Basta con leer el Wordpress de Salvador Sostres para saber que Xavier Trias hará piña no solo con el PSC, sino también con el PP, si los resultados de Barcelona son suficientemente buenos. La derecha española no está mucho más fina que el viejo mundo de Convergència. Este fin de semana el ABC llevaba un reportaje sobre la vida política (y deportiva) del presidente Aznar, que también daba muchas pistas. El viejo patriarca castellano no va a caballo como Santiago Abascal, pero ha ganado las batallas internas del PP gracias a VOX y ahora habla de Feijóo como si fuera un ventrílocuo con un muñeco de trapo.

Igual que la vieja CiU, el PP no tiene a nadie con cara y ojos. Las jóvenes promesas que habrían tenido que hacer el relevo han acabado igual que Andrea Levy o que Ignacio Peyró, banalizadas por el pintoresquismo, el sueldo y el hedonismo. España no puede avanzar hacia un régimen más centralista y más corporativo, al estilo francés, con la abstención disparada en Cataluña y con VOX haciendo discursos de regusto franquista por tierras castellanas. Para poder cerrar la Guerra Civil, como quería Aznar, olvidando el conflicto nacional y sus consecuencias, Felipe VI necesita que el mundo convergent participe de las comedias de Madrid y, sobre todo, que el PP tenga un pie en Barcelona legitimado por la catalanor

Los cambios de régimen siempre empiezan en Barcelona y Trias es el hombre que tiene que facilitar la reconciliación de las porras del Estado con el eje que sustenta el país. La mano derecha de Jordi Pujol es el hombre que tiene que volver a dar a la ocupación militar de Cataluña un barniz democrático mínimo, antes de que el partido único español que sueñan en los palcos de Madrid empiece a repartir prebendas y funciones. Si Trias hiciera piña con el PP y el PSOE a la vez, los dos partidos se entenderían mucho mejor en Madrid, y podrían controlar más sutilmente Podemos y VOX, que ha sustituido el antiguo fantasma de ETA en el sistema de equilibrios español. A su vez, JxC podría oficializar el retiro de Carles Puigdemont y dar juego a los niños de Clara Ponsatí, que solo esperan un toque de silbato para salir a llenar el vacío de Laura Borràs.

Ahora que Borràs está liquidada, falta un político intelectual del campo convergente que pueda dialogar con todo el mundo y que, a la vez, pueda poner límites a la democracia razonadamente, en nombre de la paz y de la convivencia.

Ahora que Borràs está liquidada, falta un político intelectual del campo convergent que pueda dialogar con todo el mundo y que, a la vez, pueda poner límites a la democracia razonadamente, en nombre de la paz y de la convivencia. Junqueras es el independentista sentimental que desafió el estado con un partido que no había votado la Constitución. Graupera es el independentista soberbio que desafió los partidos autonómicos con una idea de la democracia demasiado idealista, incluso para las posibilidades de Cataluña y, por lo tanto, imposible, como diría Aznar. Junqueras ya hizo penitencia pasando por la prisión; Graupera ha pasado por el ostracismo y parece que se ha dado cuenta de sus errores, a pesar de su proverbial soberbia. Por si acaso, la cabeza de Borràs, que fue advertida por el bueno de Sostres y no quiso ceder, cuelga en las puertas de can convergent como la cabeza del general Moragues

Si Trias saca un buen resultado, Barcelona se convertirá en un lugar ideal para empezar a desmontar la ideología marco de la vieja Transición, que era el progresismo, y dar tiempo a todo el mundo para adaptarse al nuevo autoritarismo blanco nacido del 155. Con Trias, hasta los neonazis pueden hacer campaña a favor del tripartito convergent amenazando a Ada Colau de tomarse la justicia por su mano si no pone orden en las calles. La ideología marco de la próxima Transición girará alrededor de un nuevo "ordeno y mando" reciclado, y España necesita organizar una derecha valenciana o mallorquina en Cataluña, para qué la cosa vaya bien. Ponsatí y sus niños con camiseta servirán para qué no parezca que la nueva España excluye a nadie y sobre todo para vigilar que no vuelve a surgir, como en 2008, un independentismo urbano y conservador, capaz de apelar a los jóvenes currantes y a las clases acomodadas y cultas del país.