El lector me perdonará si, muchas horas después del famoso debate, me atrevo a tocar un aspecto que va más allá de la retórica o la histeria gestuales de Pedro Sánchez. El presidente español lo ha repetido manta vez e insistió de nuevo aquella noche, describiendo torpemente una hipotética victoria del matrimonio PP-Vox como "un túnel tenebroso" (la otra versión de la metáfora es el "túnel oscuro del tiempo que no sabemos dónde nos puede llevar"). Ya tiene coña que, de todos los kilos de fake news que se repartieron los dos hombres en cuestión, nadie ponga el acento en esta solemne barbaridad; a saber, no solo insinuar que Feijóo-Abascal podrían volver al franquismo sino, como argumento dialéctico negativo de esta idea, que el progreso natural de la historia se vincula forzosa y únicamente a las formaciones de izquierda.

A mí que me tanguen con los datos de la inflación, el déficit del Estado o el precio del kilo de naranjas me parece incluso entrañable, pues la matemática de la economía es tan maleable como un bloque de plastilina. Pero que alguien tenga la soberbia de afirmarse como la reencarnación del correcto paso del tiempo (es decir, que un político supere aquello de creerse la fina representación del presente para afirmar que también encarna el futuro) me resulta una literal locura. La disquisición no es solo un asunto de filósofos y tiene muchas consecuencias en el mundo de la practicidad: de hecho, diría que el retroceso electoral de la izquierda, en España y en toda Europa, proviene de esta soberbia elemental. Porque, lejos del credo progre, no hay forma más cruda de totalitarismo que la presunción individual o colectiva de hacerse amo del futuro.

La izquierda todavía guarda la pretensión de equipararse al bien moral y al avance de los tiempos, inconsciente de que esta petulancia es uno de los factores clave del resurgimiento conservador que asola el mundo

Será cosa de la edad, pero, en política y en las cosas de la vida, cada vez soy más amigo de la gente que habla poco del futuro e intenta ser digna del pasado. El tiempo pretérito es una cosa que asusta a los revolucionarios, pero que va muy bien a la hora de templar la ambición y los excesos. Servidor es amante del liberalismo aplicado a las elecciones sobre la propia identidad (es decir, del derecho de cada uno a definirse en términos nacionales o sexuales como le salga del alma y de querer establecer las estructuras políticas que más se ajusten a tal definición), pero nunca osaría sostener que mis inclinaciones representan el progreso. En Catalunya, por desgracia, gozamos de muchos mesías por metro cuadrado y el hecho de contar con tanta gente que ha confundido la política con el arte del tarot nos ha convertido paulatinamente en una panda de ilusos.

De hecho, esto del progreso colectivo tiene mucha trampa, y se puede comprobar perfectamente con el caso de nuestros enemigos: para los progresistas españoles, eso de las libertades sexuales y la liquidez de género del sujeto es una cosa indiscutible pero cuando un catalanito cualquiera (aunque sea de los comunes) osa hacer el trasvase de este avance de la historia a la liberación de las naciones, se suele llevar una bofetada bien solemne del kilómetro cero. Creer en el progreso de la historia es una tentación muy loable, porque puede llevar a hombres y mujeres a luchar por trabajarse en aquello que consideran mejor, pero dentro del ámbito de la política tiene consecuencias desastrosas. Describir a los rivales electorales como un retorno tenebroso al pasado es una salvajada, primero, porque el pasado solo resucita en forma de literatura (nos lo enseñó Proust) y, después, porque la historia no avanza, solo puede tropezar.

La izquierda todavía guarda la pretensión de equipararse al bien moral y al avance de los tiempos, inconsciente de que esta petulancia es uno de los factores clave del resurgimiento conservador que asola el mundo, por el simple hecho de que a la gente no le acaba de gustar sentirse tildada de anticuada por creer honestamente en aquello que opina. Espero que Pedro Sánchez y sus socios reflexionen, sobre todo porque parece que están a punto de entrar en la rueda inexorable del pasado y muchos de ellos quizás tendrán que entrar por primera vez en el túnel tenebroso del paro.