Predije que Xavier Trias no sería el alcalde, y así ha ocurrido. Me equivoqué con las expectativas electorales, ya que finalmente logró quedar en primera posición. No obstante, ni así ha sido posible asegurarse la alcaldía. El unionismo de derecha y de izquierda, PP y PSC, se ha aliado con los populistas de izquierda, Barcelona en Comú, y han cerrado el paso a la coalición independentista de Junts y Esquerra. Se trata del mismo PP que pacta con Vox en toda España. A pesar de que la relación entre junteros y republicanos sea horrible, como se ha podido apreciar en los diferentes pactos municipales que han dado el protagonismo a los socialistas, el espectáculo de Barcelona solo ha tenido una cosa positiva: la sintonía entre Maragall y Trias, hasta el punto de lanzarse elogios públicamente. No lo hicieron por cortesía, sino porque se sintieron a gusto entre ellos. Si esta hubiera sido la actitud de los dos principales partidos independentistas, ahora no estarían como están.

La sangría electoral de Esquerra está alimentando la abstención y no a Junts. Ningún analista lo previó, entretenidos como estaban explicando cómo se destripaban los de Junts, pero la realidad es que Esquerra ha perdido peso, y las alcaldías de Tarragona y Lleida. A pesar de que sus alcaldías son, por decirlo de alguna manera, menores, y ha perdido la alcaldía de Girona, que era la única capital de provincia que retenían, el partido de Laura Borràs y Carles Puigdemont ha superado el revolcón. El desastre podría haber quedado maquillado si la coalición de Esquerra con Junts hubiera logrado la alcaldía de Barcelona. Ahora es importante estar atentos a lo que ocurra en la Diputación de Barcelona, que podría ser liderada por un independentista. Suman 23 diputados provinciales, 12 Junts y 11 Esquerra. Aunque esto no sucederá, porque se repetirá la coalición del sábado pasado entre el PSC (17), En Comú Podem (5) y PP (4). Como afirma el profesor Manuel Delgado, y él puede decirlo, porque los conoce muy bien, entre los comunes el odio al independentismo es superior al odio que sienten por el PP o incluso por Vox. La cuestión es eliminar el independentismo y excluirlo de las instituciones. Si el PSC ofreciera un acuerdo con Junts y Esquerra, no dudaría en aceptarlo. Sin poder, la política son hermosas palabras, como ya debe saber Lluc Salellas.

El proceso soberanista ha puesto a todos en su sitio y ha demostrado que la lucha por la democracia y la autodeterminación tiene los defensores que tiene

Ningún independentista debería sucumbir al marco mental español, que plantea las próximas elecciones españolas como el choque entre la derecha y la izquierda. Desde Catalunya, y con una visión aunque solo sea catalanista, la confrontación es entre soberanismo y unionismo. Por esta razón, sería conveniente que los partidos independentistas, y más concretamente Junts, disputaran la primera posición al PSC. Hay que demostrar que la resistencia al unionismo es fuerte, sin importar la consideración que cada uno tenga de los partidos independentistas convencionales. El abstencionismo independentista de los últimos tiempos alimentará pronto una cuarta opción que me parece terrorífica, ya que representa el nacionalismo populista de Sílvia Orriols, que, aunque de momento no lo aproveche, ya tiene un entorno intelectual entre algunos destacados articulistas jóvenes. Como sucede en todas partes, Orriols obtiene el respaldo de antiguos votantes de Esquerra y de la CUP, decepcionados con el procés y la islamofilia izquierdista, permisiva con todo lo que no sea católico, que solo podía derivar, como ha advertido la escritora Najat El Hachmi, en islamofobia. El famoso cuarto espacio independentista cuajará por aquí porque ya hace tiempo que tanto Junts como Esquerra han abandonado la defensa de la nación. Tengo escrito que, después de tanto luchar por el estado, hemos abandonado la defensa de la nación, comenzando por la lengua y la cultura catalanas, que están peor que nunca, afectadas por los ataques orquestados por Ciudadanos contra la enseñanza en catalán y por la dejadez olímpica del nacionalismo por parte de los independentistas. No se puede permitir que la defensa de la catalanidad caiga en manos de la extrema derecha. Debemos abordar la inmigración con las coordenadas que establecen los socialdemócratas europeos y combatir la islamofilia para denunciar la imposición de un islamismo medieval.

Las luchas compartidas del antifranquismo eran aquellas que unían a los comunistas, los socialistas y los independentistas para reclamar la democracia, la oficialidad de la lengua y la autodeterminación, con el añadido de la amnistía, por razones evidentes. El proceso soberanista ha puesto a todos en su sitio y ha demostrado que la lucha por la democracia y la autodeterminación tiene los defensores que tiene. Ha quedado claro que la línea divisoria entre unionistas e independentistas era, precisamente, la nación. La soberanía. Por eso Trias no es hoy alcalde, aunque hizo muchos esfuerzos para distanciarse de Junts y para recoger los votos contrarios a Colau. Finalmente, la coalición del 155 (PP-PSOE) se ha impuesto, con los comunes como comparsas. La reacción de algunos independentistas podría ser, y sería un error, esconder todavía más la pretensión de separarse del estado. Caer en el error que ya cometió Trias en 2015: que es culpar al independentismo no haber podido ser alcalde. Ahora ha hecho la campaña como ha querido y el resultado ha sido el mismo. Esquerra también prescindió del independentismo con unos resultados desfavorables. La victoria de Trias se vio afectada por este flanco y no fue bastante sólida (si hubiera obtenido 14 o 15 regidores todo habría estado diferente) para hacer imposible lo que ocurrió sábado.

Nunca será sencillo rehacer el campo independentista. Si las relaciones entre Esquerra y Junts fueran las que demostraron tener Ernest Maragall y Xavier Trias el sábado por la tarde, quizás estaríamos discutiendo otra cosa. En realidad, si lo consideramos correctamente, el abrazo entre Trias y Maragall revelaba mucho mejor la sociovergencia que los pactos contra natura en las diputaciones de Tarragona y Lleida. Todo el mundo conoce quién es el responsable del enfrentamiento entre independentistas. Lo sabemos desde el 2015. La disputa entre Esquerra y Junts ha fomentado la abstención, malogrando los altos índices de participación electoral de los años 2015 y 2017, que llevaron a las urnas a un 74,95 % y un 79,09 % de la población catalana. Una participación inédita en los cuarenta años de autonomía. Trias ha perdido porque la ilusión del procés ha desaparecido y nadie ha hecho nada para recuperarla. Después del batacazo de Esquerra, el president Aragonès pidió priorizar los pactes independentistas para manchar de amarillo y turquesa el mapa de Catalunya. No ha sido así, pues las reticencias entre unos y otros son muy vivas. Es tan evidente que en Ripoll la rivalidad entre republicanos y junteros ha dado la alcaldía a Orriols. Abstenerse el 23-J no arreglará nada. Debilitar a los partidos independentistas no es una buena solución, como se ha constatado en Barcelona. En todo caso, es necesario exigir a los líderes un poco de coherencia y menos mezquindad. Nos encontramos atrapados entre los apocalípticos y los integrados. De acuerdo. Pero el recambio no es, de ninguna forma, un cuarto espacio, pues está claro que lo ocupará Aliança Catalana, dado que su discurso es menos intelectual y sofisticado que el de Graupera, por ejemplo. No estoy seguro de si tendrán tiempo para rectificar, pero es urgente que Junts y Esquerra vuelvan a hablar del futuro. Podrían comenzar poniéndose de acuerdo sobre en qué condiciones apoyarán a la izquierda española a cambio de no forzar nuevas elecciones. Doy por sentado que votarán contra PP y Vox.