Tucídides escribió su Historia de la guerra del Peloponeso para intentar entender cómo se había llegado a destruir el mundo que él conocía —la democracia ateniense de Pericles— en una letal guerra de casi treinta años entre ciudades hermanas. La derrota de Atenas marca el fin de la época dorada de la democracia en Grecia ante la militarista Esparta y anticipa la creación del imperio de otro griego, Alejandro Magno, que conquistó casi todo el mundo conocido y lo helenizó.

La obra de Tucídides —parte libro de historia, parte libro de filosofía política— nos expone unas cuantas reglas que pueden servir para orientar el debate sobre cualquier conflicto, bélico o no, entre estados. Puede ser que el bombardeo estadounidense en las instalaciones nucleares en Irán marque el inicio de una escalada militar en Oriente Medio. En cualquier caso, la opinión pública deberá tomar partido de un modo u otro. Habrá quien intentará que la IA responda preguntas que no tienen respuesta algorítmica. Pero mejor hacer el esfuerzo de pensar por uno mismo y dejar, quizás, que Tucídides nos ayude, como ha hecho con muchas de las generaciones que nos han precedido.

Para Tucídides, "si quieres la paz, tienes que estar preparado para la guerra". El uso de la fuerza es la base de toda acción en el terreno militar. Por lo tanto, si quieres ganar una guerra, debes tener el máximo de potencial militar a tu lado. Sin un gasto en defensa para protegerte, tienes que asumir que puedes ser atacado y aniquilado. No cuesta mucho entenderlo. Y Tucídides habla porque lo experimentó. El primer punto, pues, para él, está claro: debe existir gasto para preparar la defensa militar del territorio propio.

Sin un gasto en defensa para protegerte, tienes que asumir que puedes ser atacado y aniquilado

La siguiente pregunta es cuánto gasto militar se necesita para defender el país… Tucídides responde que la que haga falta para ganar la guerra contra los potenciales enemigos. Porque la guerra la gana quien tiene más recursos y porque, para él, en cualquier confrontación, el uso de la fuerza es inevitable Los recursos son armas tecnológicamente actualizadas, pero también soldados entrenados y experimentados. Añade que, sobre todo, hay que estar dispuesto a gastar lo que haga falta. Cuando Tucídides lo escribe, ha perdido la guerra. Lo han exiliado, y su querida Atenas —descrita para la posteridad en su impagable discurso fúnebre de Pericles— ha, literalmente, desaparecido. El Tucídides vencido nos exhorta, pues, a gastar lo que haga falta para sobrevivir. ¿Qué sería de Europa si la Segunda Guerra Mundial la hubiera ganado la Alemania de Hitler? Tucídides nos obliga a reflexionar sobre ello.

En tercer lugar, Tucídides nos recuerda que hay que tomar partido, que las alianzas se tienen que forjar y respetar con total claridad y contundencia. Si alguien duda, que se pregunte en qué país quiere vivir: en Rusia o en EE.UU., en Irán o en EE.UU., en Israel o en Palestina. ¿Por quién tomo partido? La pregunta, dice Tucídides, tiene que responderse. Tarde o temprano, démonos tiempo, pero tiene que responderse. Especialmente, cuando alguno de los actores del conflicto la formula. Otro fragmento de la obra de Tucídides, el "Diálogo de los melios", es muy utilizado para ejemplarizar que se puede ser neutral. Los melios vivían en una isla y querían ser neutrales. Lo logran durante un tiempo, hasta que los atenienses necesitan más recursos y les exigen que tomen partido. Ante su negativa, son castigados por los atenienses, sobre todo para dar ejemplo ante el resto de islas y obligarlas, por miedo, a apoyarles. Poco loable y poco democrático. Un injustificable "todo vale" que descalifica a los demócratas atenienses. Cierto. Pero fue así. Y así funciona.

Para muchos, Tucídides representa un ejemplo claro de la Realpolitik. Por Realpolitik se entiende que el fin —ganar una guerra— puede justificar los medios. Pero, de hecho, Tucídides solo se limita a intentar entender qué pequeñas reglas de comportamiento acaban siendo decisivas para entender la política llevada al extremo: la guerra. Puede ser que ahora, en la Europa del siglo XXI, estemos a punto de dejar que la guerra, el fracaso de la política, nos golpee como lo está haciendo ya en nuestras fronteras. O puede ser que no, que las acciones de defensa preventivas o los argumentos diplomáticos racionales nos acaben ahorrando el mal trago. Tucídides solo nos obliga a ponernos frente al espejo y a mirar de cara a la realidad: ¿queremos gasto militar en defensa? ¿Cuánto? ¿Qué aliados queremos? ¿Qué precio tiene nuestra neutralidad? ¿Y nuestra libertad? Esto, en Europa, todavía lo podemos decidir democráticamente.