El día que supe que Joan Manuel Serrat era un traidor, faltaba aún un rato para que ganáramos la segunda Copa de Europa en el estadio de Saint-Denis. Antes del partido, en las puertas de acceso, coincidimos con él después de pasar el control de seguridad y le pedí hacernos una foto que todavía guardo en casa. Después el partido empezó y Campbell nos marcó el 1-0 antes de la media parte. Llovía en París. Durante el descanso, nervioso y preocupado, volví a coincidir con él en el lavabo haciendo una meadita en el inodoro de pared. "¡Estás en todas partes, Joan Manuel, debes conocer a todo el mundo!", le dije sonriendo mientras los dos meábamos de pie y con las dos manos en la pared, como si un policía invisible nos estuviera registrando los bolsillos. "¡Qué va, no digas tonterías!", me respondió con aquel aire cordial de comerciante de barrio antes de decirme "passi-ho bé, tot-hi que avui patirem!" la frase seguramente más culé que existe. Tenía razón, y tanto que sufrimos. Pero de aquella noche no recuerdo solo la alegría que Eto'o y Belletti nos dieron en una segunda parte mágica, sino su frase en el lavabo. La primera. La recuerdo porque no tenía razón: sí que estaba en todas partes. Lo estaba entonces, lo ha estado siempre y lo seguirá estando, por eso no entiendo por qué me mintió como mienten los traidores.

Acusado de traidor por el franquismo por no cantar La, la, la en castellano y de traidor por el independentismo por criticar el 1 de Octubre, la principal traición de Serrat es habernos hecho creer que era a un artista más cuando, en realidad, es alguien que forma parte de todos los momentos de nuestra vida

Era yo quien no lo había visto nunca, pero él me conocía de toda la vida, como seguramente conocía los otros treinta mil barcelonistas que estábamos allí con ganas de sacarnos la espina clavada de Atenas, doce años antes. Nos conocía a todos. A mí, al amigo con quién me senté en la primera gradería de aquel gol Sur y también al señor con bigote de la Penya Barcelonista Terres de l'Ebre que se lavaba las manos aguantando un Farias apagado entre los labios. Nos conocía entonces y lo sabía todo de nosotros, porque nos ha acompañado en todos los momentos importantes de nuestra vida, incluso en aquellos que no recordamos. Todos hemos tenido miedo del hombre del saco de El drapaire. Todos hemos pensado en Menuda cuándo no nos ha llegado el sueldo o nos han arrumbado en el metro sobre las ocho y media. Todos hemos hablado de Basora, Cèsar, Kubala, Moreno y Manchón como si fueran conocidos nuestros, a pesar de no haberlos visto jugar nunca. Todos hemos perdido la cabeza por un amor de aquellos que cuando pasa por la calle hasta los geranios le guiñan el ojo, aunque no se llame Helena. Todos conocemos poemas de Joan Salvat-Papasseit gracias a él y sabemos que res no és mesquí, ni cap hora és isarda. Todos, por desgracia, sabemos que aún vivimos con la lengua en el culo.

Serrat estaba ahí cuando mi abuela me dormía en brazos con una canción de cuna. Estaba ahí, después, cuando a los once años entendí que la muerte del abuelo me acompañaría toda la vida. Estaba ahí, también, cuando pasábamos las tardes de verano jugando a la pelota en mi calle y la Guardia Civil, cuando pasaba, nos decía "niños, dejad ya de joder cono la pelota". Estaba ahí cada noche de empalmada, cuando a los dieciséis años volvía a casa haciendo eses mientras cantaba, de madrugada, i la vila era adormida encara. Estaba ahí cuando mi tío me decía que Kubala era mejor que Ronaldinho porque el primero tenía una canción de Serrat y el segundo, en cambio, no. Estaba ahí cuando en bachillerato leí por primera vez a Josep Vicenç Foix y comprendí que és quan dormo que hi veig clar. Estaba ahí cuando me enamoré por primera vez de una chica en el metro, en un amor efímero como el que le musicó a Josep Carner. Estaba ahí cuando aprendí a amar Barcelona con sus fantasías, pero sobre todo sus cicatrices. Estaba ahí cuando cumplí veinte años. Estaba ahí cuando mi primer gran amor se fue y procuré rehacer mi vida, de mica en mica, porque el camino hace subida y me voy a pie. Estaba ahí cuando conocí a la mujer de mis sueños en la plaça del Sol y ya hace siete años que procuro inventar cada día para ella nuevas palabras de amor, senzilles i tendres. Y estaba ahí, claro, cuando enterré a mi padre y, ya sabes, recordé cuando mi cuerpo ligaba con sus manos y yo era un niño.

Gracias a Serrat, alguien de Buenos Aires, Badajoz, Lima, Burdeos o Mexico DF entenderá siempre que todos los catalanes tenemos una tieta que le regala una palma al ahijado y le abre una libreta de ahorros

Estaba ahí también ayer en el Sant Jordi, evidentemente, diciendo adiós a los escenarios. Es decir, engañándonos de nuevo. El franquismo lo acusó de traidor por negarse a cantar La, la, la en castellano, y el independentismo, décadas después, lo acusó de traidor por criticar el 1 de Octubre, pero a los que ayer estábamos en el concierto nos duele más que siga traicionándonos diciendo que se va, ya que, por más que lo intente, no nos creemos ninguna de sus mentiras. No se marcha, porque estaba ayer en un recital antológico donde cantó el triple de canciones en catalán que en castellano y porque seguirá estando mañana cuando cualquiera de las pocas personas del público que todavía no sufrimos de la próstata o que no conocemos la menopausia cumplamos cuarenta años y nos demos cuenta de que ya hace veinte años que tenemos veinte años. Seguirá estando ahí cuando alguien suba un día a la Catalunya Nord, visite la tumba de Machado en Cotlliure y recuerde que "se hace camino al andar/", cuando nos venza el desánimo y necesitemos que alguien nos recuerde que hoy puede ser un gran día o cuando recordemos que enamorarse es la mejor de las locuras. Seguirá estando ahí cuando en cualquier rincón del Mediterráneo, sea un puerto de Grecia o una playa de Sicilia, no nos sintamos extranjeros porque sabemos que nosotros también nacimos aquí. Estará ahí cada vez que alguien de Buenos Aires, Badajoz, Lima, Burdeos o Mexico DF entienda que todos los catalanes tenemos una tieta que regala una palma al ahijado y le abre una libreta de ahorros.

En eso sí que tenía razón: no sé si será una gripe la que se nos llevará hacia el agujero profundo, pero un día nos tendremos que morir, más o menos como todo el mundo. La tieta, Serrat y también nosotros, pero incluso entonces estará ahí, ya que estará en aquellos que nos entierren y nos lloren igual que llorábamos anoche quince mil personas en Montjuïc. Estará ahí igual que está ahora aquí, después de esta coma. Estuvo, está y estará siempre. Mañana, pasado mañana y el otro. También estará ahí cada vez que alguien vuelva a leer este artículo. Cada vez que alguien ame por primera vez, cada vez que alguien llore por primera vez, cada vez que alguien cante un gol del Barça por primera vez, cada vez que alguien aprenda a ir en bici en su calle por primera vez, cada vez que alguien rompa con su pareja por primera vez, cada vez que alguien lea que "no som mai un plor/ sinó un somriure fi/ que es dispersa com grills de taronja" por primera vez, cada vez que alguien pasee por Barcelona por primera vez, cada vez que alguien comprenda que la vida hay que vivirla al máximo "fins que cal dir-se adeu" por primera vez. Y cada vez, también, que alguien deje de respirar por última vez. Porque de eso va la vida y así nos la ha cantado Joan Manuel Serrat, aunque él, como un traidor, no me lo quisiera reconocer una noche en París.