no. Eso aporta una nueva dimensión para con el objeto y ofrece matices y aristas hasta el momento desconocidas. Con lo que ya sabemos y lo que descubrimos con nuestro cambio posicional obtenemos una idea más completa y menos convencional de la realidad. Los blancos y negros se desvanecen, no tanto en grises, sinó en una paleta de colores de amplísima gama.

Quien dice, pues, una noche en la ópera, dice, por qué no, una mesa de negociaciones. Hasta ahora la perspectiva de la enfermiza ciclotimia catalana (política y mediática) era simple: ERC quiere la mesa para arrancar a JuntsxCat y al puigdemontismo la supremacía política. Por el contrario, este último lo que quiere es hacer naufragar la mesa para que ERC se cueza en su fracaso y deje la vía libre y expedita para los auténticos catalanes, aquellos que nunca han traicionado Catalunya. En el fondo, la mesa no querida por JuntsxCat podría ser la puntada de oro para enviar a los considerados —en privado y cada vez más en público— colaboracionistas a la papelera de la historia. Por cierto, que a estas alturas esta papelera debe tener más superpoblación que Calcuta.

Al ser consciente el independentismo catalán de su propia reorientación y del aprendizaje del hecho de que la realidad es compleja y más si se desconocen los resortes del Estado, el simplismo es el primer lastre que hay que tirar por la borda. En consecuencia, la primera lección va del hecho de que tenemos prisa. Nada de prisa: eso va para largo, muy largo. No habiendo sabido o podido hacer una DICE de más de 8 según era una conclusión obvia, que todavía ahora algunos se resisten a explicitar.

Por lo tanto, proponer, aceptar e ir a una mesa de negociación no es ninguna derrota, ni ningún retroceso. Es un giro estratégico en el que nada está dado ni nada está ganado por nadie de los que se sienten en la mesa. El mismo hecho de ir es reconocer que se está en la necesidad —no sólo en condiciones— de ceder. De ceder todavía no sabemos en qué, pero la necesidad de transigir, de pactar, de convivir es, se quiera reconocer o no.

Está aquí donde tenemos que ver el teatro de la mesa. Para empezar, toda negociación tiene una parte litúrgica, teatral, abrumadora, que en según qué fases es lo más importante. ¿Qué vemos si nos ponemos al otro lado del telón, si vemos la obra como los protagonistas de Una nit a l'òpera?

Veremos que al otro lado de la mesa se sienta una representación del Estado español. El Estado español ha cambiado de táctica y ahora quiere hacer las cosas políticamente. Si lo hace por convicción o necesidad es indiferente en el fondo. El hecho relevante radica en que ha abandonado solemnemente el africanismo marianista. Por, seguramente, primera vez en a la historia, después de un conflicto que ha roto las costuras del Estado, que ha dejado al descubierto al mundo sus poco saludables intestinos, que ha dejado por el suelo la reputación de España al no saber gestionar un problema vital, como decía Le Monde en septiembre del 2017, por Catalunya, por España y por Europa, por primera vez, reitero, el Estado español quiere sentarse y hablar.

Si eso no es una victoria del independentismo, no sé que se puede considerar victoria. Lo han entendido perfectamente los partidos de la oposición en Madrid y la parte del no tan deep state que la Moncloa no controla. Lo que hace falta es capitalizar esta victoria; no encantarse. Todos los que se han llenado, con toda la razón del mundo, la boca con la imperiosa necesidad de sentarse y hablar, de sit and talk, no pueden dejar pasar esta ocasión. Si encima se hiciera con generosidad y no pensando en elecciones, sería una doble y abrumadora victoria. Eso, sin embargo, parece que es pedir demasiado, cuando menos, a fecha de hoy.

Ciertamente no sabemos qué nos deparará la mesa. Ni siquiera sabemos si, una vez empezadas las reuniones —las negociaciones vendrán más tarde—, tendrá bastante continuidad para la que los interlocutores arraiguen. Y, a pesar de aparezca la tentación —que aparecerá— de levantarse y marcharse, el compromiso con la política y buscar soluciones para la ciudadanía, es decir, con la transacción, tendría que pesar más que la rabia —legítima en ocasiones—, y los interlocutores persistirán.

Habrá, si todo va bien, un momento en que las negociaciones, no sólo las meras conversaciones, irán cogiendo cuerpo. Con certeza, habrá momentos de crisis, de paradas técnicas en las negociaciones de fondo que espolean la historia. Pero habrá que salir adelante. El bien es mayor.

Las conversaciones de paz de Vietnam, en plena guerra sangrienta, empezaron en mayo de 1968 y acabaron en enero de 1973, aunque la paz no llegaría hasta abril de 1975. Pues bien, con este dantesco panorama, en las primeras semanas el objeto de los debates —con grandes tensiones— fue la forma y dimensiones de la mesa. A pesar de todo, la paz llegó. No menos importante: el hecho de que Estados Unidos, acompañado de Vietnam del Sur, aceptara sentarse con en la misma mesa que Vietnam del Norte, el Viet-cong y el Gobierno revolucionario provisional era el reconocimiento de su derrota.

Hay que ver, pues, la obra en todas sus dimensiones, por delante y por detrás —no como la comedia, precisamente— y actuar consecuentemente con la perspectiva de que esta nueva y más compleja panorámica nos da. Seguir las vías convencionales y preescritas no llevará a nadie a un sitio diferente a lo que nos encontramos. Si queremos cambiar, tenemos que cambiar posiciones, perspectivas y estados de ánimo. Eso es, en buena parte, la política. La otra, la de tener objetivos, que se materializan, faltaría más, con los medios de los que se dispone.

Resistuarse o resituarse. E ir.