El descrédito de la prensa españolista de Barcelona es un hecho. Y no porque defienda la unidad de España —cosa perfectamente legítima e, incluso, esperable ya que se trata de la opción conservadora, inmobilista— sino por la manera antiperiodística, mercenaria e interesada de la línea editorial que exhiben. Una cosa es defender la unidad de España y otra muy diferente participar de las campañas de difamación organizadas por Moncloa, como la que protagonizó Enric Hernández y El Periódico de Catalunya durante el famoso escándalo de The nota, atribuida falsamente a la CIA para ensuciar el buen nombre de los Mossos d’Esquadra. Una cosa es defender la unidad de España y otra cosa muy diferente es que Ignacio Vidal-Folch y la edición catalana de El País digan que Catalunya necesita urgentemente gran cantidad de trenes cargados de psiquiatras ya que los independentistas tenemos una salud mental inferior a la de los españolistas. Son sólo dos ejemplos conocidos pero está claro que los lectores recordarán infinidad más. Lo cierto es que la guerra de independencia de Catalunya es una guerra informativa que ha conseguido acabar con la poca credibilidad que les quedaba a los diarios españolistas de Barcelona, unos diarios que pierden constantemente lectores, que se han convertido en empresas ruinosas y que sólo se sostienen gracias a una financiación indefinida que propició Soraya Sáenz de Santamaría a través de diversas empresas del IBEX. España se acaba pero también se acaba su crédito informativo. Se ha llegado a un punto fatal, a un punto de no retorno, en el que la mayoría de los lectores de Catalunya y de los medios de comunicación internacionales han dejado de dar crédito a lo que proclama la prensa españolista. Porque se ha revelado como propaganda política disfrazada de información, porque se ha abusado de la buena fe de los lectores durante demasiado tiempo. Es más, la prensa españolista ha dejado de generar opinión positiva, de influir con eficacia, de convencer a nadie, de suscitar opiniones positivas en favor de la causa de España. Y el caso más escandaloso de este fenómeno, el más significativo, es el de La Vanguardia, antaño un rotativo de enorme prestigio que hoy ha acabado siendo sinónimo de fracaso periodístico. No es que La Vanguardia se haya convertido en intrascendente, es que ha conseguido convertirse en sinónimo de fiasco, de indeseable compañía. De fuego amigo.

Recordemos algunos hechos recientes que demuestran el hundimiento definitivo del crédito de este periódico fundado por don Carlos y don Bartolomé Godó. Cuando Josep-Antoni Duran i Lleida, una vez divorciado políticamente de Artur Mas, intentó establecer un espacio catalanista autonomista y de orden, contrario a la independencia, lo cierto es que la decidida ayuda periodística del diario dirigido por Màrius Carol sólo servió para acentuar su derrota electoral y para desprestigiar, aún más, al veterano político aragonés. La famosa fotografía del Palace no fue ninguna estrategia malvada de sus adversarios, más bien todo lo contrario, fue una ocurrencia de sus aliados. El mismo fenómeno se repitió, tiempo más tarde, con el caso de Santi Saltimbanqui, también conocido como Santi Vila, un político que recibió toda la cobertura mediática posible de La Vanguardia y que hoy se ha convertido en otra víctima de este periodismo que ya no convence a nadie. El desprestigio del antiguo alcalde de Figueres se ha profundizado aún más gracias a que Màrius Carol le apoyara en su momento. Como otro fuego amigo. Y, por último, un último ejemplo que mencionaremos hoy, el de Marta Pascal, la política preferida de Artur Mas para dirigir el PDeCat. La verdad es que, frente a los indecisos, ante los que votantes del partido heredero de Convergència, la activa participación de La Vanguardia en favor de la senadora sólo ha servido para contribuir a la victoria de los partidarios de Carles el Grande, el Probo, el que volverá para liberar Catalunya. Es muy cierto que con amigos como éstos de Casa Godó no se necesitan enemigos. ¿O es que alguien creía que podrían escribir impunemente contra la voluntad mayoritaria del pueblo de Catalunya, no con argumentos, no con información, no con opinión libre, sino con intoxicaciones y propaganda burda sin destruir la credibilidad periodística de la que, hasta hace pocos años, gozaban?